De
entrada hay que aceptarlo. En todas las familias existen bichos raros.
Personajes exóticos con comportamientos -en el mejor de los casos- socialmente
inaceptables, o -en el peor- bordeando
la frontera de la irracionalidad y el Código Penal.
Pero
a fuerza de convivir con ellos, el núcleo familiar termina por aceptarlos,
acostumbrarse e ignorar sus particularidades. Quienes realmente deben sufrir a
los parientes extraños son los que ingresan al clan por la vía política.
Así,
en las reuniones, las visitas, a horas inesperadas o en cualquier momento del
día el esposo o esposa de turno se ve sorprendido y desconcertado por allegados
a su cónyugue con manías como las siguientes:
- La
adolescente dramática que improvisa una sonora escena de despecho con amenaza
de suicidio cada vez que la deja un novio.
- El
solterón que llega a cualquier hora con una garrafa de aguardiente y ganas de
conversar.
- La rezandera que considera que donde hay dos
personas o más es obligatorio empezar un rosario.
- Los
parientes de origen campesino que reciben todas las visitas a todas las horas
con tamales, chocolate, almojábanas y un insistente “pero coma, mijito”.
- El
conversador de malas ideas al que todos ignoran.
- El
muerto de hambre que llega directo a la nevera y selecciona lo más caro.
- La
viuda que se emborracha con dos tragos y se dedica a evocar durante toda la
noche a su marido, muerto cuatro décadas atrás.
- El
joven con algún tornillo suelto que habla por horas, y horas, y horas, algo que
solo él entiende.
- El
pequeño malcriado que por cualquier cosa se tira al piso, llora, se revuelca,
aúlla y patalea.
- El
anciano que en todas las reuniones repite las mismas siete anécdotas sobre su único viaje a Europa.
- El
comerciante que compra al por mayor y regala enormes cantidades de productos
perecederos a punto de perecer.
- El
caballero de antecedentes penales que periódicamente desaparece y aparece
pidiendo -con aire de película de misterio-
plata para un pasaje porque tiene que desaparecer por unos días.
- Los
parientes prolíficos que andan a todas partes con su camada de ocho hijos.
- La
hipocondríaca que se autodeclara en estado terminal cada media hora.
- El
fanático político que desvía cualquier conversación a la defensa de su partido.
- El
primo lejano que siempre pide prestado el baño después de saludar.
- La
tía abuela que nunca se ha podido aprender nuestro nombre.
- El
padre que improvisa un discurso conmemorativo cuando se reúnen más de tres
personas.
-
El coleccionista de objetos extraños que
lleva una pieza nueva a las reuniones familiares y las describe minuciosamente,
mientras todo el mundo lo ignora
- Ese que no habla pero se sienta al lado del esposo o esposa de turno
mirándolo directamente a los ojos.