Albeiro tiene una historia buenísima, que no le puede contar a nadie. Todo comenzó cuando vio cierto aviso en el periódico. Decía masajes. La verdad es que estaba algo tenso... No, la verdad es que él sabía que a veces esos avisos escondían otra cosa. Y ese día le sobraba plata y le faltaban remordimientos.
Sin entrar en detalles, un par de horas después Albeiro estaba en una camilla, boca abajo, desnudo y con los ojos cerrados. Las manos expertas de una mujer joven, bonita y con poca ropa recorrían su espalda, sus piernas y zonas intermedias. La sensación era agradable. En cierto momento empezó a sentir su cuerpo sacudirse acompasadamente, como si alguien moviera la camilla. Estaba extasiado, estaba excitado, estaba.. ¡temblando!
Varios factores lo llevaron a entender que se trataba de un problema sísmico. Uno: el grito de la masajista. Dos: que cuando abrió los ojos no había masajista y la puerta del pequeño cuarto estaba abierta de par en par. Y tres, que la cama se movía, se movía y se movía.
El instinto lo sacaba de la casa. La decencia lo detuvo a mitad de camino, porque estaba desnudo. Volvió al cuarto y se puso un pantalón y un sueter al revés. Al salir, descalzo, vio a su masajista llorando mientras la calle se llenaba de gente. Fue un temblor largo -”el más largo de los últimos 20 años”- diría el noticiero.
Mas tarde comenzó el problema. Un grupo de amigos y amigas aterrizó en el tema del día: el temblor. Estaba en mi casa, dijo Patricia; en un centro comercial, señaló Roberto; por la calle en el carro, manifestó Freddy; en gimnasio, informó Claudia; en una... (silencio por parte de Albeiro).
El combo entero se quedó mirándolo. “En una... calle”. ¿Cuál calle?, preguntó Patricia. “Una calle... del centro...” ¿Y qué hacía ahí? consultó Roberto. “Iba a comprar... cigarrillos? ¿Y usted desde cuando fuma? interrogó Freddy. “Eran para... mi novia”. ¿”Tiene novia? indagó Claudia. Siiiii, cuente el chisme, corearon los amigos.
Albeiro pasó la mitad de la tarde hablando de una mujer inexistente. Esa primera experiencia lo motivó a diseñar una historia alterna. Decidió inaugurarla con su mamá. Estaba en un centro comercial. ¿En cuál?, ¿y qué compró? ¿y con quién estaba? ¿y por qué solo?
Durante los días siguientes, Albeiro ensayó versiones. En su casa, cruzando una calle, tomándose un café. Todas originaban una curiosidad morbosa por los detalles. El mundo parecía obsesionado por el qué, el cómo y el dónde de su relación con el temblor.
Y pensar que la realidad es una historia buenísima.
Lástima que sea inconfesable.