jueves, 28 de febrero de 2008

Acrobacias intermunicipales

Aníbal se ha acostumbrado a muchas cosas en la vida. Por ejemplo, hace algunos años la empresa en la que trabaja consideró que su talento para arreglar máquinas estaba desperdiciado, y lo sacó del taller para convertirlo en una especie de mecánico intermunicipal.

Luego vino la crisis económica, y los pasajes aéreos se convirtieron en terrestres. Además de aterrizar sus rutinas y cambiar las hamburguesas de aeropuerto por caldo de terminal, Aníbal aprendió a dormir en flota, leer en movimiento sin marearse y poner cara de inocente en los retenes de la fuerza armada respectiva.

Pero lo que nunca ha podido aprender es a hacer en movimiento ciertas cosas que, por su misma naturaleza, los seres humanos deben hacer en un entorno - literalmente hablando - de quietud.

De entrada, Aníbal le reconoce a los empresarios de transporte terrestre el mérito de querer facilitarle las cosas a sus usuarios, cambiando un par de sillas por un cuarto de baño. Aunque también de entrada les critica el hecho de que solo sean dos sillas, lo que obliga a tipos altos y corpulentos como él a entrar de ladito, y realizar todas las diligencias preliminares con los brazos pegados al cuerpo.

Pero la práctica hace al maestro, y Aníbal más o menos domina esa parte. El problema es la parte siguiente. Es algo así como tratar de servir aguardiente en vaso pequeño en medio de un temblor de tierra. Y eso cuando la carretera es recta, porque si se trata de una vía con curvas, el temblor se convierte en terremoto. Y el que sirve, en epiléptico convulsionando.

Como si el movimiento externo no fuera suficiente, debemos agregar que los tiradores profesionales toman el revolver con las dos manos, y los de las películas también. Pero en el caso al que nos referimos, una de las dos debe estar agarrada de una manija.

Claro que sentarse en una opción, pero es que el mueble principal no se ve muy acogedor, además de que se encuentra sospechosamente húmedo en su bordes. Por eso es mejor actuar de pie, confiando en que allá afuera, a nadie - al conductor, por ejemplo - se le vaya a ocurrir frenar de repente.

Culminada la faena - la cual, por la ubicación de la manija que sirve para agarrarse es doblemente compleja si se trata de un zurdo - viene la búsqueda del botón que cumple las misma funciones de la cadena de los sanitarios antiguos, solo que en vez de agua, suelta un químico especial.

Ese botón siempre está detrás de, debajo de, tapado por. Y puede que el botón no se mueva, pero el bus sí. Y eso sin hablar de otro botón que suelta un poco de agua del mini lavamanos, que permite una minilavada de una mano a la vez, porque ni modo de soltar la manija.

Estas son las razones que han llevado a Aníbal a desarrollar una nueva virtud en sus viajes por las carreteras colombianas.

La resistencia.

Y subirán a los árboles

Algún estudio estadístico habla de un futuro en el cual a cada hombre le corresponderán siete mujeres. Frente a este dato, los optimistas se ven en una lujosa tienda en el desierto, acompañados de siete hermosas damas que mueven sus cuerpos perfectos al son de ritmos exóticos. Los pesimistas se ven trepados en un árbol, acosados por siete cazadoras con bigote.
La experiencia actual de quienes tienen más de una mujer en su órbita personal favorece la visión del árbol sobre la del harén. Por ejemplo, está el amigo Julio. Aunque se trata de un cumplidor eximio del sexto mandamiento, su vida gira alrededor de cuatro mujeres. Sí, cuatro. Su madre, doña Lida. Su esposa, Ligia. Su hija, Lida. Y su jefe, Marta.
Veamos lo que puede pasar cualquier viernes, cuando nuestro hombre llega a su casa después del trabajo, dispuesto a disfrutar de un merecido descanso de fin de semana
Doña Lida, la madre, está en esa edad en la cual se sobrevalora la compañía de los nietos. Por eso, de vez en cuando, (ese sábado, por ejemplo) organiza unas onces e invita (notifica) a Julio para que este vaya con sus dos hijos. Y así lo plantea a su nuera.
Lida, la hija mayor, está en esa edad en la cual las amistades son la prioridad 10 y la familia es la prioridad menos 5, debajo del televisor. Por eso, inexplicablemente prefiere pasar la tarde de sábado caminando por el centro comercial o en Facebook y no en casa de la abuelita. Y así se lo plantea a mamá.
Marta, la jefe, está a punto de concretar un gran negocio. Y necesita a su mejor empleado. Pero hay que tenerlo todo listo el lunes a primera hora. Así que le pide a Julio que sacrifique el sábado por la tarde. Responsable como siempre, y desarmado ante la mezcla de autoridad e inocente coquetería de su superior, este acepta.
Ligia, la madre, esposa y nuera no desea cargar en su conciencia los gastos futuros de su hija en sicoanálisis, ni le interesa enfrentar la legendaria cantaleta de doña Lida. Así que responde a la rebeldía de su hija frente a la invitación sabatina con un “esperemos a su papá”.
Conclusión, Julio llega y descubre que tiene que dejar contento a todas las mujeres de su vida sin traumatizar a Lida, enfurecer a doña Lida, incumplirle a Marta o decepcionar a Ligia.
Ante una situación de esas, sólo le queda una alternativa.
Treparse al árbol más cercano.

lunes, 25 de febrero de 2008

El orador de la casa

Don Juan, tendero de profesión, asistió orgulloso al grado de su hijo, quien logró terminar ese bachillerato que a él le fue esquivo. Emocionado por la ceremonia, la música, y media de aguardiente, improvisó unas palabras de reconocimiento a “mi muchacho”,

El resto de los parientes aplaudió, y, por el efecto combinado del trago y la cortesía algunos alabaron la faceta de orador del minorista. Terminada la fiesta, el discurso pasó al olvido de todos menos de uno: Don Juan. Desde ese día, el tímido intermediario de barrio se siente en la obligación de aportar panegírico en cada uno de los logros familiares que amerita fiesta. Y el problema es que escudado en el propósito de no repetirse, ha ido cogiendo confianza.

Si no que lo diga la hija, quien en su propio grado, ante un grupo de amigos, escuchó como su papa contaba que “...quien se iba a imaginar que alguien que se orinó en la cama hasta los 14 años podría llegar tan lejos...”

Lejos era donde quería estar la pobre niña cuando sus amigos se enteraron del húmedo pasado. Pero no tanto como el hermano de Don Juan, quien al contraer nupcias escuchó resignado a su pariente expresar ante el público presente - sacerdote y novia incluido - “es hora de sentar cabeza. Tu ya eres uno solo con esa mujer que es tu esposa. Debes olvidar aventuras como la que tuviste en tu despedida de soltero, con esas viejas que trajo el primo Jaime...”

Ni siquiera los bautizos se salvan de la cada vez más confianzuda oratoria del Cicerón de mostrador: “que esa agua sea el símbolo del futuro alegre que espera a tu familia, sobre todo si logran desembargar la casa antes de que los desaloje la corporación”.

Además de ser experto en revelar intimidades, Don Juan ha desarrollado un especial gusto por las metáforas. Así, la niña que hace la primera comunión es “el ángel blanco que ha recibido a Dios”, la novia de turno “grácil doncella bendecida en el himeneo” y el profesional graduado “futuro facultativo entendido y competente”.

Pero el momento culminante vendría cuando su mamá (la de Don Juan) llegó a su cumpleaños 80. Las palabras de rigor comenzaron con “Descendemos orgullosos de usted, mamá, de papá, y de todos los hombres de ese pueblo orgulloso que nos dejaron su simiente...”

Las miradas estupefactas en el salón le hicieron comprender a Don Juan, que tal vez se le estaba yendo la mano, por lo que intentó arreglarla sobre la marcha.

“Es decir, después de mi papá”.

jueves, 21 de febrero de 2008

Pedalazos 8. Ellas nos cuidan

Eso de enfrentar la mañana capitalina en dos ruedas, sin más protección que la ropa y un chaleco reflectivo es para valientes con vocación de paleta. Hay veteranos que han pedaleado la madrugada durante años. Otros empezamos a desafiar la nevera cuando un alcalde dio facilidades. Pero hay algo más frío que el amanecer con viento en Bogotá. Es la mirada que ella nos lanzó en el momento de expresarle el proyecto de convertir la bicicleta en el medio oficial de transporte.

Ella puede ser mamá, esposa, o jefe.

Para mamá, ser ciclista en Bogotá y profesor de marxismo en zona paramilitar tiene una sola diferencia. La segunda opción es más segura. En su visión, conductores asesinos, ladrones despiadados y motociclistas sin desayunar salen todas las mañanas a cazar ciclistas en la calzada. Cuando se le explica que ahora hay ciclorrutas, entonces agrega a la lista los peatones amargados.

Su mente elabora constantemente presagios apocalípticos. Aguaceros con tormentas eléctricas y vientos huracanados se confabularán diariamente para garantizar que ese pedalazo sea el último. Y ella no va a poder estar tranquila. No mijo. No me haga eso.

Digamos que mamá ya no tiene influencia directa. Entonces otra versión femenina es la esposa. Supongamos que pese a la crisis, las dos ruedas de tracción humana son una opción, no una necesidad. Una noche antes, durante, o después de la comida anunciamos la metamorfosis. De bus - o carro - a bicicleta.

Ella primero pensará que es un chiste. Pero ante la evidente decisión vendrá el contraataque. Eso de la bicicleta - primer argumento - es cosa de jardineros. De los que andan con galón de gasolina en la parrilla, maletín de herramientas en bandolera, y la guadaña eléctrica debidamente ajustada a la barra. Segundo argumento. Usted ya está muy viejo para eso. Tercer argumento, llegará a la oficina todo sudado. Cuarto argumento, es muy peligroso (los instintos maternales nunca desaparecen).

Usted insiste, Entonces ella se destapa. Qué dirá la gente. Si quiere hacer ciclismo, para eso están los gimnasios, el “spining”, la ciclovía. Si hubiera querido un ciclista me hubiera casado con Santiago Botero. ¿Y si se pincha?

La tercera andanada lo espera en el sitio de trabajo. La jefe - ellas mandan - se enterará coincidencialmente. Su mente rápidamente compondrá el cuadro. Una avenida. El mejor cliente le pita desde su “Mercedes” a un ciclista. Media hora después, una junta. El mejor cliente trata de recordar donde vio a ese señor sudado con el que está negociando. Lo recuerda. El ejecutivo era el mismo torpe que casi no lo deja pasar.

La jefe sabe que en tiempos de la tutela, no se pueden dar órdenes arbitrarias. Pero el poder es para poder. Extraños memorandos aparecen. Se limita el uso del parqueadero. La hora de entrada y salida cambia. Cada vez que llega un cliente nos mandan a la bodega. La empresa hace convenio con un gimnasio. La vieja solicitud de préstamo para carro se desarchiva de repente. Lo invitan a una conferencia sobre las ventajas de caminar 30 cuadras diariamente.

Ellas te quieren en la calle.

Pero sin pedalear.

martes, 19 de febrero de 2008

Pedalazos 7: Verde en la vía


Lo estoy viendo. Solo en su estudio frente a la mesa de dibujo. Sobre ella, el plano de alguna ciclorruta, cuando era apenas una idea. En su mente creativa los sueños van tomando forma. Un larga acera con tramos para cada uno. Espacio libre para el peatón. Vías demarcadas para los ciclistas. Y con el doble objetivo de decorar y proteger, altos y frondosos árboles a la orilla del andén.

Este diseñador o arquitecto anónimo tuvo la posibilidad de concretar sus diseños. Tomó los andenes, construyó las ciclorrutas, señaló los caminos y sembró los árboles. Dentro de unos años, todo será una hermosa realidad.

Pero hoy, la parte vegetal de la infraestructura urbana no es una realidad, Es un estorbo con ínfulas de amenaza.

Resulta que para ser altos y dar sombra, los árboles tiene que pasar por un proceso de crecimiento. Y como las especies escogidas son frondosas, no solo aumentan para arriba, sino para los lados. El resultado es que ese tallo raquítico de hace unos años que a duras penas sobresalía de la matera, es hoy una vigorosa, amplia y floreciente copa, a metro y medio del suelo.

Y por ecológico que suene el asunto, el resultado real es que el usuario de ciclorruta se encuentra, periódicamente, con una hermosa rama verde a la altura de su cabeza que penetra al interior de la vía.
Esto puede ser muy bonito, pero convierte el monótono trasegar solitario por el camino en una especie de carrera de obstáculos. Entonces hay que agacharse. O sacar la cabeza hacia la izquierda. O probar la resistencia del casco. O en casos extremos, pasarse al otro carril.

Y si por el otro carril viene algún ciclista a la velocidad adecuada para lo que en “Viaje a las estrellas” llamaban rumbo de colisión, el juego se vuelve más complejo. Las dudas llenan la mente del primer usuario. ¿Freno? ¿Me paso a la zona peatonal? ¿Hago un cruce rápido para recuperar mi carril? Demasiadas dudas para un ser humano cuya única preocupación es llegar a alguna parte.

El problema tiene una variante interesante en la Avenida Eldorado, donde los árboles están en la mitad de la ciclorruta, en aquellos puntos donde la vía se abre en dos. El desafío es ¿Me agacho? ¿Me paso a la zona verde? ¿Saco la cabeza hacia la derecha? ¿Me arriesgo a ser despeinado?

(Y que conste que no menciono al personaje que por andar pensando en otras cosas, no está pendiente de los obstáculos aéreos inesperados, y solo se entera de su presencia cuando sufre al ataque de las ramas asesinas)

Claro que puede existir una solución alterna. Que alguien pode esos árboles, para que dejen de estorbar y hagan aquello para lo que fueron creados, adornar. Así el sueño de nuestro diseñador anónimo continuará su camino hacia la realidad, y el verde en la ciclorruta perderá su actual y amenazante tono.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Pedalazos 6: Zona de parqueo


Moverse en bicicleta es relativamente fácil. Parar también. La cosa empieza a ponerse peluda en el momento de la separación. De cuando el binomio pasa a ser dos unimonios. Uno queda en la calle, convertido en víctima potencial de todo tipo de agresores. El otro es usted y ha tenido que dejar la bicicleta parqueada. Sí. ¡parqueada!

Porque una cosa es tener el vehículo al lado de uno, o a pocos metros, o tras un vidrio, o con media llanta asomándose por una puerta. Ver para creer, dijo el apóstol. Si yo veo la bicicleta, creo que no le va a pasar nada. Pero si no la veo, tengo que dejarla ¡parqueada!

De entrada hay que decir que los parqueaderos para bicicletas escasean. Y no se ven muy seguros. Más aún cuando en algunos hay un letrero que advierte que “no nos hacemos responsables por las bicicletas”. Así que dejarla allí gradúa al ciclista de irresponsable.

Pero bueno, en esos sitios por lo menos hay alternativas. En otros el letrero dice “prohibido entrar bicicletas”. Pasa mucho en las entidades financieras. Debe ser algo personal. Supongo que a los presidentes de bancos no les gustan las bicicletas, así como a los ciclistas no les gusta pagar intereses.

El problema es que el usuario principal de las bicicletas suele ser el mismo de las ventanillas bancarias, el mensajero. Entonces llega mensajero a banco y banco le avisa que no puede entrar bicicleta. Opciones:
Tortículis: Se deja la bicicleta en la puerta, y cada cinco segundos se voltea la cabeza para asegurarse que todavía está allí.

Nueva dimensión. Se camina para atrás en la fila.

Encadenados: Se busca una reja, un poste, o un arbol y se le coloca la cadena. A propósito, existen cadenas para todos los gustos. Desde unos sofisticados seguros con varillas de acero que valen más que la bicicleta, hasta la versión estrato 1: medio metro de cadena vieja y un candado japonés. Las guayas de moto envueltas en manguera también son muy populares.

Efecto envidia: Para lograrlo se necesita tener una bicicleta más bien baratica, sin mayores infulas, que se vea vieja. Pintura descascarada, remiendos con cinta aislante o de enmascarar completan el efecto. Se busca un banco donde haya llegado antes otro ciclista. El vehículo que nos antecede también debe superarnos. Que esté bien pintado. Brillante. Con cambios. Algo envidiable.

Se pone la vieja y acabada carcacha en la que nos movilizamos, al lado de la espectacular todo terreno.

Y que escojan los ladrones.

viernes, 8 de febrero de 2008

Pedalazos 5: Sobredosis de años


Cuando se es joven y lleno de energía, el deporte es salud. Cuando no se es joven, el deporte cansa. Montar en bicicleta es un deporte. Luego, cansa.

Algo tan obvio no se descubre sino en aquella mañana en la cual, desafiando la lógica, el sujeto o sujeta decide cambiar su tradicional bus, buseta, carro o transmilenio por una bicicleta, aprovechando las pomposas ciclorrutas.

Descubrir las ventajas del pedaleo lleva explícito sus desventajas. Por cada pedalazo saludable hay peatones despistados, viento en contra, subidas, cambios que se traban, mancha de grasa en el pantalón, taquicardia y mosquitos al acecho de su boca abierta.

Echando a perder se aprende, dijo el capitán del Titanic. Y así como el primer día las dos ruedas llevarán a casa un despojo humano, poco a poco irá aprendiendo los trucos para sobrevivir -a veces es literal - en medio de la novedosa red de vías especializadas.

Correr en bicicleta cansa. Más cuando es en subida, o cuando el viento va en contra. Pero incluso en bajada o en plano, si uno no es Lucho Herrera no debe tratar de emularlo. No solo porque al otro día amanecerá sin piernas, sino porque múltiples peligros obligan a frenar y entre más rápido se vaya, más dificil es detenerse. Pura inercia.

Los cruces de ciclovía no son todos iguales. Hay cruces para ciclistas en los cuales usted tiene la prioridad, y ni siquiera necesita bajar la velocidad. Cruces en los cuales usted tiene la prioridad pero a nadie le importa, así que hay que bajar la velocidad o parar. Cruces donde usted no es un ciclista, es un peatón y debe pasar lentamente, zigzagueando entre carros. Cruces que son un verdadero reto (el de la calle 63 con 30, por ejemplo). Cruces que están llenos de sorpresas - traducción en cualquier momento aparece un carro o un ciclista. Es decir, que cruzar es un arte.

Las vías también tienen sus sorpresas. Postes en la mitad. Huecos. Cambios intempestivos de piso - del suave pavimento a la te te te tembladera del ladrillo - o finales inesperados (calle 63 frente al parque El Lago de occidente a oriente). A fuerza de recorrerlos, dejan de ser imprevistos y se convierten en obstáculos sorteables. Pero la primera vez pueden implicar un nada poético contacto con la triste dureza del asfalto urbano.

Usted ya sabe que no puede correr. Usa casco. Respeta todos los semáforos. Se cuida en cada cruce. Tiene pito para advertir a los peatones despistados. Lo felicito. Ahora recuerde que en la misma calzada hay jóvenes - nada personal, pero solo ellos tienen el físico - que corren, hacen locuras, se atraviesan, no respetan, etc, etc, etc.

Cuidese de ellos. Déjelos pasar. No les diga nada.

Pero por encima de todo, nunca trate de seguirlos.

Reconózcalo.

Usted ya no está para esos trotes.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Pedalazos 4. Experiencias de pavimento

No es lo mismo montar en bicicleta que andar en bicicleta. Lo primero consiste en desafiar la ley de gravedad en un trípode sin tri. Muchos sabemos hacerlo pero pocos sabemos como se hace. O de repente ninguno. En fin, esto no es un tratado de física.

El hecho es que hubo un momento sublime - normalmente en la infancia - en que nos soltaron y no nos caímos, precedido, por cierto, de muchos en los que nos soltaron y sí nos caímos. Unas cuantas prendas remendadas y el recuerdo del ardor del mertiolate llevan la carga de la prueba de que tampoco es tan fácil como queremos hacerle creer al aprendiz de turno.

Pero volviendo al tema central, después del aprendizaje vino la práctica. Y muchos hicieron el curso completo. Pero muchos no. Y ahora con la red de ciclorrutas, las ciclovías, el Día sin Carro y demás estrategias ciclo promocionales, se despertó una fiebre del pedal a la cual más de uno se mete sin estar preparado para ello.

Porque parodiando un comercial, para saber pedalear por la vida, hay que haber pedaleado. Uno no se acuesta usuario de bus y amanece Cochise. Para subirnos de estrato, cambiar el “clotch” por el calapié tiene su ciencia. O mejor, su proceso de aprendizaje. Y en este, la letra con raspón entra.

Porque para ser ciclista urbano - categoría distinta al usuario de ciclovía, o al competidor - se necesita, primero que todo, conocer el piso. Unos cuantos “tiestazos” tiemplan el espiritu y enseñan que uno no debe hacer idioteces como frenar en seco solo con la llanta delantera, creerse campeón mundial de ruta, ir demasiado pegado al andén o mirar hacia los lados en una calle con huecos, piedras o cualquier obstáculo.
Aunque - por suerte - vivimos en el mundo de las ciclorrutas, de vez en cuando hay que bajar a la calzada. Y hacerlo implica conocer trucos como calcular la velocidad, tamaño y distancia del carro que viene atrás solo con el sonido. Poder girar la cabeza 180 grados en menos de un segundo. Y, por encima de todo, reconocer al conductor que piensa que el ciclista puede ser su hijo, y dejar pasar al que opina lo mismo, pero es un mal padre.

Su madre -y en este caso sí es la suya - requiere unos cuantos saludos por haber hecho cruces incorrectos, cálculos equivocados de la velocidad, o maniobras complejas de una sola mano el día que se atrevió a ir por la gaseosa en bicicleta.

Y en algún momento de la vida uno debe quedarse sin frenos por culpa de la lluvia. Es ese instante inolvidable en el que se apretó el manillar de atras y no paró, se apretó el de adelante y no paró y se alcanzó a musitar un avemaría (u otro adjetivo) antes de darse de jeta contra la buseta que iba enfrente. El de la buseta ni se enteró, mientras que el manubrio quedó mirándonos a los ojos, la llanta como bailarín de hula hula y la dignidad por el piso.

Cuando haya pasado por esto, se habrá graduado de ciclista.

En caso de que haya sobrevivido.

martes, 5 de febrero de 2008

Pedalazos 3. Invasores


En los debates en torno al uso adecuado de las ciclorrutas, el título de invasor se lo colgaron al malo equivocado. Se sindica a las motocicletas, a los vendedores, hasta a los carros, Y aunque es cierto que de vez en cuando uno de estos le coge confianza a algunos metros de la vía para el velocípedo (que no es una grosería, sino un sinónimo rebuscado) el verdadero peligro de las mismas no tiene ruedas sino pies. Dios libre al ciclista del peatón despistado.

Supongo que el razonamiento de este personaje es que así como un peatón no se puede estrellar con otro - o si lo hace, las consecuencias son mínimas -, en el caso de las bicicletas y la infantería de vía pública pasa más o menos lo mismo.

La clase de física y aerodinámica demuestra fácilmente que con el mismo esfuerzo de dar un paso se produce un pedalazo, que origina más velocidad, más fuerza y más posibilidades de que el peatón despistado termine en el piso. Pero eso a él no le importa, porque en su mente hay otras cosas que lo ponen a caminar sobre la cinta asfáltica de medio andén mirando hacia abajo, hacia los lados, hacia arriba o hacia cualquier parte. Bueno, a cualquier parte excepto a ese ciclista que le hace señas, le grita, le pita y finalmente le frena, lo esquiva o... casi nunca pasa, pero factible es.

Esto de los peatones despistados tiene sus categorías. Esta el atolondrado mayor, que no se entera de que está en una ciclorruta hasta que queda cara a cara con el ciclista de turno. También el combo de amigos, quienes en una fila compacta abarcan no solo la vía para los de dos ruedas sino el andén, agregándole al bloqueo el cierre de vías alternas.

Claro que estos por lo menos dan tiempo de reacción. No ocurre lo mismo con el del bus. Bien sea porque se baja de repente sin mirar para ningún lado - o para el lado contrario de donde viene el ciclista - o porque está en el andén, ve venir su bus y sencillamente se lanza a cogerlo, olvidando -si alguna vez lo supo- que entre el transporte publico y él hay un ciclista a punto de estrenarse como acróbata.

La niñez, divino tesoro, es fuente constante de sustos y peligros. Lo primero que se enseña a un niño es no correr por las calles, pero son muchos los que no saben aún que tampoco deben correr por los andenes en los que haya ciclorrutas. En cualquier momento aparece un niño. Secuencia: niño, frenazo, susto, madrazo, y regaño. Pero no siempre al pequeño. A veces, el regañado es el ciclista.

Y no hablemos de quienes tienen un grave problema semántico. Piensan que coche de bebé y bicicleta son sinónimos, o que carretilla -sobre todo de las que se usan para mover canastas de cerveza- son sinónimos. La lógica de estos personajes es que si tiene ruedas y no tiene motor la ciclorruta es para ellos. ¿Y el ciclista? A conjugar el verbo esquivar.

Se le reconoce al peatón que en algunos tramos de la red al Estado se le fue la mano y le dejó muy poco espacio. Pero en otros, el concepto de ciclorruta es una línea pintada en el suelo que nadie respeta. Insisto en lo de nadie. Ejemplo, la carrera 13 entre calle 63 y 60. Los usuarios de este pedazo saben que ahí no hay nada que hacer, porque sus dos ruedas tienen que compartir el espacio con suelas para todos los gustos. Tanto, que el Estado finalmente optó por poner avisos para que los ciclistas se bajen de la bicicleta ...en la ciclorruta. Esa pelea ya se perdió

Es el paraíso del peatón despistado.