Ninguno había cometido un delito, pero los cuatro estaban
condenados. La adolescente. El profesional
recién graduado. El técnico con experiencia y la señora
jubilada. Todos compartían la celda de la incomodidad. Espacio había,
las sillas eran cómodas pero cada uno, por diferentes razones, estaba obligado
a esperar en el mismo cuarto, rodeado de los otros tres, todos desconocidos.
La señora jubilada había pasado por la misma situación unas
cuantas veces. Recordaba que al visitar a un amigo enfermo, a mediados de
los años 80 del siglo pasado, coincidió con dos personas más (que no la conocían
a ella y tampoco se conocían entre ellos). Como el encamado estaba bastante
grave, no podía atenderlos a todos a la vez. Además, cuando llegaron se hallaba
en control médico. Así que los visitantes terminaron todos en la sala de la
casa. Tres desconocidos cuyo único elemento común era el enfermo. En esa y en
situaciones similares la pregunta siempre era la misma. ¿Cómo hacer para pasar
el tiempo? ¿Ignorar a los otros? ¿Dialogar sobre la circunstancia específica? ¿Buscar conversación sobre un tema banal?
El técnico también tenía su anécdota particular, con cierto
ingrediente de peligro. Un ascensor bloqueado entre los pisos 10 y 11 de alguna
entidad pública. Superada la fase de qué hacemos y habiendo establecido contacto
con la brigada de seguridad del edificio los usuarios del elevador solo tenían
una opción, esperar. Eran 6, y si bien no hubo claustrofóbicos o histéricos,
recordaba con angustia esa historia del año 2000 cuando, evidentemente, ya no
había nada de que hablar.
De lejos, uno de los grandes dilemas de la humanidad. El
protocolo para la coexistencia obligada con desconocidos. Qué hacer mientras se
espera una solución, una respuesta, un siga, acompañado de personas que
posiblemente jamás volveremos a ver, y que se encuentran en el mismo dilema que
nosotros. Les hablo, los miro, me quedo callado…
Afortunadamente, el ser humano progresa. Siglos de
experiencia y desarrollo tecnológico han aportado soluciones a los grandes problemas de la humanidad y las convivencias
incómodas no son la excepción. En
tiempos de alta tecnología, este dilema ya no existe. Porque primero la
adolescente, después el joven profesional, posteriormente el técnico y
finalmente la señora jubilada acudieron al aislante del siglo XXI. Cada uno
sacó su respectivo smartphone y se puso a manipularlo, con los ojos fijos en la
pequeña pantalla
El aparato de comunicación por excelencia; el dispositivo
que simplificó el contacto entre los seres humanos; la ventana de acceso al
resto del mundo; la posibilidad técnica de intercambiar conocimiento e
información con cualquier persona en cualquier parte a cualquier hora
incomunicó, cerró la posibilidad de contacto y aisló de su entorno cercano a
los cuatro protagonistas de esta
historia.
Así quedó ratificado lo que a diario se ve en reuniones
familiares, juntas de negocios, restaurantes y múltiples actividades sociales,
donde los asistentes ignoran a sus congéneres cercanos mientras establecen
relaciones con el resto del universo
Nada mejor para
incomunicar que los aparatos de comunicación.