La leyenda dice
que a Bruno le sacaron la piedra a principios de siglo. La diferencia con el
resto del género humano es que él vive molesto e irascible a partir de ese día.
Todos los chistes sobre tipos bravos le encajan: desde su genio parejo –furia
constante– hasta que en la casilla de “estado” de cualquier formulario pone
“enverracado”.
Se le reconoce
que su trabajo no es fácil. Es gerente de algo en una empresa donde todo el
mundo parece confabulado para mantenerlo en su estado natural. Los empleados no
hacen lo que deben, los jefes tratan de imponer ideas absurdas, los clientes
exigen resultados imposibles… Cada vez que coge el teléfono un mensaje, una
llamada, un guasap o una foto condimentan su receta diaria de irascibilidad.
Vive solo y está
separado –adivinen por qué– . Y un día paso lo que tenía que pasar. No se
asusten, no hubo heridos. Pero la tensión arterial de Bruno sí se disparó. El médico le puso el tema sin eufemismos. De
nada servía cualquier medicamento, si no había cambios profundos en su estilo
de vida. Cálmese. Y haga algo para relajarse.
El paciente –bravo
pero no estúpido–, hizo varios intentos. Los deportes de conjunto terminaron
todos en cuasipeleas –incluido el yoga–. En el gimnasio no tuvo problemas con
las personas, pero no hubo máquina que se salvara de una andanada de insultos.
Pero un lunes
llegó a trabajar con algo raro en la cara. Sus colegas tardaron casi medio día
en reconocer una sonrisa. La cosa se puso realmente asustadora en esa reunión
que transcurrió sin sobresaltos. Y entró al terreno de lo sobrenatural cuando
le reportaron un problema menor. El hombre pidió detalles, esbozo una solución
y, con una tranquilidad sobrecogedora, prosiguió con su jornada.
Su jefe directo
no aguantó la curiosidad y, cuando tuvo la oportunidad, puso el tema. Bruno le
respondió que ahora neutralizaba las malas energías a través del ciclismo
recreativo de fin de semana.
– La primera
vez salí con una bicicleta nueva, con cambios y otras cosas. Y como yo no sabía
manejar ese aparato, a las tres cuadras ya estaba trabado. Me tocó arrastrarla
20 cuadras hasta que di con un mecánico que me cobró un poco de plata por mover
tres resortes. Y luego funcionó muy bien, como 10 cuadras. Y cuando volvió a
trabarse no aguante más, me bajé, levanté la bicicleta, la tiré contra el piso
y la cogí a patadas. Entonces llegaron unos policías. Aparecieron mientras yo
estaba saltando encima del aparato. Me dijeron que me tranquilizara y…
– … ¿Y?
– …Y por primera
vez en mucho tiempo, me sentí relajado, fresco, sosegado, despejado. Los mismos
agentes quedaron desconcertados ante el cambio súbito de actitud y el posible
conflicto se solucionó amigablemente. Desde ese día estoy saliendo a pedalear
los fines de semana. Claro que el asunto sale caro, pero vale la pena
– ¿Caro?, ¿y por
qué?
– ¿No ve que
tengo que romper una bicicleta cada ocho días?