Aníbal se ha acostumbrado a muchas cosas en la vida. Por ejemplo, hace algunos años la empresa en la que trabaja consideró que su talento para arreglar máquinas estaba desperdiciado, y lo sacó del taller para convertirlo en una especie de mecánico intermunicipal.
Luego vino la crisis económica, y los pasajes aéreos se convirtieron en terrestres. Además de aterrizar sus rutinas y cambiar las hamburguesas de aeropuerto por caldo de terminal, Aníbal aprendió a dormir en flota, leer en movimiento sin marearse y poner cara de inocente en los retenes de la fuerza armada respectiva.
Pero lo que nunca ha podido aprender es a hacer en movimiento ciertas cosas que, por su misma naturaleza, los seres humanos deben hacer en un entorno - literalmente hablando - de quietud.
De entrada, Aníbal le reconoce a los empresarios de transporte terrestre el mérito de querer facilitarle las cosas a sus usuarios, cambiando un par de sillas por un cuarto de baño. Aunque también de entrada les critica el hecho de que solo sean dos sillas, lo que obliga a tipos altos y corpulentos como él a entrar de ladito, y realizar todas las diligencias preliminares con los brazos pegados al cuerpo.
Pero la práctica hace al maestro, y Aníbal más o menos domina esa parte. El problema es la parte siguiente. Es algo así como tratar de servir aguardiente en vaso pequeño en medio de un temblor de tierra. Y eso cuando la carretera es recta, porque si se trata de una vía con curvas, el temblor se convierte en terremoto. Y el que sirve, en epiléptico convulsionando.
Como si el movimiento externo no fuera suficiente, debemos agregar que los tiradores profesionales toman el revolver con las dos manos, y los de las películas también. Pero en el caso al que nos referimos, una de las dos debe estar agarrada de una manija.
Claro que sentarse en una opción, pero es que el mueble principal no se ve muy acogedor, además de que se encuentra sospechosamente húmedo en su bordes. Por eso es mejor actuar de pie, confiando en que allá afuera, a nadie - al conductor, por ejemplo - se le vaya a ocurrir frenar de repente.
Culminada la faena - la cual, por la ubicación de la manija que sirve para agarrarse es doblemente compleja si se trata de un zurdo - viene la búsqueda del botón que cumple las misma funciones de la cadena de los sanitarios antiguos, solo que en vez de agua, suelta un químico especial.
Ese botón siempre está detrás de, debajo de, tapado por. Y puede que el botón no se mueva, pero el bus sí. Y eso sin hablar de otro botón que suelta un poco de agua del mini lavamanos, que permite una minilavada de una mano a la vez, porque ni modo de soltar la manija.
Estas son las razones que han llevado a Aníbal a desarrollar una nueva virtud en sus viajes por las carreteras colombianas.
La resistencia.