martes, 10 de enero de 2017

Actualización en comunicación (1 de 2)

Cuando dejaron de preguntarle si tenía y empezaron a interrogarlo sobre cuál era, Mario entendió que la modernidad estaba a punto de ganar otra pelea. Como siempre. En tiempos pasados él libró tenaz resistencia al celular, al correo electrónico, incluso al video casero. Pero siempre había llegado un momento en el cual tocaba subirse al bus de los avances tecnológicos. En este caso la obligación venía por cuenta del “guasap”, herramienta “indispensable” para relacionarse con el resto del universo.

El hombre, orgulloso de su componente amerindio, utilizaba una “flecha” para efectos de dialogar en la distancia con sus congéneres. Para ingresar al mundo de los grupos, fotos, videos, mensajes grabados y cadenas debía cambiar su dispositivo. El de comunicación. Es decir, comprar un aparato. Y aunque no formaba  parte de sus temas de interés, había escuchado que los “esmarfouns” eran carísimos, casi todos.  Pero que también existían versiones para tipos como él, es decir, pobres, tacaños, escasos de efectivo, con otras prioridades de gasto o todas las anteriores.

Sabía que en su ciudad existía un lugar donde se conseguían equipos baratos. Muy baratos. No era el sitio más recomendable para hacer turismo o presencia, sobre todo en horas de la noche. Por eso el sábado a primera hora se encaminó al centro comercial de marras.  Este se caracterizaba por muchos locales pequeños donde despachaban jóvenes con cara de cotizar de acuerdo con el porcino. Lo constató cuando, a medida que recorría el espacio, modelos similares se le ofrecían a precios radicalmente diferentes.

Lo cierto es que el punto en mención parecía bastante popular. Mucha gente. Hubo un momento en el cual se produjo una avalancha de clientes vinculados a los cuerpos de seguridad del Estado. Policías, soldados, hombres y mujeres de brazalete. El potencial comprador no les prestó mucha atención hasta cuando empezaron a gritar cosas como ¡Manos arriba! ¡Quietos todos! ¡Nadie sale de aquí!

La preocupación le llegó a Mario al advertir que ese “nadie” lo incluía a él. Aumentó significativamente en el momento en que personal debidamente armado lo ubicó en un grupo aparte. Alcanzó niveles atemorizantes al ver que a los de su grupo les decomisaban los equipos que acababan de comprar, mientras se escuchaban alusiones a mercancía robada y contrabando.

Sintiéndose como aquella vez que le había dado por mirar páginas no aptas para menores en un café internet hasta que la propietaria le dijo “por favor vecino, ¡aquí hay niños!”, le llegó su turno de encarar a la autoridad. Por suerte –como la autoridad lo verificó mediante una incómoda requisa–no había comprado nada. Lo despacharon con un puede retirarse y se le recomienda abstenerse de venir a este lugar.

(Esa fue la idea, aunque las palabras utilizadas por el oficial de turno tal vez fueron un poco diferentes, Algo así como ¡Ábrase y piérdase antes de que me arrepienta! ¡Ya!)

Si algo ha aprendido a lo largo de su vida Mario es a no discutir con la autoridad, También a no cometer el mismo error dos veces. Por eso comprendió que debía actualizar su tecnología en lugares que no estuvieran sub júdice.

¿Cómo le fue? El jueves les cuento.