jueves, 5 de mayo de 2016

La leyenda de Semáforo


Lo curioso es que Jairo Alberto no maneja. Pero eso no ha sido problema para consolidarse como negociante exitoso en el comercio al por menor de textiles. No hay relación causa efecto entre los dos hechos, solo es un dato curioso alrededor del apelativo con el que todo el mundo lo conoce en su ámbito laboral: Semáforo.

Todo comenzó en su adolescencia. El no era hijo de papi, pero tampoco tenía que trabajar. Lo básico (casa, tres golpes diarios, transporte, educación) estaba disponible, junto con una mesada para los gastos que podía tener una persona a los 14 años. Pero soñaba con unos pesos obtenidos por sus propios medios, bajo la premisa de “hacer con esa plata lo que me dé la gana porque  nadie me la regaló”, o algo así

Hasta que llegó la oportunidad. El amigo de la novia de un primo tenía unos almacenes de  telas. El amigo le preguntó a la novia del primo que si conocía un pelado que quisiera ganarse una plata los domingos, reemplazando al asistente que laboraba de lunes a sábado. La novia le comentó a su novio, o sea al primo, como un apunte suelto en alguna conversación. Dos días después,  el primo se acordó de que alguna vez Jairo Alberto le había pedido plata prestada, bajo la promesa de pagarle cuando consiguiera trabajo. Aunque era una cantidad mínima, vio la oportunidad de recuperar su inversión y le dijo a su novia, quien le dijo a su amigo, quien le dio los datos gracias a los cuales Jairo lo contactó y, para resumir, al fin llegó el día de su debut laboral.

Nervioso como estaba, casi no durmió la noche anterior. Aunque el horario de entrada eran las 9 de la mañana, llegó desde las 8 a cuidar la puerta del respectivo almacén donde estuvo hasta las y 55, cuando finalmente apareció el dueño (sí, el amigo de  la novia del primo) llave en mano, y el personal de administradora, vendedoras y cajeras.

El perfil requerido era lo que técnicamente se conoce como muchacho oficios varios. Es decir, aquel joven encargado de abrir la puerta, colaborar con el aseo, ayudar a descargar y cargar cosas pesadas y de las otras, apoyar la vigilancia, hacer mandados y cualquier necesidad surgida en la jornada laboral sin responsable especifico.

Pero al nuevo empleado nadie le explicó eso. El dueño solo le dio una instrucción antes de irse a disfrutar de su domingo: párese ahí y eche ojo.  En las siguientes 9 horas Jairo no habló, no fue al baño, y no se atrevió a mover la cabeza. El resto del personal tenía la idea de que este muchacho manejaba algún nivel de cercanía con el patrón, –o con la novia del patrón. o con un primo del patrón– por lo que nadie, ni vendedor, ni cajera, ni administradora, se atrevió a decirle algo.

Así que ese domingo Jairo se ubicó donde él había entendido que era ahí –al lado de  la puerta– y sin moverse un centímetro, se dedicó a seguir con la mirada a todas las personas que entraron y salieron del almacen respectivo.

Quiso la suerte que el propietario, notificado sobre el extraño comportamiento del ayudante le diera una segunda oportunidad. Como habrán deducido, fue el comienzo de una exitosa carrera. Pero esta vez si hubo inducción:  “Hermano, necesito que se mueva y ayude en lo que haga falta.  Parado en la puerta de semáforo no me sirve”

Y el nombre de Jairo Alberto se perdió para siempre, por  lo menos en el ambiente  laboral. De allí en adelante y hasta el día de hoy se convirtió en “Semáforo”.