jueves, 4 de agosto de 2016

Tribulaciones de un vecino bien informado

El concepto de buen vecino que maneja el señor Ariza se limita a un ligero movimiento de cejas y un sonido ininteligible cuando se cruza con alguien en las áreas comunes del edificio donde vive. Nombres, apellidos y otros datos de identificación de los habitantes de zonas colindantes forman parte del gran acervo de datos que ni sabe, ni le importan. Sin embargo, muy a su pesar, es el tipo más informado de la intimidad los apartamentos de arriba, abajo, al lado, atrás y transversal.

Cualquier residente de propiedad horizontal sabe que su condición implica compartir sonidos y fragancias con sus vecinos. A veces, por algún inesperado fenómeno arquitectónico, hay uno o varios apartamentos por donde pasan la mayor cantidad posible de estímulos auditivos y aromáticos originados en hogares ajenos. Y en este caso particular, es donde vive el señor Ariza.

Por cuenta del olor del humo se ha enterado de que el vecino del piso de abajo fuma en el baño. Los de arriba no fuman, pero consumen a escala industrial  perfumes, colonias,  lociones y odorizantes. Entretanto, a través de la ventana de la cocina se filtran las evidencias aromáticas de los variados arrebatos culinarios de la familia de enfrente, que van desde el chicharrón frito hasta el exótico y picante curry.

Si las emanaciones insinúan fragmentos del estilo de vida, el sonido revela los detalles. De la vecina, por ejemplo. Ariza –cuya habitación colinda con la sala del apartamento contiguo– sabe que los fines de semana tienen diferentes formas de rematar la noche. La despechada, con rancheras a grito herido; la nostálgica, con baladas y sollozos; la amistosa, con pop y voces femeninas; y la –cómo llamarla–  productiva, donde una voz masculina antecede sonidos no aptos para menores de edad.

Al otro lado, a cualquier hora del día, por motivos que van desde la economía familiar hasta el color de las medias del presidente de la República, la pareja discute. El señor Ariza no entiende como pueden convivir dos personas que parecen estar en desacuerdo en todo. En parte porque es imposible de ignorar, y en parte por una mezcla de curiosidad científica y morbo, él ha contado –en un mes– 28 temas distintos con 56 posiciones diferentes en las garroteras verbales al otro lado de la  pared.

Con ese par se conoce tanto la tesis como la antítesis. Con la del apartamento de atrás no. Solo se conoce la tesis, porque lo que escucha constantemente es la mitad de la  conversación telefónica. La de esa vecina que insiste en usar la voz en detrimento de los sistema de mensajería instantánea. Habla todo el tiempo sobre todos los temas. En una conversación promedio de las 20 que maneja al día, pasa sucesivamente del actor de moda a la receta de cocina a los problemas del carro a los descuentos de temporada a la inversión de los ahorros al nuevo restaurante al pago de impuestos… para rematar –inevitablemente– con un “tenemos que vernos para poder hablar”.

Ariza alguna vez le ha visto la cara a sus vecinos. La pareja del lado anda en plan meloso, cogidos de la mano o abrazados. El vecino de abajo tiene una calcomanía contra el cigarrillo en el carro. La vecina se viste recatadamente y tiene cara de madre superiora. Los de enfrente son delgados y la del apartamento de atrás se caracteriza por su discreción durante las asambleas de propietarios.

Pequeños secretos y contradicciones típicas del ser humano, que tiene una vida pública y otra privada, que es una especie de secreto para los demás. Excepto para el señor Ariza, que todo lo sabe, aunque nada le importa.