jueves, 15 de octubre de 2015
Cuestión de dignidad
Están ahí, parados en algún punto del centro comercial, al lado del teléfono, en la puerta del almacén, frente a la caseta de dulces, en la esquina suroriental del parque, sentados en la cafetería. Miran nerviosamente el reloj, y tratan de disimular su condición observando una vitrina, hojeando una revista, fumando un cigarrillo, consultando el teléfono o silbando despreocupadamente el tema de moda. Pero por más que lo intenten, es como si llevaran un letrero enorme en la frente: ME DEJARON PLANTADO.
Ya se pasaron los 10 minutos del trancón, los quince reglamentarios, la media hora de por ser a usted y la hora de por si acaso. Ya han observado detalladamente cuanto bus, buseta, taxi, o colectivo se ha detenido en tres cuadras a la redonda. Ya se hizo el repaso mental de las condiciones de la cita. Ya se verificó si esa era la esquina, el almacén, la caseta y la hora. Ya se intentó, - obviamente sin éxito - confirmar vía celular, whatsap, fijo, y... nada.
En ese momento ellos y ellas tratan de parecer normales. Pero saben que de todos los puntos cardinales miradas entre burlonas y compasivas los señalan. Saben que los tres viejos que toman cerveza en la tienda al aire libre cuchichean en voz baja sobre su suerte. Saben que la seriedad del policía de turno esconde una mueca burlona. Saben que el vendedor ambulante que les ha ofrecido tres veces una caja de chicles los tiene detectados
En ese momento ellos son los fracasados del mundo. Los que creyeron que eran importantes para esa persona. Los que consideraron que las sonrisas en la oficina, el colegio, la universidad eran algo más que mera cortesía. Los que vieron con el deseo un sentimiento inexistentes en quien no llegó. Los que caen una y otra vez en la misma ilusión fallida.
Y sin embargo esperarán hasta el último momento. Hasta cuando la calle se vaya quedando sola. Hasta cuando cierre la taquilla del cine. Hasta cuando el empleado de la cafetería les diga "Que pena pero vamos a cerrar". Y en ese momento, se levantarán despacio y sentirán deseos de gritarle al mundo que se acabó. Ya no más, Es suficiente. Es la última vez. Que se vaya para la....
Y cuando agarren a patadas al vendedor ambulante de los chicles, le rompan las botellas de cerveza a los viejitos en la cabeza o terminen en la permanente por echarle la madre al policía de turno tendrán sólo una explicación. Era cuestión de dignidad.
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