sábado, 24 de enero de 2009

Una boda perfecta (1)

La mamá de Patricia, las tías de Patricia y en general todas las mujeres de la familia querían que la boda de su hija, sobrina, hermana o familiar, Patricia, fuera perfecta. Aunque su opinión no interesa para nada, hay que anotar que Gerardo, el prometido, hubiera preferido hacer fila en una notaría y almorzar pollo asado. Pero, repetimos, su opinión no importa para nada. El sólo es el novio.
Para el día de arras todo estaba listo. Jacobo, el primo industrial iba a prestar su BMW, e incluso se había ofrecido como chofer. La novia tenía pensado salir de la casa de la abuela, la cual, aunque ubicada en un barrio venido a menos, era imponente y señorial.
La iglesia iba a ser adornada con ramos de flores. Gerardo ya había alquilado la respectiva sacoleva (que él llamaba despectivamente “colepato”). Seis hermanos que conformaban un conjunto de cuerdas darían la solemnidad necesaria tanto a la ceremonia como a la recepción posterior, programada en un salón social lo suficientemente vistoso.
Las nubes grises que impidieron ver la madrugada del día del himeneo fueron vistas con preocupación por la abuela, especializada, por su amplia experiencia maternal, en pensar siempre lo peor. Sin embargo, al ser absorbida por la rutina de preparar la ropa, peinar a la niña, dotarla de algo prestado, algo robado, algo nuevo, y de ponerle el complicado vestido de novia transcurrió la mañana.
Los agüeros fueron lo más fácil. Algo nuevo, la totalidad de la ropa interior. Algo prestado, una vieja gargantilla de la abuela. Y algo robado, unas hebillas, sin mayor valor aunque de diseño poco común, sustraídas del tocador de una vecina particularmente antipática.
Muy a las 11 de la mañana golpearon a la puerta. Llegaban puntuales el fotógrafo, el tipo del video, y el primo Jacobo con su flamante BMW. Hasta el momento todo era perfecto, si no fuera por un comentario suelto del fotógrafo, “¿y se le tiraron la fachada, no mi señora?”
En efecto, la noche anterior, un ejército de grafiteros anónimos había llenado de letreros la pared frontal, la puerta, la parte de arriba de la puerta y todos los espacios posibles. Patricia, propensa a las lágrimas, empezó a hacer pucheros imaginando las fotos y el video de la novia apareciendo en medio de un mural político. Entre el camarógrafo y el fotógrafo lograron calmarla, asegurando que harían las tomas y las imágenes de tal manera que no se viera el entorno.
El primer ataque de histeria duró unos 30 minutos, al final de los cuales, el primo Jacobo salió a calentar el BMW. Un minuto después regresó con la respiración agitada, pidiendo a gritos un teléfono. No había BMW. Se lo acababan de robar.
Los gritos lastimeros de Patricia, quien juraba a los cuatro vientos que ya no se iba a casar, obligaron a la familia a tomar medidas drásticas. Era el momento de llamar a Gerardo.
((Continuará la próxima semana))