Lo curioso es que Jairo Alberto no maneja.
Pero eso no ha sido problema para consolidarse como negociante exitoso en el
comercio al por menor de textiles. No hay relación causa efecto entre los dos
hechos, solo es un dato curioso alrededor del apelativo con el que todo el
mundo lo conoce en su ámbito laboral: Semáforo.
Todo comenzó en su adolescencia. El no era
hijo de papi, pero tampoco tenía que trabajar. Lo básico (casa, tres golpes
diarios, transporte, educación) estaba disponible, junto con una mesada para
los gastos que podía tener una persona a los 14 años. Pero soñaba con unos
pesos obtenidos por sus propios medios, bajo la premisa de “hacer con esa plata
lo que me dé la gana porque nadie me la
regaló”, o algo así
Hasta que llegó la oportunidad. El amigo de
la novia de un primo tenía unos almacenes de
telas. El amigo le preguntó a la novia del primo que si conocía un
pelado que quisiera ganarse una plata los domingos, reemplazando al asistente
que laboraba de lunes a sábado. La novia le comentó a su novio, o sea al primo,
como un apunte suelto en alguna conversación. Dos días después, el primo se acordó de que alguna vez Jairo
Alberto le había pedido plata prestada, bajo la promesa de pagarle cuando
consiguiera trabajo. Aunque era una cantidad mínima, vio la oportunidad de
recuperar su inversión y le dijo a su novia, quien le dijo a su amigo, quien le
dio los datos gracias a los cuales Jairo lo contactó y, para resumir, al fin
llegó el día de su debut laboral.
Nervioso como estaba, casi no durmió la
noche anterior. Aunque el horario de entrada eran las 9 de la mañana, llegó
desde las 8 a cuidar la puerta del respectivo almacén donde estuvo hasta las y
55, cuando finalmente apareció el dueño (sí, el amigo de la novia del primo) llave en mano, y el
personal de administradora, vendedoras y cajeras.
El perfil requerido era lo que técnicamente
se conoce como muchacho oficios varios. Es decir, aquel joven encargado de
abrir la puerta, colaborar con el aseo, ayudar a descargar y cargar cosas
pesadas y de las otras, apoyar la vigilancia, hacer mandados y cualquier necesidad
surgida en la jornada laboral sin responsable especifico.
Pero al nuevo empleado nadie le explicó
eso. El dueño solo le dio una instrucción antes de irse a disfrutar de su
domingo: párese ahí y eche ojo. En las
siguientes 9 horas Jairo no habló, no fue al baño, y no se atrevió a mover
la cabeza. El resto del personal tenía la idea de que este muchacho manejaba
algún nivel de cercanía con el patrón, –o con la novia del patrón. o con un
primo del patrón– por lo que nadie, ni vendedor, ni cajera, ni administradora,
se atrevió a decirle algo.
Así que ese domingo Jairo se ubicó donde él
había entendido que era ahí –al lado de
la puerta– y sin moverse un centímetro, se dedicó a seguir con la mirada
a todas las personas que entraron y salieron del almacen respectivo.
Quiso la suerte que el propietario,
notificado sobre el extraño comportamiento del ayudante le diera una segunda
oportunidad. Como habrán deducido, fue el comienzo de una exitosa carrera. Pero
esta vez si hubo inducción: “Hermano,
necesito que se mueva y ayude en lo que haga falta. Parado en la puerta de semáforo no me sirve”