jueves, 14 de enero de 2010

Descanse en paz,don Pérez (2 de 3)

((Segundo acto))
Sinopsis. El protagonista fue en su carro nuevo al entierro del pariente lejano de la mujer que quiere conquistar. Tras la misa arrancan hacia el cementerio, y en medio del desorden a bordo se su carro quedan la viuda, la solterona de la familia y el gordo desconocido. Arranca el cortejo.))

Carros van, carros vienen. Se cruzaron los dos entierros saliendo simultáneamente. Yo dudaba un poco, pero el gordo me ayudó y me dijo con toda seguridad: “Váyase detrás de este”.

Y eso hice. Arranqué detras de una camioneta verde. En momentos como esos no es mucho lo que a uno se le ocurre para decir, así que todos íbamos en silencio. La caravana marchaba lentamente, como corresponde a su solemnidad y gravedad.

Doña Pérez mantenía una actitud digna y estoica mientras la solterona apretaba su mano. El tipo gordo miraba enfrente y yo pensaba que era una situación muy irónica trabajar toda la vida para terminar en un carro gris camino al cementerio.

Por supuesto, me refería a don Pérez, ese que iba adelante en la carroza negra que acaba de tomar la curva. Usted sabe que a uno se le graban detalles secundarios. Cuando llegamos a la iglesia, vimos el carro mortuorio de Don Pérez. Yo tenía la idea de que todas los vehículos que se dedicaban a esos eran negros, pero no, este era gris. Y el que iba adelante de nuestra caravana era negro. Claro, habían sido muchos funerales, de repente no recordaba bien. Y ni modo de decirle algo a la viejita.

¿Qué hacer?... Sí, lo hice. Espere a que nos parara un semaforo, me abrí a la izquierda y aceleré hasta llegar a la cabecera del cortejo donde trasladábamos los restos mortales de "María yo no sé que" a su última morada.

El conductor del carro que estaba justo detrás de la carroza nos miró con cara de extrañeza, mientras el gordo le hacía una especie de saludo antes de voltear a preguntarme que por qué me había adelantado así. Pero antes de que yo respondiera, la solterona dictaminó en voz alta.- “Nos equivocamos de entierro”.

El gordo replicó: “Como así, ahí va mi tía”.

Exacto. En el caos de la salida de las exequias, el gordo... Déjeme tratar de ser preciso y exacto. Digamos que había un entierro A y un entierro B. Doña Pérez, la solterona y yo éramos deudos del entierro A. El gordo era deudo del entierro B. Como el entierro A y el entierro B salieron al tiempo, El gordo creyó que nosotros eramos del entierro B y se subió a nuestro carro. Yo pensé que el gordo era del entierro A y por eso confié cuando me señaló el cortejo equivocado para nosotros, pero correcto para él.

Empezamos a discutir, primero sin mayor lógica, pero poco a poco se fueron definiendo las posiciones. La solterona exigía que partiéramos de inmediato en busca de Don Pérez. El gordo pedía que alcanzáramos la caravana para que él pudiera subirse a un bus de sus honras fúnebres. Yo intenté dar mi opinión pero ya el asunto se había reducido a un enfrentamiento entre dos.

Y Doña Pérez no decía nada.

No tengo idea de cuanto tiempo pasó. pero un pitazo nos devolvió a la realidad. Estábamos en el carril izquierdo de una calle, bloqueando el tráfico y mientras discutíamos la caravana de la tía del gordo se había ido. Yo era el conductor y el dueño del carro, así que decidí poner orden y mandé callar a la solterona y al gordo. Luego le dije que lo dejaríamos en algún sitio donde pudiera alcanzar su entierro mientras nosotros buscábamos el nuestro. “¡Y punto!”
“Ahora Gordo- en algún momento había empezado a llamarlo así - dónde es su entierro”.

“No sé”.

De las cosas que se entera uno. El hombre había sido llamado a última hora, apenas había tenido tiempo de llegar a la iglesia y nadie le había dicho en que cementerio iban a sepultar a la tía.

“Bueno, bueno. Señora -me dirigía a la solterona- dónde es el de ustedes”.

- “No sé”.

Resulta que la solterona había estado tan ocupada cuidando a doña Pérez que no había averiguado en que Parque Cementerio iban a enterrar a don Pérez.

Última esperanza. “¡Doña Pérez, donde van a enterrar a su marido”: “Pérez debe andar por allá en la finca. Nosotros tenemos una finca, sabe” y siguió hablando.

Claro, por eso estaba como tan tranquila. La viejita tenía Alzheimer y no era consciente de lo que pasaba a su alrededor.

Usted me dirá. ¿Y por qué no llamaron al celular de alguien? ¿Se acuerda que el carro nuevo era mío? Cuando uno compra carro se queda sin plata para otras cosas, comprar minutos adicionales, por ejemplo. La solterona no usaba celular y el gordo se hizo el pendejo. Y en medio de la ofuscación a ninguno se le ocurrió buscar algún vendedor de minutos.

La solterona estaba segura de algo. A Don Pérez lo iban a llevar a un parque cementerio. Recordaba que unos años antes él había bromeado con el cuento de que al fin tenía finca raíz, pues siempre había vivido en arriendo cuando compró el lote para su tumba. El asunto era en cual parque cementerio, el del norte, o el del sur.

¿Qué el gordo que? A esas alturas ya se había resignado. Total era una tía lejana que no le importaba. Además, miraba constantemente por el retrovisor a la solterona.

La única esperanza era Doña Pérez. El asunto es que ella parecía un viajero del tiempo, porque cada vez que abría la boca estaba en una época diferente. A veces era una niña, otras una adolescente, otras la recien casada en un monólogo inconexo en el que, milagrosamente, aparecieron en una sola frase dos palabras mágicas, lote y norte.

(Continuará)