Son adolescentes. Se les ocurre una de esas ideas cuya
estupidez solo se hace evidente a medida que pasan los años. Volarse del
colegio durante el recreo por la cerca ubicada detrás del salón de música . Y
así lo hacen: primero el Gordo, luego el Flaco Barinas, después el Feo Calero.
Pero cuando le toca el turno a Bonilla,
algo lo detiene.
Nunca se supo quien los había delatado, pero la siguiente
escena es en la rectoría, con padres a
bordo. El prefecto de disciplina
enumera la larga lista de violaciones al reglamento; salir del colegio, invadir
propiedad ajena,… Y cuando algún progenitor intenta defender a su hijo,
pone como ejemplo a Bonilla: “Ellos sabían lo que hacían. Y pudieron echarse
para atrás, como lo hizo este muchacho”.
A este muchacho no lo dejan hablar para explicar por qué no
atravesó la cerca. Justo en ese momento se le cayeron las gafas y, mientras las
buscaba, llegó el prefecto. Tampoco es
que se esfuerce mucho por decirlo, pero si le hubieran preguntado hubiera dicho
la verdad. Pero como los adultos
presentes no necesitan verdades sino ejemplos, nadie parece interesado en
conocer detalles.
Muchos años después,
en la universidad, un pequeño grupo de estudiantes protesta. La intervención de
la Policía termina con detenciones, que a la vez convierten en masiva la pequeña
manifestación. A la causa terminan adhiriendo jóvenes de múltiples facultades e
instituciones, grupos políticos y organizaciones, mientras que la opinión
pública se inclina mayoritariamente a favor de los detenidos. Uno de ellos es Bonilla, quien llegó al sitio para cobrarle a uno de los protestantes la plata
que le debía por la venta de una bicicleta. Justo en ese momento apareció la Policía y se llevó a todos los presentes. Y aunque Bonilla le cuenta eso a todos los que preguntan,
quienes no lo hacen siempre son más, de manera que su nombre queda inscrito en la lista de
los valientes.
Esta aureola de héroe para quien simplemente está en el
lugar equivocado a la hora precisa reaparece periódicamente. Hay algo mítico en la manera como Bonilla "prefirió" quedarse trabajando con el proyecto social de una ONG, pese a la
jugosa oferta económica de una multinacional. Principios antes que dinero,
dicen sus admiradores cuando narran la historia. Si él está presente, narra lo
que de verdad pasó. Estaba listo para firmar pero faltaban documentos, y mientras
fue por ellos le dieron el puesto a un recomendado. Pero, nuevamente, pocos
quieren escuchar esos detalles.
Como el día en que se quedó dormido y no llegó a firmar la
carta de apoyo al alcalde corrupto, promovida con fines políticos. O cuando se
equivocó de fecha y no fue a la fiesta de bienvenida al nuevo jefe, situación
interpretada por los demás como un ejemplo de dignidad. Una vez abandonó la sala de reuniones para ir
al baño antes de que el líder, en tono dictador y prepotente, advirtiera que
quien no estuviera con él debía retirarse. Y para ratificar su punto de vista
–equivocado, como lo demostraron los hechos– cerró la puerta con llave. Bonilla
no pudo entrar, el error le costó millones a la empresa y él quedó como el
único que se había atrevido a cuestionar la decisión errónea.
Hay que repetirlo, él nunca ha distorsionado la realidad
cuando le han consultado sobre los hechos. Ahora, ya jubilado, de vez en cuando se encuentra
con alguien que lo felicita en tono entusiasta por alguno de los mitos que se
han forjado alrededor de su persona. Consciente de que está a punto de
traumatizar a su interlocutor, toma aire, lo mira directo a los ojos y le dice:
“Ojala hubiera sido así, pero la verdad es que"...