miércoles, 9 de agosto de 2023

Cinéfilo y el fenómeno de taquilla


Para ubicar al lector en contexto, nuestro protagonista es varón, heterosexual, mayor de 50, solterón empedernido y educado en el modelo tradicional de familia. A petición suya su nombre se mantiene en reserva, así que lo llamaremos Cinéfilo. Cinéfilo ha crecido en un mundo donde, para bien, las mujeres superaron sus roles tradicionales y compiten —muchas veces superándolos— con los hombres. Él apoya esta realidad, pero como también debe lidiar con la formación que recibió, la cultura en la que creció y hábitos arraigados durante generaciones, aceptar ciertos cambios no siempre es fácil. 

Por ejemplo, enfrenta recientemente tremenda crisis porque él quiere ver Barbie, la película. Explicación necesaria. A Cinéfilo (de ahí el seudónimo) le gusta mucho el cine. Le gusta verlo, analizarlo, disfrutarlo, criticarlo, pero jamás conversarlo. Es decir que va solo a los teatros. Teatros, no plataformas  ya que también cree que el séptimo arte debe ser con pantalla grande, oscuridad, sonido envolvente y crispetas caras.

Así que programó un fin de semana —único espacio disponible para estas actividades— en su multiplex de cabecera. Llegó solo. El personal en la fila confirmó el carácter familiar del filme. A medida que avanzaba, Cinéfilo se iba sintiendo cada vez más fuera de lugar. No solo por su condición masculina, aunque había una buena dotación de (suponía él) novios y padres de familia. Pero la gran mayoría eran mujeres de todas las edades, tamaños y colores (siempre con su toque rosa). Necesitaría una silla alejada de todos. O mejor, de todas.

Otro problema. Las pocas ubicaciones disponibles correspondían a espacios entre grupos. La perspectiva de quedar atrapado en medio de algún combo femenino de edades y comportamientos impredecibles, reforzado por lo sospechoso de un tipo solo, viejo, en un teatro repleto de niñas y adolescentes, lo llevó a cambiar de película. Para su siguiente intento con la versión audiovisual del juguete le apostó al horario más nocturno disponible. Nada, la misma abundancia de combos rosa. Otras pruebas en horarios y teatros diferentes produjeron el mismo resultado. Y real o imaginario, sentía que la gente murmuraba a sus espaldas. Algunos y algunas con desconfianza, otras y otros en tono de burla. Fueron sábados y domingos en los cuales llegó, miró, vio rosado por todos lados y se largó.  

Como la parte racional de su cerebro insistía en lo inmaduro, estúpido y machista de su comportamiento, cambió la estrategia. Aunque Cinéfilo carece de relación estable, no faltan las amigas invitables. Eso sí, por aquello de la masculinidad tradicional, ellas debían escoger la película. Solo era hacer una llamada. Bueno, dos. Ok, tres. ¿Será que esta sí?, cuatro. Nada que hacer, todas, sin excepción, querían ver algo diferente. Una de terror, algo de comedia, el otro filme de moda o algún incomprensible experimento visual de cine arte.

Cinéfilo tiene, por supuesto, sobrinas, primas y demás parientes cercanas, pero a duras penas las saluda en Navidad. Y eso de invitarlas a cine hubiera sido raro. Además ellas tenían que escoger la película (ya vimos el porqué) Un sondeo informal demostró, obvio, que todas las menores de edad ya la habían visto. Y otro sondeo no tan informal le permitió dividir en dos grupos a las familiares mayores invitables. Las que ya habían visto la película y las que querían ver otra película.

Lo último que supimos fue que Cinéfilo decidió dejar de lado prejuicios ridículos y demostrarle a quien fuera que ver un filme no definía su esencia de persona, su condición de hombre, ni lo convertía en una especie de pervertido. Se consiguió prestada una gorra rosa y lo vieron haciendo fila en un multiplex que suele programar cine arte. Lugar donde, por cierto, no están exhibiendo la película de Barbie.

Seguiremos informando.