martes, 12 de septiembre de 2017

El insulto perfecto

Es un hecho. Esa era la palabra. Esa es "la" palabra.

Se trata del sonido. Suena exactamente a “eso”.

Quien la escucha siente claramente la intención ofensiva de parte de la persona que la pronuncia, así el asunto no sea con él (el oyente).

Alguien, en alguna parte, tiene el mérito y los derechos de autor.

La idea tal vez no es original. Utilizar el nombre de una enfermedad para insultar.

Hay variantes clásicas. “ese tipo es un cáncer", por ejemplo.

Pero seamos honestos, cáncer es una ofensa elitista. Y hasta filosófica. Demanda una breve reflexión antes de sentirse injuriado.

Otras dolencias, más allá de su gravedad, definitivamente no tienen la sonoridad para clasificar como insulto.

O que tal interpelar a alguien con “usted es mucha hepatitis”.

O “usted es mucha fractura”.

O “grandísimo diabetes no se meta conmigo”.

Tampoco funciona en automático con las ETS (enfermedades de transmisión sexual).

“Venga y me lo dice en la cara, sífilis”… no convence.

Incluso la más temible de todas requiere contexto. Si a alguien le gritan ¡Sida! ¿Se sentirá injuriado? Talvez si le dicen “Acaba más que un sida”, o “es más dañino que el sida”.

Y ni hablar de la denominación científica y políticamente correcta de VIH. Imaginemos esto “¡No sea tan VIH!”.

En cambio, el nombre de esa enfermedad en particular es perfecto para efectos ofensivos.

Es más, combina con otros términos tradicionalmente utilizados con ese fin, incluyendo aquel aclamado universalmente como “la grande”.

Nos referimos, como no, a aquella cuya sigla corresponde en el mundo de la física a la potencia medida en caballos de fuerza.

Al unirla con la palabra que nos convoca, el resultado es casi musical. Tal vez musical al estilo de un rock pesado y discordante, pero musical, al fin y al cabo. 

No tengo idea de qué se necesita para ser Académico de la Lengua. Pero si es por aportes al lenguaje, postulo al que tuvo la idea.

O mejor, al que lo hizo por primera vez, porque existe una razonable posibilidad de que no haya sido un proceso, sino el resultado de un momento de efervescencia y calor.

Especulo que en un ambiente agresivo, movido por la rabia del momento, nuestro académico por méritos simplemente lo hizo.

Convirtió en insulto la que hasta ese día era solo una enfermedad contagiosa de origen bacteriano, que se transmite por vía sexual y se caracteriza por un flujo purulento de la vagina o de la uretra.

El insulto perfecto, sonoro, ofensivo, poderoso.

Esa era la palabra. Esa es la palabra.

O quien no se va a sentir injuriado cuando le dicen “gonorrea”.