miércoles, 29 de noviembre de 2023

¡Pica huevo duro! ¡Pica!


Los  visitantes a la casa de Pardo a veces divisan, en un rincón de la cocina, la desordenada acumulación de cortadores de huevos duros. Los hay metálicos, plásticos, en combinación de materiales, artesanales, industriales, con diseño para tajadas, cuadritos y julianas. La gran mayoría son manuales, pero por lo menos dos funcionan con energía eléctrica.  Incluso existen algunos con formas particularmente creativas, como la silueta de una gallina o una especie de juego de cuchillos acanalados pero de plástico.  

Lo curioso es que Pardo no ha invertido un peso en estos utensilios de cocina, los cuales tampoco utiliza.  En materia de huevos, su gusto y los de su familia van más por el lado de los pericos, los fritos y las tortillas. Tampoco tiene ningún negocio de venta, distribución o almacenaje. Entonces, ¿de dónde salieron?

Recapitulemos. Pardo es un buen tipo. Eficiente, buen compañero, responsable con sus resultados y siempre presto a colaborar donde se le requiera. Por eso, cuando iba a cumplir sus primeros 20 años de servicio en la organización, la directiva propuso un homenaje, al que sus colegas adhirieron gustosamente.

Primero iba a ser un acto sencillo, al cierre de la jornada del viernes. En la misma oficina, discurso del jefe, ponqué, vino y una placa o un pergamino. Los que quisieran seguirla lo harían bajo su propia cuenta y riesgo. Pero eran buenos tiempos así que la gerencia se metió la mano al dril, arrendó un espacio e invirtió en comida y licores. Alguien propuso la idea de darle regalos al reconocido. Los convocados acogieron la propuesta discretamente, por mucho en complicidad con dos o tres compañeros, acudiendo a almacenes especializados, distribuidores en línea, vendedores callejeros y plazas artesanales.

A última hora, hasta la gerencia optó por complementar la placa destinada a Pardo con algo más útil. El día del evento el primer regalo en la fila fue el de Martina, secretaria eterna. Para silenciar el coro de “que lo abra, que lo abra” el festejado rasgo el papel, lo que reveló un picador plástico de huevos.

Y al destapar el segundo regalo, había un instrumento metálico diseñado con el mismo objetivo. Y el tercero fue una versión artesanal. Así, uno tras otro, comenzaron a materializarse implementos nacionales, importados o de origen incierto creados para reducir a pequeñas formas el alimento de origen avícola después de pasarlo por agua hirviendo. Un silencio cada vez más incómodo se escuchó en su máxima expresión al llegar al obsequio mayor, el de la gerencia, un complicado y modernísimo aparato eléctrico para… rebanar huevos duros.

Unos días antes del homenaje, durante la pausa cafetera de la tarde, alguien puso el tema de aquellos objetos del pasado que hoy en día son solo recuerdos. Pardo, inocentemente, solo por participar de la conversación, evocó algo de su casa familiar. Unos artefactos acanalados donde se ponían los huevos duros para luego aplicarles una rejilla y convertir la tradicional forma oval en picadillos varios.

El comentario no duró más de 20 segundos. Y lo escucharon unas tres personas. Pero ya era tarde. Cuando el teléfono roto se conecta no lo apaga nadie. Algún interlocutor —o todos— comentó que Pardo recordaba los picadores de huevos. Quienes retransmitieron cambiaron la palabra recordar por añorar, término que en una nueva versión se convirtió en desear. Llegó un momento en el que toda la organización “sabía” que el futuro homenajeado necesitaba urgentemente un picador de huevos, que llevaba años intentando infructuosamente conseguirlo y que el sencillo implemento evocaba un recuerdo de su difunta madre.

El resto de la historia ya lo conocemos. La mamá de Pardo, por cierto, está más saludable que nunca. 

Y tampoco le gustan los huevos duros.