martes, 5 de septiembre de 2017

Llega el Papa. ¿Dónde me escondo?

Se avecinan tiempos en los que cada guasap, cada chat, cada trino, cada entrada, cada programa, cada titular, cada comentario, cada voz radial, cada imagen televisiva, cada texto estará centrado, condimentado, o por lo menos relacionado con Francisco, el que vive en Roma.

Y más allá del credo religioso, la orientación política, la opción sexual, el color de la piel, el equipo de fútbol, los gustos musicales, las preferencias alimenticias, las tendencias a la hora de escoger zapatos y la ideología en materia de medios de transporte, de esta no se salva nadie.

No importa si es tímido o extrovertido, optimista o amargado, sociable o aislado, taciturno o expresivo, responsable o desordenado, piados o impío, religioso o librepensador, elegante o deportivo, reservado o espontáneo, culto o ignorante. Si vive en cualquiera de las cuatro ciudades está a punto de ser tocado por la visita del argentino que viene del Vaticano.

No se trata de ninguna vinculación mística. Se trata de las vías cerradas, los horarios trastocados, los servicios que no se van a prestar, las actividades aplazadas y suspendidas porque Habemus Papa, pero acá.

Ahora que el aterrizaje pontificio está pídiendo pista, son muchos lo que se preguntan: “Y yo, que no tengo nada personal contra Francisco, el que viene en Roma, pero que sencillamente me es indiferente… ¿Dónde me escondo?”

La buena noticia es que el lugar existe. Es el mismo sitio que acoge a los renuentes del fútbol cada vez que juega la selección. Es esa locación donde se refugian –aunque ya no tanto– quienes no le ven trascendencia al reinado de Cartagena y su parafernalia novembrina. Es el santuario de los que no ven Geim of Trouns (GOT para los conocedores), no tienen favoritos en el reality de moda y los que se han perdido todo lo que no se pueden perder. 

La mala noticia es que nadie sabe exactamente donde queda. Y como no hay forma de apartarse de la manada, la opción es hacerle frente. En cuyo caso, el destino inexorable es perder. Y por muenda. Por lo que vuelve la pregunta inicial.

¿Y yo, que no estoy en modo Papa ni me interesa estarlo, qué hago? Lo máximo en lo que se le puede colaborar es con un par de indicaciones sobre aquello que no funciona: Uno, llamarse Francisco. Desde el más íntimo de los amigos hasta el más reciente de los conocidos se siente en la obligación de hacer comentarios pontificios al respecto. Arrancan con un inocente “Ah, como el Papa”; pasan por un creativo (?) “Ahora que viene Francisco el bueno” o por lo menos se sienten obligados a hacer la inevitable aclaración, “pero usted no es el Papa”.

Dos: intentar esconderse o aislarse. Si usted es un ermitaño con caverna en medio de las montañas y dieta de raíces e insectos; o un multimillonario con isla propia en medio del Pacífico esta es la opción ideal. Pero como usted y yo somos asalariados que pagamos arriendo, almorzamos corrientazo y usamos transporte público, adivine.

Sí, estamos emPAPAdos.