El destino puso a Gonzalo a sonar. Pero no como suenan los
tecnócratas con aspiraciones a cargos de libre nombramiento y remoción, los
cantantes de moda o los potenciales clientes del gastroenterólogo. Una
descripción más completa es que el tipo pita. Y más exacta todavía es que él no es quien pita. Es su agenda.
Resulta que el cuadernillo con pasta dura y fechas preimpresas en el cual lleva –estilo
antiguo– los datos de sus actividades
diarias tiene un pin –estilo
moderno– de esos que instalan en los
negocios para evitar robos. El dispositivo está tan bien ubicado que Gonzalo no
ha podido encontrarlo. Aunque lo han desactivado muchas veces -el pin- al usuario de la
libreta le pasa lo mismo que a ciertos políticos cuando van a nombrar
ministros: sigue sonando.
A estas alturas supongo que el lector ha deducido que el
ruido emitido por el cuaderno no es un fenómeno permanente, sino circunscrito a
entradas y salidas. Entradas y salidas de negocios, bibliotecas, museos y otros
lugares donde casi cualquier cosa puede ingresar, pero la historia es diferente
cuando se trata de salir.
Este es uno de los descubrimientos derivados de su peculiar
condición. A nadie le preocupa un piii de
entrada, muy distinto al mismo piii
de salida. Porque además de diversificar su banda sonora, la circunstancia
particular le ha enseñado unas cuantas verdades de la vida.
Una es que existen sitios donde toda la inversión en pines y
sensores es meramente decorativa. No importa cuantas veces suene y se ilumine,
a nadie le importa. Es más, Gonzalo a veces se ha descarado y después de salir
vuele a entrar, y vuelve a salir, Y piii,
y piii. Y de reacciones, nada.
Sí, el caballero dispone de mucho tiempo libre. Por eso no
pone problema cuando el equipo de seguridad pone en marcha sus protocolos ante
el sonido. Porque ese es otro aprendizaje. Si alguien reacciona al ruidito es
porque tiene uniforme, gafete de tela con su apellido en el bolsillo izquierdo, gorra y arma de dotación. El resto del personal del establecimiento de turno hace oídos sordos. Siempre.
Incluso cuando están en la puerta, justo al lado de Gonzalo, mirándolo a los
ojos en el momento de la obertura del concierto de agudos.
La reacción de los guachimanes y guachiwomanas tiene
variantes. Algunos miran con pereza, piden el recibo, hacen como que lo miran sin
verlo y siga señor. Otros preguntan si sabe que es lo que suena, y se declaran
satisfechos con la explicación de la agenda tras –no siempre– una prueba. Pero los paranoicos –¿o eficientes? – piden
factura, ordenan que pase con maleta, sin maleta, y con todos los objetos de la
maleta uno por uno, hasta verificar que, efectivamente, es la agenda la que
suena. Normalmente, mientras hacen esta inspección minuciosa, dos o tres personas
más salen con su respectivo acompañamiento musical, sin ningún problema…
Una tendencia común es hacer una revisión tan detallada como
inútil del objeto en busca del pin.
Otra es pasarlo por el escáner ubicado en la caja destinado a desactivar el
mecanismo que, impajaritablemente, se reactivará en el siguiente negocio.
La solución definitiva implicaría desbaratar el librillo. Como la encuadernación no forma parte de las competencias del feliz poseedor de la agenda, él ya tomó una decisión. Aplica para todo el 2017. Gonzalo sigue sonando.
La solución definitiva implicaría desbaratar el librillo. Como la encuadernación no forma parte de las competencias del feliz poseedor de la agenda, él ya tomó una decisión. Aplica para todo el 2017. Gonzalo sigue sonando.