Todo termina cuando ella se baja del bus. Lleva una capa de
base que camufla las no muy abundantes imperfecciones de piel. Sus labios
destacan con una notoria aunque no exagerada aplicación de pintalabios, y sus
ojos tienen ese toque de exotismo que se deriva de la combinación entre
pestañina y sombras.
Pero el hombre que la mira fijamente hasta que desaparece de
su campo visual no la admira por eso. La admira porque se trata de una mujer
completamente diferente a la que 40 minutos antes se subió al vehículo se
transporte público que los llevó desde la periferia al centro. Este tipo había
visto actos similares, pero con un elemento común. Ellas –no ella, sino las
otras ellas– iban sentadas. Pero era la primera vez que le tocaba una
metamorfosis en vivo y en directo con la protagonista de pie.
El bus era un vehículo articulado, de esos cuyo centro es un eje
giratorio (que se mueve) con una especie de mesón donde se pueden apoyar algunas cosas. Ella, cuyo nombre quedó en la ignorancia del observador y por
ende de las futuras generaciones, se apropió de un espacio en ese centro. un espacio mínimo. Ella no estaba sola. De hecho se acomodó en su rincón flanqueada por
dos gorilas chateando, una señora con paquetes, tres estudiantes enmochilados y un desfile de cantantes, vendedores
y mendigos que se relevaron para amenizar la ruta.
Y aun así ella se dio maña para sacar un espejo de mano y una
polvera con su respectiva almohadilla. Alternando, en una impecable
coreografía, sus movimientos con los frenazos y arrancadas del bus, se aplicó con uniformidad la base en el rostro.
Lo más sorprendente vino a continuación. Sacó un lápiz. Un
lápiz con punta. De esos que califican como arma punzante. Y lo manipuló
mientras dibujaba líneas alrededor de la pupila. El hombre se tensionó a la
espera de una tragedia que nunca llegó. Ella no engrosó el gremio de los
tuertos. De hecho trazó con precisión digna de dibujante técnico sendas líneas
alrededor de sus ojos. Procedimiento igual de arriesgado con otros
aplicadores permitieron esbozar sombras, resaltar cejas y darle a las pestañas un aspecto
curvado y coqueto.
A estas alturas el
mirón estaba con la boca abierta. Y
hablando de bocas, eso fue lo que vino después. Del bolso salió un kit de
pintalabios y pincel. Pintalabios de
esos que están en la frontera entre chica sexy y payaso. Solo es pasarse un
poquito de cantidad o ubicación para que los labios seductores y sensuales se
conviertan en espectáculo de circo. Para rematar, el señor conductor acababa de
descubrir que estaba por fuera de horarios, por lo que incrementó velocidad y
giros inesperados. Pero nada. Imperturbable, la mujer de cara lavada que había
abordado el vehículo terminó con precisión quirúrgica su proceso de latonería y pintura, como si
estuviera sentada en el tocador de su cuarto.
El hombre, que una vez intentó peinarse con la mano en el
bus y quedo como puercoespín la miró fijamente hasta que desapareció de su
campo visual. Confirmado. Hay cosas que solo las mujeres pueden hacer.