jueves, 11 de febrero de 2016

La paradoja del aparatito



Ninguno había cometido un delito, pero los cuatro estaban condenados. La  adolescente. El profesional recién graduado. El técnico con experiencia y la  señora  jubilada. Todos compartían la celda de la incomodidad. Espacio había, las sillas eran cómodas pero cada uno, por diferentes razones, estaba obligado a esperar en el mismo cuarto, rodeado de los otros tres, todos desconocidos.

La señora jubilada había pasado por la misma situación unas cuantas veces. Recordaba que al visitar a un amigo enfermo, a mediados de los años 80 del siglo pasado, coincidió con dos personas más (que no la conocían a ella y tampoco se conocían entre ellos). Como el encamado estaba bastante grave, no podía atenderlos a todos a la vez. Además, cuando llegaron se hallaba en control médico. Así que los visitantes terminaron todos en la sala de la casa. Tres desconocidos cuyo único elemento común era el enfermo. En esa y en situaciones similares la pregunta siempre era la misma. ¿Cómo hacer para pasar el tiempo? ¿Ignorar a los otros? ¿Dialogar sobre la circunstancia específica? ¿Buscar conversación sobre un tema banal?

El técnico también tenía su anécdota particular, con cierto ingrediente de peligro. Un ascensor bloqueado entre los pisos 10 y 11 de alguna entidad pública. Superada la fase de qué hacemos y habiendo establecido contacto con la brigada de seguridad del edificio los usuarios del elevador solo tenían una opción, esperar. Eran 6, y si bien no hubo claustrofóbicos o histéricos, recordaba con angustia esa historia del año 2000 cuando, evidentemente, ya no había nada de que  hablar.

De lejos, uno de los grandes dilemas de la humanidad. El protocolo para la coexistencia obligada con desconocidos. Qué hacer mientras se espera una solución, una respuesta, un siga, acompañado de personas que posiblemente jamás volveremos a ver, y que se encuentran en el mismo dilema que nosotros. Les hablo, los miro, me quedo callado…

Afortunadamente, el ser humano progresa. Siglos de experiencia y desarrollo tecnológico han aportado soluciones a los grandes  problemas de la humanidad y las convivencias incómodas no son la excepción.  En tiempos de alta tecnología, este dilema ya no existe. Porque primero la adolescente, después el joven profesional, posteriormente el técnico y finalmente la señora jubilada acudieron al aislante del siglo XXI. Cada uno sacó su respectivo smartphone y se puso a manipularlo, con los ojos fijos en la pequeña pantalla

El aparato de comunicación por excelencia; el dispositivo que simplificó el contacto entre los seres humanos; la ventana de acceso al resto del mundo; la posibilidad técnica de intercambiar conocimiento e información con cualquier persona en cualquier parte a cualquier hora incomunicó, cerró la posibilidad de contacto y aisló de su entorno cercano a los cuatro protagonistas de esta  historia.

Así quedó ratificado lo que a diario se ve en reuniones familiares, juntas de negocios, restaurantes y múltiples actividades sociales, donde los asistentes ignoran a sus congéneres cercanos mientras establecen relaciones con el resto del universo

Nada  mejor para incomunicar que los aparatos de comunicación.