Patricia
trabaja como secretaria en una universidad. Un día la invitó a salir el
profesor de Microbiología II. Alto, barbudo, mono, de ojos verdes, un poco
descachalandrado pero atractivo. En honor a la verdad, ella llevaba meses
haciéndole insinuaciones hasta que por fin.
El
profe insistió en recogerla en su casa. Patricia se puso la pinta
conquistadora: tacón alto, falda corta, medias veladas con bordados. Al filo de
la hora oyó el timbre. Era él. Los mismos bluyines y tenis de siempre. La único
raro era la ¿bicicleta?
Sí, la
bicicleta, el vehículo no contaminante y saludable en el cual se iban a
transportar hasta el centro de la ciudad (50 cuadras al sur), para almorzar.
Patricia tuvo
que maximizar sus habilidades diplomáticas para convencer al barbudo de que era
mejor acudir a otros medios de transporte, pero finalmente lo logró. Claro, la
solución fácil hubiera sido cambiarse, pero pudo más la vanidad. Sobre todo por
la insistente forma en que él le miraba las piernas
Lamentaría
eso.
Después de
caminar 10 cuadras con sus kilométricos tacones, Patricia imploró una pausa. El
barbudo se declaró enemigo de las tiendas repletas de paquetes no
biodegradables y azucares tratados con químicos, así que tuvieron que recorrer
otras 10 cuadras hasta que encontraron un parque. Y el seguía mirándole las
piernas.
Se sentaron en
una banca rodeada de arboles. Había, de cualquier forma, un bonito sol. El
sonido de los niños jugando daba un toque especial al ambiente. Y mientras ella
se recuperaba, sintió la pesada mano sobre su pierna derecha.
- ¡Como se le
ocurre!
Patricia
enmudeció. Medio segundo antes de que ella gritara, el barbudo lo había hecho.
Algo no funcionaba. Si el abusivo era él... ¿Por qué parecía tan bravo?
- Nylon, eso
es nylon. Pensé que podía ser seda. Eres una chica plástica, sabías. Porquerías
como esta son las que acaban con nuestros ecosistemas. Cuando deseches estas
medias nunca desaparecerán. Se quedarán allí, para siempre, ensuciando el
planeta. ¿Esa es la herencia que le quieres dejar a nuestros hijos?
Como lo de
nuestros hijos sonaba peligrosamente a invitación, Patricia optó por despedirse
cortésmente, subirse al primer emisor de gases contaminantes (bus) que encontró
y retornar a su casa.
Así, nuestra
secretaria aprendió una lección.
No todos los
hombres miran las piernas de las mujeres con buenas intenciones.
Algunos
quieren salvar el planeta.