El Señor Canelo y Doña Esneda están, de lejos, entre los más informados
sobre la evolución de la economía nacional, regional y mundial. Constantemente
acceden a datos privilegiados de sectores productivos, cifras clave, estudios,
decisiones corporativas, proyecciones e iniciativas. Pero curiosamente, semejante bagaje de sabiduría no ha afectado para nada su rutina diaria. De hecho, siguen siendo los mismos que eran antes de conocer a Guali.
Porque en materia de conocimientos financieros, solo alguien los supera:
Gualberto, el más cotizado, más conocido, más buscado y más ocupado consultor
empresarial de este país.
Gualberto –Guali para los amigos- es un caso excepcional. Sus proyecciones
–que algunos denominan profecías- han anticipado una y otra vez el
comportamiento de sectores clave en la economía. Muchos clientes lo dicen;
hacerle caso es la diferencia entre la quiebra y la opulencia.
Aunque con lo que cobra por una sola consultoría podría vivir durante el
año completo, la palabra NO brilla por su ausencia cuando recibe alguna
propuesta. Como su insumo es la información, vive, literalmente, conectado 24
horas. 24 por 7 dedicado al trabajo.
La doctora Pili –Pilarica para otros– encendió las alarmas. Ella era una de
las pocas personas a las que Guali escuchaba en cuestiones personales o de
salud. Bueno, si uno no escucha a su propia hermana, ¿entonces a quién? La instrucción fue desconectarse, en principio, por lo menos una hora diaria. Reto
complicado para un trabajomaniaco en tiempos en los que un aparato que cabe en
el bolsillo permite acceder al mundo entero
Tras una larga negociación, finalmente lo convencieron de dejar, durante un
periodo de 30 a 45 minutos, el teléfono inteligente. Y el televisor. Y la
radio. Y los periódicos. Y las revistas. Comprobado, permanecer en casa era inútil. Había que salir
de ahí.
Entonces el señor Canelo entró al rescate. Cuando llegó era simplemente
Canelo, pero los hijos de Pili le agregaron el “Señor“. Tuvo su momento de
gloria, pero pasó lo inevitable: creció. Una cosa es el tierno cachorro y otra
pasear –con bolsa plástica para atender necesidades- al perro grande. Además es
medio gozque y no muy bonito.
Todo encajaba. Guali y Pili vivían cerca. El compromiso era que el primero
dejaba en casa sus artefactos de comunicación, recogía al Señor Canelo y lo
llevaba a su caminata nocturna. El resultado: un ritual diario de desconexión
para la salud mental del consultor, y la solución a las salidas técnicas del
can.
Las dos primeras noches el asunto funcionó. Pero la tercera, el destino
puso enfrente a Doña Esneda, poseedora de un puesto de dulces que cerraba tarde
y un celular que comercializaba por minutos. Y solo bastó una llamada de
verificación con un cliente para que Guali encontrara la forma de hacer trampa.
Así que noche tras noche, mientras el señor Canelo y doña Esneda oyen,
Guali discute, controvierte, recomienda, explica, soluciona y hace
planteamientos empresariales a través del celular alquilado. Doña Esneda no
entiende nada, y lo único que le importa es la jugosa paga que recibe por el
uso del teléfono. Y el señor Canelo, por razones obvias, tampoco puede hacer
mucho con esa información.