Milena no canta, no toca instrumentos, no es hábil en las
actividades físicas y a duras penas suma, resta, divide y multiplica. Pero en
compensación por sus carencias
musicales, deportivas y matemáticas tiene una singular destreza para dañar los
paseos.
Por alguna razón que ningún medico, astrólogo, economista,
consultor o ingeniero ha podido descifrar, solo tiene que alejarse unos cuantos
kilómetros de su ciudad de origen para que empiecen a caerle todas las
desgracias posibles. En su mundo local puede comer carne cruda con ají natural
y chicha y nada le pasa. En cualquier otro municipio, el pan le produce gases,
el caldo de papa estreñimiento, la ensalada diarrea, la fruta gastroenteritis y
los jugos retorcijones. Por eso el viaje termina para ella en camilla y para
sus acompañantes en la sala de espera de algún centro de salud.
Y cuando no es un desorden digestivo, es la fauna local.
Algo debe tener su piel o su sangre para atraer bichos de esos cuya picadura no
causa consecuencias letales, pero si aburridoras. Ronchas, rasquiña, algunas veces fiebres y
diarreas. Nada que deje secuelas a largo plazo, pero que a corto plazo
convierte la jornada de descanso en jornada de atención del enfermo.
Podría pensarse que con un cuidadoso manejo de la dieta, y
una paranoica combinación de formas de lucha contra los insectos y
arácnidos es posible lidiar con el
problema. Pero no hay que subvalorar a Milena. Existen bichos mucho más
pequeños que son igualmente inoportunos. Así que si el estomago se porta bien,
y nada le pica, algún virus o bacteria de nombre impronunciables la pondrá en
manos del honorable cuerpo médico, y a
sus acompañantes en la ya tradicional sala de espera.
Se le abona a familia y amigos que han hecho causa común
para no tomar la decisión obvia, de dejar a Milena cuidando la casa. No, ella
siempre es invitada, aunque el destino es inexorable. No hubo problemas
digestivos, no hubo ataques del reino animal ni del microscópico... No se
preocupen, quedan los accidentes. Y no son accidentes normales. Son accidentes
de esos que solo le pasan a una persona. En este caso a Milena. Entra caminando a una piscina y se troncha un
pie. Hay un pedazo de vidrio abandonado
en medio de un parque y ella es la que lo pisa.
Un pájaro sufre un infarto fulminante mientras vuela y su cuerpo inerte
aterriza sobre su cabeza. Parquean el carro sin darse cuenta que quedó al lado
de una alcantarilla destapada y adivinen quien se baja primero y sigue derecho.
Algún sereno y sosegado animal de exhibición de parque agropecuario,
normalmente tranquilo, revive de repente
su lado salvaje y la embiste, muerde, patea o todas las anteriores.
Un concienzudo análisis de los patrones mostró que las zonas
rurales o semirrurales eran las más propensas a esos desenlaces. Un grupo de
amigos, entonces, montó paseo de fin de semana, vía avión, a otra ciudad.
Llegaron al aeropuerto, tomaron un taxi, llegaron al hotel, se registraron y
tomaron el ascensor mientras Milena iba
al baño.
Y no, no se cayó en los servicios sanitarios, ni en el piso
reluciente del hotel. Ni al ingresar al ascensor. Claro que allí sí le tocó
sentarse las 12 horas que duró atrapada
por la improbable combinación de un cable defectuoso, una interrupción en el
servicio de energía y un fallo generalizado en todos los sistemas.
Algo que solo podía
pasar una vez. Y claro, dañó el paseo.