jueves, 14 de enero de 2016

Los paseos contra Milena


Milena no canta, no toca instrumentos, no es hábil en las actividades físicas y a duras penas suma, resta, divide y multiplica. Pero en compensación  por sus carencias musicales, deportivas y matemáticas tiene una singular destreza para dañar los paseos.

Por alguna razón que ningún medico, astrólogo, economista, consultor o ingeniero ha podido descifrar, solo tiene que alejarse unos cuantos kilómetros de su ciudad de origen para que empiecen a caerle todas las desgracias posibles. En su mundo local puede comer carne cruda con ají natural y chicha y nada le pasa. En cualquier otro municipio, el pan le produce gases, el caldo de papa estreñimiento, la ensalada diarrea, la fruta gastroenteritis y los jugos retorcijones. Por eso el viaje termina para ella en camilla y para sus acompañantes en la sala de espera de algún centro de salud.

Y cuando no es un desorden digestivo, es la fauna local. Algo debe tener su piel o su sangre para atraer bichos de esos cuya picadura no causa consecuencias letales, pero si aburridoras.  Ronchas, rasquiña, algunas veces fiebres y diarreas. Nada que deje secuelas a largo plazo, pero que a corto plazo convierte la jornada de descanso en jornada de atención del enfermo.

Podría pensarse que con un cuidadoso manejo de la dieta, y una paranoica combinación de formas de lucha contra los insectos y arácnidos es posible lidiar con el problema. Pero no hay que subvalorar a Milena. Existen bichos mucho más pequeños que son igualmente inoportunos. Así que si el estomago se porta bien, y nada le pica, algún virus o bacteria de nombre impronunciables la pondrá en manos del honorable cuerpo  médico, y a sus acompañantes en la ya tradicional sala de espera.

Se le abona a familia y amigos que han hecho causa común para no tomar la decisión obvia, de dejar a Milena cuidando la casa. No, ella siempre es invitada, aunque el destino es inexorable. No hubo problemas digestivos, no hubo ataques del reino animal ni del microscópico... No se preocupen, quedan los accidentes. Y no son accidentes normales. Son accidentes de esos que solo le pasan a una persona. En este caso a Milena.  Entra caminando a una piscina y se troncha un pie.  Hay un pedazo de vidrio abandonado en medio de un parque y ella es la que lo pisa.  Un pájaro sufre un infarto fulminante mientras vuela y su cuerpo inerte aterriza sobre su cabeza. Parquean el carro sin darse cuenta que quedó al lado de una alcantarilla destapada y adivinen quien se baja primero y sigue derecho. Algún sereno y sosegado animal de exhibición de parque agropecuario, normalmente tranquilo, revive de repente  su lado salvaje y la embiste, muerde, patea o todas las anteriores.

Un concienzudo análisis de los patrones mostró que las zonas rurales o semirrurales eran las más propensas a esos desenlaces. Un grupo de amigos, entonces, montó paseo de fin de semana, vía avión, a otra ciudad. Llegaron al aeropuerto, tomaron un taxi, llegaron al hotel, se registraron y tomaron el ascensor  mientras Milena iba al baño.

Y no, no se cayó en los servicios sanitarios, ni en el piso reluciente del hotel. Ni al ingresar al ascensor. Claro que allí sí le tocó sentarse las 12  horas que duró atrapada por la improbable combinación de un cable defectuoso, una interrupción en el servicio de energía y un fallo generalizado en todos los sistemas.

Algo que  solo podía pasar una vez. Y claro, dañó el paseo.