miércoles, 16 de abril de 2025

La villana está en el cielo

Ella lo persigue con saña. El asunto es personal. Ella lo tiene entre ojos, lo odia por motivos desconocidos pero, sobre todo, juega con él. Nunca se sabe cómo actuará, no se guía por patrones lógicos y disfruta convirtiendo a su blanco en víctima constante, no solo de sus prácticas, sino de la incertidumbre.

Lo peor es que el Ciclonauta no tiene a quien acudir. Nadie le creería si denunciara a su enemiga. Ella, tan astuta como perversa, tiene un comportamiento en apariencia inocente y casual. De hecho, sus acciones pueden perjudicar, pero también beneficiar o ser inocuas para los demás. 

No es lo que hace, es cuándo y cómo lo hace. Así demuestra su fijación enfermiza. Se trata de una guerra perdida. Incluso si alguien le creyera, ella es incontrolable. No existe persona, institución, autoridad, corte, organismo de socorro, científico, técnico, fuerza armada o argumento capaz de enfrentar a… la nube negra.

Esa nube negra que en el día menos esperado hace que Bogotá no tenga un clima sino varios, que cambian de cuadra a cuadra. Esa nube negra que aparece de repente y en cuestión de segundos oscurece cielo y ambiente. Esa nube negra que existe para amargarle la vida al Ciclonauta.

Como les sonará a algunos lectores, el Ciclonauta no se llama así, pero anda en bicicleta. Una bicicleta de esas que tienen ruedas, pedales, sillín, etc. Lo que no tiene es techo para proteger a su usuario de la lluvia. Por eso, ante las precipitaciones, este debe buscar donde guarecerse o utilizar algún elemento artificial. 

La primera opción sirve si no hay afán. La nube negra lo sabe. Por eso solo atacará cuando el destino de turno incluya horario inaplazable. O mientras se transite por lugares sin espacios adecuados para protegerse del aguacero. Y cuando por fin surja un escampadero, la lluvia cesará. Como por arte de magia.

El plan B son elementos antilluvia. El paraguas deshabilita una mano para efectos de conducción. Además,  la nube negra tiene un cómplice. El viento. Ese que produce lluvia diagonal para que el agua entre por los lados. Ese que desencadena fuerzas capaces de dañar o llevarse la sombrilla con destino desconocido. O al Ciclonauta con destino conocido: el duro piso mojada o algún charco con ínfulas de laguna.

Quedan los impermeables. Pero no hay que subestimar a la nube negra. Lanzará una llovizna de advertencia para que el sujeto se acomode las prendas protectoras.  Aumentará la pluviosidad y dejará que avance un rato. Y de repente detendrá el chaparrón y dejará al tipo enfundado en pantalones, chaquetón o poncho con un calor de los mil demonios y sudor en cantidades industriales.

Entonces este se quitará el impermeable, arrancará y… comenzará a llover otra vez. Se pondrá las prendas protectoras, avanzará otro poco y... escampará. Así,  sucesivamente hasta llegar, convertido en sopa por la mezcla de sudor y aguas lluvias, a su destino.

La nube negra en el cielo no es invisible. Quien la ve intenta predecir su comportamiento. Verifica su presencia antes de salir, calcula tiempos cuando aparece, revisa las zonas azules y despejadas del firmamento, busca señales de lluvias previas, dosifica su velocidad. Todo para evitar las precipitaciones.

Vana esperanza. Ella no perdona. Espera pacientemente ese momento exacto cuando el hombre inicia su recorrido.  Entonces aparece. Y lo persigue, a él. Si el de la bicicleta cambia inesperadamente de rumbo, ella también.  Se cierra como tenaza en los sectores despejados mientras el optimista de abajo pedalea esperanzado hacia un clima seco que nunca alcanza. Siempre contra él. Siempre victoriosa.

Así actúa la nube negra. La que odia al Ciclonauta. La Malvada Nube Negra.