martes, 8 de septiembre de 2015

Terapia de control de ira


La leyenda dice que a Bruno le sacaron la piedra a principios de siglo. La diferencia con el resto del género humano es que él vive molesto e irascible a partir de ese día. Todos los chistes sobre tipos bravos le encajan: desde su genio parejo –furia constante– hasta que en la casilla de “estado” de cualquier formulario pone “enverracado”.

Se le reconoce que su trabajo no es fácil. Es gerente de algo en una empresa donde todo el mundo parece confabulado para mantenerlo en su estado natural. Los empleados no hacen lo que deben, los jefes tratan de imponer ideas absurdas, los clientes exigen resultados imposibles… Cada vez que coge el teléfono un mensaje, una llamada, un guasap o una foto condimentan su receta diaria de irascibilidad.

Vive solo y está separado –adivinen por qué– . Y un día paso lo que tenía que pasar. No se asusten, no hubo heridos. Pero la tensión arterial de Bruno sí se disparó.  El médico le puso el tema sin eufemismos. De nada servía cualquier medicamento, si no había cambios profundos en su estilo de vida. Cálmese. Y haga algo para relajarse.

El paciente –bravo pero no estúpido–, hizo varios intentos. Los deportes de conjunto terminaron todos en cuasipeleas –incluido el yoga–. En el gimnasio no tuvo problemas con las personas, pero no hubo máquina que se salvara de una andanada de insultos.

Pero un lunes llegó a trabajar con algo raro en la cara. Sus colegas tardaron casi medio día en reconocer una sonrisa. La cosa se puso realmente asustadora en esa reunión que transcurrió sin sobresaltos. Y entró al terreno de lo sobrenatural cuando le reportaron un problema menor. El hombre pidió detalles, esbozo una solución y, con una tranquilidad sobrecogedora, prosiguió con su jornada.

Su jefe directo no aguantó la curiosidad y, cuando tuvo la oportunidad, puso el tema. Bruno le respondió que ahora neutralizaba las malas energías a través del ciclismo recreativo de fin de semana.

­ – La primera vez salí con una bicicleta nueva, con cambios y otras cosas. Y como yo no sabía manejar ese aparato, a las tres cuadras ya estaba trabado. Me tocó arrastrarla 20 cuadras hasta que di con un mecánico que me cobró un poco de plata por mover tres resortes. Y luego funcionó muy bien, como 10 cuadras. Y cuando volvió a trabarse no aguante más, me bajé, levanté la bicicleta, la tiré contra el piso y la cogí a patadas. Entonces llegaron unos policías. Aparecieron mientras yo estaba saltando encima del aparato. Me dijeron que me tranquilizara y…

– … ¿Y?

– …Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí relajado, fresco, sosegado, despejado. Los mismos agentes quedaron desconcertados ante el cambio súbito de actitud y el posible conflicto se solucionó amigablemente. Desde ese día estoy saliendo a pedalear los fines de semana. Claro que el asunto sale caro, pero vale la pena

– ¿Caro?, ¿y por qué?

– ¿No ve que tengo que romper una bicicleta cada ocho días?