De entrada hay que decir que es adorable. Se trata de una viejita simpática, muy educada y colaboradora. Por eso todos la llaman con un cariñoso diminutivo. Anita, Martica, Clarita...
Se trata de la versión femenina de la ternura. Además, tiene toda la voluntad del mundo. Jamás se niega ante una petición o solicitud de sus compañeros, jefes o incluso subalternos. Sería la empleada perfecta, si no fuera por un pequeño detalle.
Es una inepta. Todo lo que hace lo hace mal, o incluso peor.
Cuando fue telefonista, pasó mal todas las llamadas. Cuando fue recepcionista, mandó para una bodega al mejor cliente, que venía para donde el jefe de ventas. Todavía lo están buscando. Cuando estuvo en tesorería botó la llave de la caja de seguridad.
Como nunca dice que no, su capacidad destructiva abarca todos los niveles. Si algún despistado le pide ayuda sobre como llenar un formulario, le dice que sí, y le cambia el nombre, la experiencia y el sexo. Es la desorientadora oficial de la empresa, pues a los que van para producción los ubica en la cocina, y quienes le preguntan por el baño terminan en la sala de juntas.
Si se tratara de cualquier otra persona, hace rato figuraría en las estadísticas de desempleo. Pero no existe un ser humano capaz de aventarla, regañarla, o echarla. Es que ella es tan simpática, tan tierna, tan colaboradora. ¿Cómo se regaña a una abuelita? ¿Como se despide a una abuelita? Nadie es tan malo.
Así que la técnica consiste en tratar de ubicarla donde haga el menor daño posible, y esperar pacientemente el momento de la jubilación. Lo segundo depende del tiempo. Lo primero es imposible.
Porque no importa lo sencillo que sea, ella se las ingeniará para embarrarla con C. Si la ponen a servir tintos, terminará endulzándolos con sal. Si le piden que coordine las atenciones sociales, le enviará un sufragio al cumpleañero y una tarjeta de felicitaciones al empleado cuya madre acaba de morir.
Un jefe optimista creyó encontrar la solución. La ubicó en recepción con dos funciones. Sonreír y remitir a la gente a donde la recepcionista de verdad, que estaba enfrente. No había posibilidad de error.
A menos que la señora perdiera su caja de dientes y por ende, su sonrisa y su capacidad de vocalización.
Dios jubile a esta viejita.