Andrés ha pasado los últimos tres años de su vida supervisando el turno de 10 a 6 de una fábrica de piezas para taladros. El turno de 10 de la noche a seis de la mañana. Un día el gerente se compadeció y lo trasladó de nuevo al mundo de los vivos. Y si no fuera por el reloj biológico, la vida sería un paraíso.
El cuento es que Andrés pasó 36 meses compartiendo horario con Drácula, y terminó por acostumbrarse a vivir como vampiro, durmiendo de día y trabajando de noche. Y ahora que anda en plan de resurrección, la cosa no es tan fácil.
Primero, de noche no se duerme ni a palo. Y lo ha ensayado todo. Leche caliente en cantidades industriales (lo que lo ha hecho retornar a su más tierna infancia, aunque en la parte menos tierna); 20 mil 247 ovejas contadas desde el momento en que cerró los ojos hasta que sonó el despertador indicando las seis de la mañana. Posiciones fetales, estiradas, boca arriba, boca abajo y hasta boca jarro. Lectura de 42 discursos presidenciales y un libro completa de economía (y amaneció otra vez). Ducha caliente, ducha tibia, ducha fría, ducha helada. Comida ligera, comida ultra ligera, no comida. Ejercicio ligero, ejercicio fuerte, dolores musculares, tronchaduras.
Pero nada. El sueño no llega. Bueno, sí llega, con una puntualidad asombrosa. a las 6 de la mañana. Cuando Andrés debe levantarse para ir al trabajo.
Ahí es la segunda parte de la batalla. De noche es dormirse, de día es no dormirse. Entonces viene el hielo detrás de las orejas. El consumo desaforado de tinto doble en pocillo grande. Los heroicos esfuerzos por mantener los ojos abiertos, frente a la imagen titilante e hipnotizadora del monitor del computador. Los titánicos intentos de no dejarse fundir en plena reunión de empleados, durante el interminable discurso motivacional del gerente. Y apenas es mediodía.
Después del almuerzo la situación ya no es heroica ni titánica. Es una verdadera epopeya. Los brazos pesan como si llevara un yunque a cada lado. Cualquier objeto en posición horizontal se convierte en una seductora almohada que lanza sutiles insinuaciones de "Andrés, ven a mí". Y, para rematar, a jefe de sección se le ocurre convocar un comité de esos largos, tediosos y profundos.
Un garrafal consumo de tinto, combinado con calistenia en el puesto, y unos cuantos baños de agua fría le permiten al valiente Andrés, y terminar el día. Durante su viaje de regreso en bus demuestra que no sólo los caballos duermen de pie.
Arrastrándose (porque decirle caminar a esos sería subirlo de categoría) Llega a su habitación. Lentamente y en medio de largos bostezos se despoja de la ropa y se coloca la piyama. Cumple con ciertas diligencias de carácter estrictamente personal en el cuartico del fondo y se arrastra como serpiente embarazada entre las cobijas.
Justo en ese momento, se le quita el sueño.