martes, 22 de marzo de 2016

Pesadilla de cinco estrellas (Segunda de dos partes)

Repasábamos la vez pasada la historia de esos usuarios del transporte aéreo que jamás pasan de la sala de espera, o que pasan a un avión que jamás despega, o que vuelan en un avión que termina aterrizando en el mismo punto de donde despegó o en un aeropuerto alterno. Esos personajes, cansados, frustrados y hambrientos reciben alrededor  de medianoche una noticia mala y otra buena. La mala es que el vuelo ha sido cancelado definitivamente. La “buena” es que la aerolínea les brindará alojamiento por esta noche, para que puedan tomar el mismo vuelo u otro al día siguiente.

Ese anuncio conlleva la primera de muchas filas. Porque hay que confirmar de una vez el vuelo en el que terminarán su periplo. Y ahí es cuando aparecen esas ofertas tentadoras de que si viajan tarde les regalan millas, les regalan el almuerzo en el hotel, les dan un pase para sala VIP. Opciones maravillosas, atrayentes y seductoras que apenas son aprovechadas por una minoría, (cuando les resulta cliente) porque si uno iba a viajar, digamos, el miércoles, es porque necesita estar allá el jueves a primera hora.

Así que hay que pelearse los cupos en los primeros vuelos del día siguiente. Primera fila. Hay que registrarse en un listado para tener acceso al servicio de alojamiento. Segunda fila. Hay que reclamar el equipaje. Tercera fila. A estas alturas, ya es de madrugada. Una fila adicional (más por cansancio que por disciplina) recorrerá el solitario aeropuerto en las primeras horas del día. Finalmente se detiene donde un eficiente pero pequeño transporte llevará a los pasajeros a su anhelado lugar de descanso. En varios viajes, por cierto.

Llegan al hotel. Tremendo hotel, por lo general. Grande, elegante, cómodo. Con múltiples servicios. Pero lo único tremendo que notan los viajeros es la tremenda fila en el área de registro. Cancelación de vuelo que se respete nunca es la única. Cuando finalmente termina el papeleo, (mínimo 1.30 de  la mañana) un funcionario invita cordialmente a pasar a manteles. No importa el cansancio, esa puede ser la primera comida decente de las últimas 18 horas, así que el comedor respectivo se congestiona (y más de un estómago delicado también).

Termina la comida, hora de pasar a la habitación. Cama gigante, televisor idem, baño bonito y amplio. Pero esos detalles suelen pasar desapercibidos porque a esas alturas ya son más de las 2 de la mañana y como toca estar en el aeropuerto a las 6 (primer  vuelo) y en recepción a las 5 (desayuno), lo prioritario es dormir.

Así que el sujeto o la sujeta se pone su piyama, -si aplica- o se quita los zapatos, afloja la ropa, se acuesta y… no hay sueño. El corre-corre de las filas, la comida, las emberracadas y demás alborotaron la adrenalina, así que pasará un rato largo antes de poder conciliar el sueño. Pero al fin el organismo se encuentra dispuesto a dormir, así sea por unos pocos minutos. Ese momento coincide con aquel en que celular, televisor despertador o llamada de recepción informa al pasajero que es hora de  levantarse.

Un desayuno reforzado le dará la bienvenida a los que sí se levantaron, porque habrá quienes prefieren dormir, y terminan saliendo contrarreloj, despeinados y en ayunas para no perder su vuelo. Todos se encontrarán en la sala de embarque, cansados y ojerosos. Y así estarán todo el día en su respectivo destino, donde no faltará el tipo desinformado que, conocida la circunstancia, haga el inevitable comentario.

“Semejante hotel y gratis. ¡Buenísimo!

((Fin))