El sujeto terminó encartado por pura casualidad. Sin tener ninguna vela en ese entierro lo cogieron cortico. Dijo que no, que no estaba ocupado. Entonces lo acorralaron con ...necesito un "favorcito". Parecía fácil. Solo era recibir un apartamento y guardar las llaves hasta que el titular, atrapado en las congestiones de transporte de una temporada alta, pudiera llegar y recibirlas. Aunque pensó en sacar el que sabemos, realmente le debía unas cuantas al interlocutor. Además tenía el tiempo. Puso una cara de resignación que nadie vio —en especial quien estaba al otro lado del teléfono— y se autorreclutó para la tarea.
El servicio empezó a sumar puntos negativos con la localización del inmueble. Era un edificio en el punto más alto posible, producto de la urbanización desaforada que asciende por los cerros que rodean la ciudad. Gran vista y aire puro para los residentes. Para nuestro sujeto, una larga y agotadora caminata en subida por un sector donde calles y carreras serpentean como laberintos entre los recovecos de la montaña.
El hombre llegó al piedemonte urbano e inició su escalada por calzadas cada vez más inclinadas. Mientras subía cayó en cuenta de que recibir apartamentos incluye verificar la luz, lo cual requiere bombillo. Y él no llevaba bombillo. Y que mientras pensaba en eso había subido otras cinco cuadras. Abajo, en el “llano”, había almacenes de cadenas y ferreterías, pero eso implicaba bajar —fácil— y volver a subir —muy difícil— .
Dos manzanas más arriba concluyó que, pese a ser un sector plagado de edificios, en algún lugar los residentes debían surtirse de lo básico. Apareció. Esa antigua casa donde una vieja vitrina exhibía comida chatarra, productos de aseo y demás surtido típico de lo que los expertos denominan canal tradicional y los demás llamamos tienda.
Lo que no se veía eran bombillos. Don Carlos, el tendero de turno, le confirmó que, tres cuadras más arriba, don Justino sí ofrecía esos productos. Lo cual Justino reconfirmó invitando a nuestro sujeto a volver, porque justo acababa de vender el último disponible. Claro que al lado del edificio nuevo (más arriba) había locales donde seguro conseguiría lo que buscaba.
En cierta forma Justino tuvo razón. El edificio nuevo era, precisamente, aquel donde iban a entregar el apartamento. Y si el sujeto hubiera buscado queso, papel de regalo, bocadillo, cinta pegante, minutos todo destino, papel higiénico, gaseosa, puntillas, curitas u otros productos de miscelánea todo hubiera sido perfecto. Pero de bombillos, nada.
Más allá del edificio nuevo y los locales solo había cerro. Resignado, nuestro sujeto bajó (literalmente) a buscar la luz. En descenso, por supuesto, rindió más, y pudo esbozar rutas alternas para simplificar el segundo ascenso. Ya en terreno plano llegó a un supermercado donde, tras vagar 15 minutos por los pasillos, finalmente encontró los bombillos, en una columna medio escondida entre los insecticidas y los desechables.
Con el producto en la mano, se lanzó de nuevo a conquistar la cima. Aprovechando lo aprendido durante el descenso, caminó seguro de sí mismo, siempre hacia arriba. Y hacia arriba, y hacia arriba hasta llegar a una calle cerrada. El celador de turno le explicó que para alcanzar su meta tenía que bajar tres cuadras y volver a subir más o menos cuatro. A estas alturas (en todo sentido), la descripción del sujeto incluía respiración entrecortada, ropa sudada, dolor en las piernas y voz interior que recordaba constantemente que si estaba en esas era por su propia decisión.
Ultimo esfuerzo. Casi rodando descendió y casi arrastrándose volvió a subir hasta coronar la meta. El encargado de la entrega esperó pacientemente los 20 minutos hasta que el encargado de recibir medio se recuperó y luego ambos subieron al apartamento… amoblado y totalmente surtido.
Surtido que incluía, por supuesto, todos los bombillos debidamente instalados y ensayados.
Pregunta al margen con alguna relación
¿Qué es lo peor de los jóvenes ciclistas urbanos?
La detestable, incivilizada, antiestética y vulgar costumbre de mostrarle los pantaloncillos al pobre e indefenso sujeto que está detrás de ellos.