Apareció por primera vez hace 18 años, cuando yo dictaba
clases de Normas Técnicas. El centro docente respectivo decidió prescindir de
mis servicios, y, para evitarme el impacto de una notificación cara a cara,
tuvo el detalle de informarme su determinación mediante carta. Sin embargo tuve que acudir a la venerable
institución para confirmar mi despido, porque el destinatario de la misiva resultó ser un tal Jose Amílcar.
Y yo me llamo Jaime Amílcar. Jaime en homenaje a un tío
materno, y Amílcar por cuenta de un primo de mi papá, quien se perdió en la
selva en vísperas de mi nacimiento. Su desaparición es algo que debo agradecer,
porque me cuentan que la idea era bautizarme Sixto (disculpe usted don Sixto,
pero me quedo con Amílcar).
Durante muchos años compartir nombre con Amílcar Barca,
padre de Aníbal (legendario guerrero de tiempos antiguos) no me avergonzaba,
pero tampoco lo promocionaba mientras no fuera absolutamente necesario. Pero alguna vez se me ocurrió firmar una nota
periodística con mi segundo nombre. Y de ahí en adelante usé los dos, cada uno
por su lado o combinados.
Otro tanto hacen mis conocidos, quienes insisten en sumar a mis apelativos el Jose
Amílcar. Lo invocan personas que no se conocen entre ellos –y posiblemente
jamás lo harán–. Pero de manera espontánea llaman a mi teléfono y preguntan
“¿Hablo con Jose Amílcar? Así pasó con
el científico que entrevisté. O el celador de un edificio donde viví. (Don Jose
Amilcar, le llegó este sobre). O el jefe que habló media hora de lo que tenía
que hacer Jose, lo cual no me importaba,
hasta que caí en cuenta de que Jose era yo.
La distorsión nominal
es un efecto inmediato. Saludo, me presento con mis dos nombres, y tres minutos
después el interlocutor de turno se dirige a mí como Jose Amílcar. Sin dudarlo.
Le hago la corrección y días después recibo un correo electrónico que comienza,
“Hola Jose Amilcar, necesito que…”
Jairo, por lo menos, tiene una explicación fonética. ¿Cuál
Jairo? Vengan les explico. Me pasa mucho que me preguntan mi nombre y solo doy
el primero… mejor escuchemos una conversación que empieza así:
- Hola, por favor me comunica con el doctor.
- Hola, por favor me comunica con el doctor.
- Quien lo llama.
- Jaime.
- Claro que sí don Jairo, espere un momento.
- Jaime.
- ¿Qué?
- Que yo me llamo Jaime.
- Ah, disculpe don Jairo.
Eso pasa por teléfono y en persona. Reconozco que la
vocalización no es mi fuerte, pero he hecho pruebas y puedo dar fe de que con
los dientes apretados, la boca semicerrada, la lengua pegada al paladar: con
diferentes interferencias como ruido ambiente, zumbidos en el teléfono o
cantantes de rock ensayando al fondo Jaime puede sonar como Jairo, pero como
Jose, nunca.
Ni Jose como Jaime. Así que solo me queda preguntar.