Repasábamos la vez pasada la historia de
esos usuarios del transporte aéreo que jamás pasan de la sala de espera, o que
pasan a un avión que jamás despega, o que vuelan en un avión que termina
aterrizando en el mismo punto de donde despegó o en un aeropuerto alterno. Esos
personajes, cansados, frustrados y hambrientos reciben alrededor de medianoche una noticia mala y otra buena.
La mala es que el vuelo ha sido cancelado definitivamente. La “buena” es que la
aerolínea les brindará alojamiento por esta noche, para que puedan tomar el mismo
vuelo u otro al día siguiente.
Ese anuncio conlleva la primera de muchas
filas. Porque hay que confirmar de una vez el vuelo en el que terminarán su
periplo. Y ahí es cuando aparecen esas ofertas tentadoras de que si viajan
tarde les regalan millas, les regalan el almuerzo en el hotel, les dan un pase
para sala VIP. Opciones maravillosas, atrayentes y seductoras que apenas son
aprovechadas por una minoría, (cuando les resulta cliente) porque si uno iba a
viajar, digamos, el miércoles, es porque necesita estar allá el jueves a
primera hora.
Así que hay que pelearse los cupos en los
primeros vuelos del día siguiente. Primera fila. Hay que registrarse en un
listado para tener acceso al servicio de alojamiento. Segunda fila. Hay que
reclamar el equipaje. Tercera fila. A estas alturas, ya es de madrugada. Una
fila adicional (más por cansancio que por disciplina) recorrerá el solitario
aeropuerto en las primeras horas del día. Finalmente se detiene donde un
eficiente pero pequeño transporte llevará a los pasajeros a su anhelado lugar
de descanso. En varios viajes, por cierto.
Llegan al hotel. Tremendo hotel, por lo
general. Grande, elegante, cómodo. Con múltiples servicios. Pero lo único
tremendo que notan los viajeros es la tremenda fila en el área de registro.
Cancelación de vuelo que se respete nunca es la única. Cuando finalmente
termina el papeleo, (mínimo 1.30 de la
mañana) un funcionario invita cordialmente a pasar a manteles. No importa el
cansancio, esa puede ser la primera comida decente de las últimas 18 horas, así
que el comedor respectivo se congestiona (y más de un estómago delicado también).
Termina la comida, hora de pasar a la
habitación. Cama gigante, televisor idem, baño bonito y amplio. Pero esos
detalles suelen pasar desapercibidos porque a esas alturas ya son más de las 2
de la mañana y como toca estar en el aeropuerto a las 6 (primer vuelo) y en recepción a las 5 (desayuno), lo
prioritario es dormir.
Así que el sujeto o la sujeta se pone su
piyama, -si aplica- o se quita los zapatos, afloja la ropa, se acuesta y… no
hay sueño. El corre-corre de las filas, la comida, las emberracadas y demás
alborotaron la adrenalina, así que pasará un rato largo antes de poder
conciliar el sueño. Pero al fin el organismo se encuentra dispuesto a dormir,
así sea por unos pocos minutos. Ese momento coincide con aquel en que celular,
televisor despertador o llamada de recepción informa al pasajero que es hora
de levantarse.
Un desayuno reforzado le dará la bienvenida
a los que sí se levantaron, porque habrá quienes prefieren dormir, y terminan
saliendo contrarreloj, despeinados y en ayunas para no perder su vuelo. Todos
se encontrarán en la sala de embarque, cansados y ojerosos. Y así estarán todo
el día en su respectivo destino, donde no faltará el tipo desinformado que,
conocida la circunstancia, haga el inevitable comentario.
((Fin))