Cualquier residente de propiedad horizontal sabe que su condición implica compartir sonidos y fragancias con sus vecinos. A veces, por algún inesperado fenómeno arquitectónico, hay uno o varios apartamentos por donde pasan la mayor cantidad posible de estímulos auditivos y aromáticos originados en hogares ajenos. Y en este caso particular, es donde vive el señor Ariza.
Por cuenta del olor del humo se ha enterado de que el vecino
del piso de abajo fuma en el baño. Los de arriba no fuman, pero consumen a escala industrial
perfumes, colonias, lociones y odorizantes. Entretanto, a través de la ventana de la cocina se filtran las evidencias aromáticas de los variados arrebatos culinarios de la familia de enfrente, que van desde el chicharrón frito hasta el exótico y picante curry.
Si las emanaciones insinúan fragmentos del estilo de vida,
el sonido revela los detalles. De la vecina, por ejemplo. Ariza –cuya
habitación colinda con la sala del apartamento contiguo– sabe que los fines de
semana tienen diferentes formas de rematar la noche. La despechada, con
rancheras a grito herido; la nostálgica, con baladas y sollozos; la amistosa,
con pop y voces femeninas; y la –cómo llamarla–
productiva, donde una voz masculina antecede sonidos no aptos para
menores de edad.
Al otro lado, a cualquier hora del día, por motivos que van
desde la economía familiar hasta el color de las medias del presidente de la
República, la pareja discute. El señor Ariza no entiende como pueden convivir
dos personas que parecen estar en desacuerdo en todo. En parte porque es
imposible de ignorar, y en parte por una mezcla de curiosidad científica y
morbo, él ha contado –en un mes– 28 temas distintos con 56 posiciones
diferentes en las garroteras verbales al otro lado de la pared.
Con ese par se conoce tanto la tesis como la antítesis. Con
la del apartamento de atrás no. Solo se conoce la tesis, porque lo que escucha
constantemente es la mitad de la
conversación telefónica. La de esa vecina que insiste en usar la voz en
detrimento de los sistema de mensajería instantánea. Habla todo el tiempo sobre
todos los temas. En una conversación promedio de las 20 que maneja al día, pasa
sucesivamente del actor de moda a la receta de cocina a los problemas del carro
a los descuentos de temporada a la inversión de los ahorros al nuevo
restaurante al pago de impuestos… para rematar –inevitablemente– con un
“tenemos que vernos para poder hablar”.
Ariza alguna vez le ha visto la cara a sus vecinos. La pareja
del lado anda en plan meloso, cogidos de la mano o abrazados. El vecino de
abajo tiene una calcomanía contra el cigarrillo en el carro. La vecina se viste
recatadamente y tiene cara de madre superiora. Los de enfrente son delgados y
la del apartamento de atrás se caracteriza por su discreción durante las
asambleas de propietarios.
Pequeños secretos y contradicciones típicas del ser humano,
que tiene una vida pública y otra privada, que es una especie de secreto para
los demás. Excepto para el señor Ariza, que todo lo sabe, aunque nada le
importa.