La basura del pasado era eso: basura. Sucia, maloliente, asquerosa, desechable. Pero gracias a los diseñadores, parte de lo que se debe desechar porque no sirve se volvió simpático, estético, tierno y agradable. Ya hasta da remordimiento botar algunas cosas a la caneca porque... ¿y cómo voy a botar eso tan bonito?
Si no, miremos los empaques. Su uso debía ser sencillo. Sirven para guardar algo, y después van a la basura. O al reciclaje, que es una forma ecológica de disponer de los desechos.
Pues no. Ejemplo: los CD. Los que no traen música traen información o programas de computador. Y muchos se usan y después deben desecharse. Pero es que son tan redonditos. Y tan brillantes. Y tan coloreados. Así que el respectivo usuario ensaya portavasos gigantes, llaveros descomunales y adornos para árbol de Navidad hasta que descubre que si tuvo plata para comprar un computador y un equipo de sonido, la tiene para comprar portavasos, llaveros, y adornos. Pero da un remordimiento botar esos discos.
El síndrome de la basura bonita no es exclusivo de los empaques electrónicos. De hecho, se le puede atribuir a los frascos de perfume. A esos recipientes exquisitamente tallados diseñados para unas pocas gotas. Cuando eran pequeños se podían guardar. Pero crecieron, y siguieron siendo bonitos. Y gabinetes de baño repletos de frascos vacíos evidencian que cada mañana alguien piensa que debe botar eso pero... es que son tan bonitos.
Ni siquiera el áspero cartón se ha salvado. Ciertas empresas que venden pizza diseñaron unas cajas especiales que sirven, obviamente, para cargar pizzas. Quienes compran pizzas en esas cajas, después de comer miran los empaques y los ven tan bien diseñados, tan firmes, tan herméticos que algo en su interior les dice que algún día servirán. Y de hecho sirven para... llenar garajes, cocinas, e incluso comedores de cartón inútil. Pero bonito.
Dentro de los archivadores compulsivos de empaques existe una categoría antiética por definición. El “chiviador”. Dícese de aquel que guarda recipientes finos para utilizarlos en el mediano, corto o largo plazo con objetos ordinarios. Este traficante de dádivas mantiene en su closet cajas vacías para esferos y chocolates, estuches de joyas forrados en terciopelo, bolsas de almacenes internacionales, frascos lavados de conservas importadas, uno que otro recipiente para perfume fino e incluso botellas de los más exclusivos licores.
Dicho de otra forma, tiene el closet lleno de basura.
Pero de la bonita.