Martín lleva una semana levantándose
de madrugada y trasnochando hasta pasadas las 10. Ha sido un período de esos en
los que el trabajo se acumula, con las consiguientes secuelas de almuerzos
embolatados, sueños escasos y ligeros, estrés al por mayor y cansancio crónico.
Por eso, la llegada de un fin de semana libre -por fin- es recibida con una
esperanza de alivio por nuestro héroe.
El jefe, -en una inusual actitud-
le permite alejarse de su oficina más temprano que de costumbre. Es viernes en
la tarde, el sol brilla, y Martín va camino al paradero gozando de su anticipada
libertad.
45 Minutos después es viernes en la
tarde, cae un aguacero de los mil demonios, y Martín le saca la mano
inútilmente al décimo taxista que se limita a mirarlo con ojos de burla, antes
de apretar el acelerador.
Hasta ese momento, Martín ha sido
ignorado por tres buses, dos colectivos, 6 busetas y 10 taxis. Después de otros 45 minutos, y luego de
librar una lucha a muerte con una señora y sus ocho meses de embarazo, logra
finalmente subirse en un bus camino a su hogar. En ese momento son las 6 de la
tarde, y se perdieron completamente las horas libres adicionales dadas por el
jefe.
Martín llega a su casa cuando ya es
de noche. Obviamente, los 60 minutos de viaje (20 de recorrido y 40 de
trancón), los hizo de pie. Obviamente, el sólo quiera llegar a su casa y
echarse a dormir. Allá lo espera su
pequeño y tierno hijo de 5 años, quien el verlo se lanza en sus brazos al
tiempo que pregunta. ¿Papi, porque el pasto es verde?
Dos horas y 54 preguntas después, el
pequeño por fin se queda dormido. Entonces Martín se lava los dientes, va al
baño, le dice a su mujer "esta
noche, no, mi amor". se coloca la piyama, se asegura de que el despertador
está apagado, se acuesta a dormir apaga
la luz y... suena el teléfono
Es la hermana de Martín. Su casa -situada en el otro extremo de la ciudad- se está quemando.
Martín cumple con el protocolo de
estos casos. Se viste rápidamente, consigue un taxi, llega cuando ya los
bomberos han controlado el incendio, consulta a su hermana. y se lleva para su
casa a cinco sobrinos que esa noche no pegarán el ojo hablando de tan
emocionante experiencia. y empezarán a llorar cada vez que Martín trate de
alejarse de ellos.
Cuando sean las cinco de la mañana
los pequeños se duermen y él intentará hacer otro tanto. Y en efecto lo hará
hasta las 6 a.m. cuando su hermana, al otro lado de la línea, le recuerde que
él se comprometió a ayudar a remover escombros
Seis horas y media tonelada de
ceniza después, su cuñado llegará con una deliciosa carne del sospechoso asadero
del barrio. Dos horas después, Martín se encontrará en la EPS con
evidentes síntomas de intoxicación. 45 minutos más tarde, entenderá por primera
vez en su vida el significado de dos palabras: lavado intestinal.
Culminada la operación de limpieza,
y de retorno a su hogar, Martín tratará de conciliar el sueño, teniendo en cuenta
que los sobrinos fueron llevados a otro lugar. Sin embargo, ignorando las
recomendaciones médicas de abstinencia total, decidirá echarle un mordisco al
trozo de panela que se ve seductor en la mesa.
Al principio sólo sentirá como que
algo se cayó en su boca. Después palpará con la lengua y notará el hueco. Y el
dolor irá apareciendo lentamente, y le hará pasar una noche horripilante, entre
buches, calmantes, hielo en las mejillas y respiración entrecortada.
AI otro día su cara de desesperación
habrá llegado a tal nivel, que despertará los sentimientos piadosos del
dentista cuya residencia será visitada pasadas las seis de la mañana. A las
ocho estará anestesiado y curado. A las nueve intentará dormir. A las 10
llegará el vecino a recordarle el paseo a la finca.
Será la una de la tarde cuando
finalmente lleguen a ese peladero que su cohabitante de barrio insiste en llamar
finca. Martín aprovechará un descuido para echarse a la sombra del único árbol
utilizando ese promontorio tan bien ubicado como almohada.