No es lo mismo montar en bicicleta que andar en bicicleta. Lo primero consiste en desafiar la ley de gravedad en un trípode sin tri. Muchos sabemos hacerlo pero pocos sabemos como se hace. O de repente ninguno. En fin, esto no es un tratado de física.
El hecho es que hubo un momento sublime - normalmente en la infancia - en que nos soltaron y no nos caímos, precedido, por cierto, de muchos en los que nos soltaron y sí nos caímos. Unas cuantas prendas remendadas y el recuerdo del ardor del mertiolate llevan la carga de la prueba de que tampoco es tan fácil como queremos hacerle creer al aprendiz de turno.
Pero volviendo al tema central, después del aprendizaje vino la práctica. Y muchos hicieron el curso completo. Pero muchos no. Y ahora con la red de ciclorrutas, las ciclovías, el Día sin Carro y demás estrategias ciclo promocionales, se despertó una fiebre del pedal a la cual más de uno se mete sin estar preparado para ello.
Porque parodiando un comercial, para saber pedalear por la vida, hay que haber pedaleado. Uno no se acuesta usuario de bus y amanece Cochise. Para subirnos de estrato, cambiar el “clotch” por el calapié tiene su ciencia. O mejor, su proceso de aprendizaje. Y en este, la letra con raspón entra.
Porque para ser ciclista urbano - categoría distinta al usuario de ciclovía, o al competidor - se necesita, primero que todo, conocer el piso. Unos cuantos “tiestazos” tiemplan el espiritu y enseñan que uno no debe hacer idioteces como frenar en seco solo con la llanta delantera, creerse campeón mundial de ruta, ir demasiado pegado al andén o mirar hacia los lados en una calle con huecos, piedras o cualquier obstáculo.
Aunque - por suerte - vivimos en el mundo de las ciclorrutas, de vez en cuando hay que bajar a la calzada. Y hacerlo implica conocer trucos como calcular la velocidad, tamaño y distancia del carro que viene atrás solo con el sonido. Poder girar la cabeza 180 grados en menos de un segundo. Y, por encima de todo, reconocer al conductor que piensa que el ciclista puede ser su hijo, y dejar pasar al que opina lo mismo, pero es un mal padre.
Su madre -y en este caso sí es la suya - requiere unos cuantos saludos por haber hecho cruces incorrectos, cálculos equivocados de la velocidad, o maniobras complejas de una sola mano el día que se atrevió a ir por la gaseosa en bicicleta.
Y en algún momento de la vida uno debe quedarse sin frenos por culpa de la lluvia. Es ese instante inolvidable en el que se apretó el manillar de atras y no paró, se apretó el de adelante y no paró y se alcanzó a musitar un avemaría (u otro adjetivo) antes de darse de jeta contra la buseta que iba enfrente. El de la buseta ni se enteró, mientras que el manubrio quedó mirándonos a los ojos, la llanta como bailarín de hula hula y la dignidad por el piso.
Cuando haya pasado por esto, se habrá graduado de ciclista.
En caso de que haya sobrevivido.