Cuando dejaron de preguntarle si tenía y empezaron a
interrogarlo sobre cuál era, Mario entendió que la modernidad estaba a punto de
ganar otra pelea. Como siempre. En tiempos pasados él libró tenaz resistencia
al celular, al correo electrónico, incluso al video casero. Pero siempre había
llegado un momento en el cual tocaba subirse al bus de los avances
tecnológicos. En este caso la obligación venía por cuenta del “guasap”,
herramienta “indispensable” para relacionarse con el resto del universo.
El hombre, orgulloso de su componente amerindio, utilizaba una
“flecha” para efectos de dialogar en la distancia con sus congéneres. Para
ingresar al mundo de los grupos, fotos, videos, mensajes grabados y cadenas
debía cambiar su dispositivo. El de comunicación. Es decir, comprar un aparato.
Y aunque no formaba parte de sus temas
de interés, había escuchado que los “esmarfouns” eran carísimos, casi
todos. Pero que también existían
versiones para tipos como él, es decir, pobres, tacaños, escasos de efectivo,
con otras prioridades de gasto o todas las anteriores.
Sabía que en su ciudad existía un lugar donde se conseguían
equipos baratos. Muy baratos. No era el sitio más recomendable para hacer
turismo o presencia, sobre todo en horas de la noche. Por eso el sábado a
primera hora se encaminó al centro comercial de marras. Este se caracterizaba por muchos locales
pequeños donde despachaban jóvenes con cara de cotizar de acuerdo con el
porcino. Lo constató cuando, a medida que recorría el espacio, modelos
similares se le ofrecían a precios radicalmente diferentes.
Lo cierto es que el punto en mención parecía bastante
popular. Mucha gente. Hubo un momento en el cual se produjo una avalancha de
clientes vinculados a los cuerpos de seguridad del Estado. Policías, soldados,
hombres y mujeres de brazalete. El potencial comprador no les prestó mucha
atención hasta cuando empezaron a gritar cosas como ¡Manos arriba! ¡Quietos
todos! ¡Nadie sale de aquí!
La preocupación le llegó a Mario al advertir que ese “nadie”
lo incluía a él. Aumentó significativamente en el momento en que personal
debidamente armado lo ubicó en un grupo aparte. Alcanzó niveles atemorizantes
al ver que a los de su grupo les decomisaban los equipos que acababan de
comprar, mientras se escuchaban alusiones a mercancía robada y contrabando.
Sintiéndose como aquella vez que le había dado por mirar
páginas no aptas para menores en un café internet hasta que la propietaria le
dijo “por favor vecino, ¡aquí hay niños!”, le llegó su turno de encarar a la
autoridad. Por suerte –como la autoridad lo verificó mediante una incómoda
requisa–no había comprado nada. Lo despacharon con un puede retirarse y se le
recomienda abstenerse de venir a este lugar.
(Esa fue la idea, aunque las palabras utilizadas por el
oficial de turno tal vez fueron un poco diferentes, Algo así como ¡Ábrase y
piérdase antes de que me arrepienta! ¡Ya!)
Si algo ha aprendido a lo largo de su vida Mario es a no
discutir con la autoridad, También a no cometer el mismo error dos veces. Por
eso comprendió que debía actualizar su tecnología en lugares que no estuvieran sub júdice.
¿Cómo le fue? El jueves les cuento.