Y a medida que pasaba el tiempo, se acercaba el día más
temido desde cuando Nancy dejó su urbe natal para venir a la capital a realizar
estudios universitarios. Ella había sobrevivido al cambio de clima, a la
distancia, al ambiente de la residencia universitaria y a la agresividad de
ciudad grande. Pero esto sí era totalmente
nuevo. Pese a que los modernos medios de comunicación garantizaban
contacto permanente, por primera vez en su vida iba a pasar un cumpleaños lejos
de sus amigos de siempre, de sus padres, de sus hermanos. Y eso era deprimente.
Pero tres días antes el pariente lejano llegó al rescate. Se
trataba de un sujeto que andaba por el mundo con gafas gigantes, camiseta de
superhéroe y evidente obsesión tecnológica. Era como el hijo del primo del
cuñado de la tía política que vivía en la capital y a cuya casa Nancy acudía a
veces para hacerle contrapeso al aburrimiento de fin de semana. Allí lo había
conocido y como estaban más o menos por la misma edad, mantenían un contacto
relativamente constante. Así que en un acto de solidaridad generacional,
encaminada a respaldar a un contemporáneo en un momento difícil, el hombre la
invitó a pasar juntos la tarde del cumpleaños. No dio mayores detalles, solo un
nos vemos a tal hora en tal sitio.
Nancy no tenía ninguna intención especial con el pariente
lejano. De todas formas, invitación era invitación. Y la joven no quería
desentonar en la comida, la rumba, la tertulia o lo que fuera que su anfitrión
tuviera en mente. Además era su cumpleaños. Se preparó para la ocasión con
pinta de cumpleaños: ropa adecuada, peinado especial, tacones e incluso algo de
maquillaje.
A la hora anunciada se encontró con el tipo quien, por
cierto, venía con la misma camiseta, bluyin y gafas de siempre. La joven intuyó
que irían a algún centro comercial, posiblemente a comer algo, tal vez a un
cine o a otro tipo de actividad cultural o recreativa. No se descartaba el
remate nocturno en sitio de cocteles o música. El hombre, con aire misterioso,
simplemente pidió que lo acompañara.
Tomaron ruta hacia el centro comercial… y siguieron
derecho. Eso era buena señal, iba a ser
un sitio más exclusivo como ese restaurante que todos recomendaban. Ese que
acababan de dejar atrás, porque pasaron frente a él… y siguieron derecho. Claro, doblando la
esquina estaba el local de moda, la
pista de deportes extremos. Si bien la ropa no era adecuada, ella sabía que
entre los servicios estaba el alquiler de atuendos. Y justo al frente quedaba
el teatro, con el último estreno del grupo ese que combinaba la vanguardia
creativa con el humor. Dos opciones
diferentes cuyas fachadas tuvo la oportunidad de admirar… porque siguieron
derecho. Aunque era temprano para sitios de rumba, tampoco se detuvieron en
aquellos que se atravesaron en la ruta y ya estaban abiertos. Algo nerviosa,
Nancy le notificó a la tía política vía texto su ubicación exacta, a lo que
esta respondió con un tranquilizador…
“ya sé para donde van”.
El destino final fue una casa común y corriente. Una versión
un poco más baja del pariente lejano los acompañó a la sala donde todo estaba
preparado. La sorpresa preparada para Nancy era una fuente repleta de crispetas
y una consola de videojuegos.
El pariente lejano jamás entendió qué fue lo que tanto le
molestó a la mujer. ¿Acaso existía una mejor forma de pasar un cumpleaños?