miércoles, 28 de agosto de 2024

Fotocopias a 100.000

En principio a Caminante le pareció interesante eso de tener su primer billete de $100.000, en vivo y en directo, entregado por un cajero automático de barrio. Pero este usuario de gastos hormiga en establecimientos de “¿no tiene más sencillo?”, pronto notó el encarte. Pese a que iba para el centro, el cajero (donde había hecho el último retiro de la quincena —saldo, 115 pesos—) era cerca de su casa. Así que optó por la droguería de cadena internacional del sector. Lo miraron feo pero le dieron vueltas por los 5.000 que costaron los pañuelos desechables. Problema solucionado.

Pagó con la última recarga disponible en su tarjeta de pasajes el viaje en transporte masivo. Su destino era esa lejana notaría donde reposaba ese documento cuya copia era un paso más en ese trámite. Así que llegó, hizo la fila, le dijo al cajero lo que requería y sacó, de entre todos los que había recibido en la droguería, ese billete.

—Es falso.

Por suerte no hubo tijeretazo, sino devolución de la pieza de papel moneda. Y sí, la condición de producción por fuera del banco emisor era algo evidente con solo fijarse un poco, lo que Caminante no había hecho. Como se veía y sentía, eso era una especie de fotocopia, pero a color y dos caras. Aplastado por la situación, revisó el resto de su efectivo. Buenas noticias. Todo parecía legal y real.  Pagó con otro y tomó la decisión inteligente. Hacer el reclamo respectivo al volver a su barrio.

Pero mientras aguardaba por el documento en sala de espera, las ideas malucas comenzaron. ¿Y sí no se acordaban? ¿Y cómo probar que es plata se la habían dado ahí? Entonces se atravesó el mango. No lo pensó. Simplemente salió y vio al vendedor callejero. Casi en automático pidió la dosis de fruta en vaso plástico —con limón y sal, por favor— y extendió el billete que sabemos a la hora de pagar.

—Huy hermanito, cámbieme esto que se ve más falso que uno de 7.000.

Más falsa fue la cara de sorpresa que Caminante puso, antes de proceder a utilizar otro papel moneda.  Mientras despachaba la ración de mango en una banca de parque sus tendencias antisociales superaron la lógica bajo una premisa sencilla. Si yo caí, algún otro caerá…

Pero no cayeron los del restaurante de combate donde almorzó, ni el que le vendió el postre, ni la de la miscelánea, ni el de la chaza donde adquirió los cigarrillos encargados por mamá, ni el del carrito de accesorios de celular que lo surtió de audífonos,  ni la viejita de los bocadillos en la mesa callejera, ni el paisa de los paraguas de la esquina ni ninguno de los demás etcéteras que no le recibieron el billete, pero sí lo surtieron de chucherías, cada una más inútil que la anterior.

Era hora de retomar el plan original: hacer el reclamo en el origen del problema. Solo debía recargar la tarjeta para tomar el transporte masivo. Hizo fila, sacó su billetera y… solo quedaba ese billete devuelto mil veces. Sumado a unas pocas e insuficientes monedas. 

Era ahora o nunca. Caminante pasó la tarjeta, pasó el dinero y…

...Un hombre avanza despacio del centro hacia su casa. En su cartera lleva dos tarjetas (débito bancaria y de transporte masivo) ambas con saldos insuficientes; y restos del papel moneda al que la cajera aplicó, sin asco ni duda, el respectivo tijeretazo después de doblarlo en cuatro al notar que era falso. Es un tipo que camina. Ustedes lo conocen como Caminante.