jueves, 19 de enero de 2017

Gonzalo sigue sonando

El destino puso a Gonzalo a sonar. Pero no como suenan los tecnócratas con aspiraciones a cargos de libre nombramiento y remoción, los cantantes de moda o los potenciales clientes del gastroenterólogo. Una descripción más completa es que el tipo pita. Y más exacta todavía es que él no es quien pita. Es su agenda.

Resulta que el cuadernillo con pasta dura y fechas preimpresas en el cual lleva –estilo antiguo–  los datos de sus actividades diarias tiene un pin –estilo moderno–  de esos que instalan en los negocios para evitar robos. El dispositivo está tan bien ubicado que Gonzalo no ha podido encontrarlo. Aunque lo han desactivado muchas veces -el pin-  al usuario de la libreta le pasa lo mismo que a ciertos políticos cuando van a nombrar ministros: sigue sonando.

A estas alturas supongo que el lector ha deducido que el ruido emitido por el cuaderno no es un fenómeno permanente, sino circunscrito a entradas y salidas. Entradas y salidas de negocios, bibliotecas, museos y otros lugares donde casi cualquier cosa puede ingresar, pero la historia es diferente cuando se trata de salir.

Este es uno de los descubrimientos derivados de su peculiar condición. A nadie le preocupa un piii de entrada, muy distinto al mismo piii de salida. Porque además de diversificar su banda sonora, la circunstancia particular le ha enseñado unas cuantas verdades de la vida.

Una es que existen sitios donde toda la inversión en pines y sensores es meramente decorativa. No importa cuantas veces suene y se ilumine, a nadie le importa. Es más, Gonzalo a veces se ha descarado y después de salir vuele a entrar, y vuelve a salir, Y piii, y piii. Y de reacciones, nada.

Sí, el caballero dispone de mucho tiempo libre. Por eso no pone problema cuando el equipo de seguridad pone en marcha sus protocolos ante el sonido. Porque ese es otro aprendizaje. Si alguien reacciona al ruidito es porque tiene uniforme, gafete de tela con su apellido en el bolsillo izquierdo, gorra y arma de dotación. El resto del personal del establecimiento de turno hace oídos sordos. Siempre. Incluso cuando están en la puerta, justo al lado de Gonzalo, mirándolo a los ojos en el momento de la obertura del concierto de agudos.

La reacción de los guachimanes y guachiwomanas tiene variantes. Algunos miran con pereza, piden el recibo, hacen como que lo miran sin verlo y siga señor. Otros preguntan si sabe que es lo que suena, y se declaran satisfechos con la explicación de la agenda tras –no siempre– una prueba.  Pero los paranoicos –¿o eficientes? – piden factura, ordenan que pase con maleta, sin maleta, y con todos los objetos de la maleta uno por uno, hasta verificar que, efectivamente, es la agenda la que suena. Normalmente, mientras hacen esta inspección minuciosa, dos o tres personas más salen con su respectivo acompañamiento musical, sin ningún problema…

Una tendencia común es hacer una revisión tan detallada como inútil del objeto en busca del pin. Otra es pasarlo por el escáner ubicado en la caja destinado a desactivar el mecanismo que, impajaritablemente, se reactivará en el siguiente negocio. 

La solución definitiva implicaría desbaratar el librillo. Como la encuadernación no forma parte de las competencias del feliz poseedor de la agenda, él ya tomó una decisión. Aplica para todo el 2017. Gonzalo sigue sonando.