jueves, 16 de julio de 2015

Por el derecho a no ser perfecto


A Gómez no lo volvieron a invitar a las jornadas de promoción y prevención de la empresa. Y todo comenzó durante la presentación de la experta de riesgos profesionales. A la izquierda de la pantalla había un tipo y una mujer, jóvenes ellos, vestidos con ropa deportiva ceñida. Sobra decir que eran cuerpos perfectos, bronceados, que sus cabellos suaves y ondulados estaban peinados y que la ropa parecía –o era–  nueva. El ambiente se veía sospechosamente natural, con árboles, prados y un cielo azul.

Al lado derecho había un gordo especial y desproporcionadamente barrigón, semicalvo y despeinado donde aún tenía cabello, sin camiseta, con los hombros caídos, mirando hacia donde miran los caballeros cuando orinan en baño público. Por suerte, la imagen terminaba justo en su cintura. Podía estar en cualquier parte porque no había fondo.

La tallerista miró cuidadosamente a los asistentes a la jornada. Suponemos que hizo un escaner mental con rayos y escogió a quien, bajo la ropa, semejaba más al sujeto de la derecha. Y en tono inocente le preguntó a Gómez “¿Cual cree que es mejor?”. (Hay versiones más agresivas de la historia como “¿Usted a quien se parece?”, o “¿usted donde está?” incluso “¿Cuál cree que vivirá más tiempo?”, pero el espíritu es el mismo).

El interpelado se sintió como acusado en indagatoria pero algo dentro de él lo impulsó a buscar una respuesta digna. Y antes de hablar pensó que aunque siempre ha existido admiración por eso de ser bonito y saludable, hoy en día la cosa pasó de admiración a obsesión. No hay términos medios, si no eres portada de revista de fitness, vas a serlo de revista de obesidad. Y todo el tiempo quienes no son así –gran mayoría- están recibiendo mensajes cuya traducción es “Si no eres perfecto, no eres bueno”.

Veamos algunos: “esos kilitos de más”, frase presuntamente inocente repetida constantemente en medios de comunicación; “recuperar (peso) ganado en vacaciones”  (¿Cómo se recupera lo que uno ha ganado?);  “cuidarse” o, en una versión más cariñosa, “Quererse a sí mismo”; “tú (así, en confianza)  también puedes lucir…”

En tiempos de internet, la cosa se pone agresiva. Cualquier figura pública que deje ver un gordito es inmediatamente comentada, satirizada, twiteada, retwiteada y acosada por millones de anónimos y –suponemos– perfectos usuarios. Lo mismo ocurre, aunque en menor escala, con alguna dama o caballero que se arriesgue a selfiar (me lo acabo de inventar, bueno tal vez ya alguien se lo habían inventado, pero lo defino, tomarse una selfie y publicarla) su imperfecta anatomía. Eso sí, se convierte en nominado a las enemil listas que pululan en la red de las “peores selfies”.

En un mundo donde diseñadores y diseñadoras de moda centran su esfuerzo en destacar abdómenes planos y chocolatinas toráxicas, donde se valora a la gente por lo que tiene –o mejor, lo que no tiene– entre la cintura y el pecho; el interpelado de los primeros párrafos tuvo su instante de gloria.

Gómez se levantó saco y camisa dejando ver un abdomen surcado de estrías, con desordenados pelos y un sonriente ombligo y dijo: “En un saludable equilibrio entre las dos, doctora”.


No lo volvieron a invitar.