miércoles, 16 de octubre de 2024

No se identifique, por favor

Estas cosas ya no pasan pero hubo un cuando durante el cual eran rutinarias. Grupos de soldados recorrían las calles solicitando al personal masculino su libreta militar. Los que poseían el documento seguían su camino, los que no lo tenían sí tenían… un problema. Eran transportados en camión al cuartel. Allí, si cumplían requisitos de edad, salud y carencia de obligaciones familiares, serían alojados, alimentados, vestidos y entrenados durante 12, 18 o 24 meses. Todo por cortesía de las Fuerzas Militares.

Cuando el Ciclonauta cogió cara y cuerpo de potencial soldado, se volvió blanco permanente en esas “batidas”. Tuvo uno que otro problema pero finalmente salía indemne a punta de carnet estudiantil y tarjeta de identidad. Por eso se afanó en solucionar su situación militar al llegar a la edad reglamentaria. 

Acababa de recibir la libreta el día en que se encontró con otro operativo. Procedió a sacar la billetera, dispuesto a mostrar el documento que… había dejado en casa. No valieron argumentos ni ruegos.  La cara de remiso (así llaman a los evasores del servicio militar) pudo más. “Disfrutó” de la hospitalidad de las Fuerzas Militares hasta que logró llamar. Muchas horas después una comisión familiar, libreta en mano, lo rescató. 

De ahí en adelante el Ciclonauta anda siempre debidamente apertrechado con cualquier papel susceptible de ser solicitado por autoridad competente. Cédula, libreta, carnet de vacunación, identificación laboral, tarjeta de biblioteca, pase, lo que sea que le pidan está a la mano. De hecho, la situación evolucionó de precaución a exhibición. El tipo no solo muestra los papeles. Se enorgullece de hacerlo.

A medida que perdió la cara de remiso pero fue cogiendo la de viejo, los requerimientos callejeros de libreta militar desaparecieron. Muchos años después cierto alcalde se inventó un registro para las bicicletas, con la advertencia de que, en cualquier momento, las autoridades podrían solicitarlo. Como nuestro protagonista pedalea a diario por las vías citadinas, hizo el trámite en línea. Imprimió una copia que dobló e introdujo cuidadosamente en su billetera, debidamente protegida en funda de plástico. Solo faltaba el requerimiento de alguna autoridad para demostrar su cumplimiento, legalidad y civismo.

Pasó un año largo... y de aquello nada.  Por ahí supo de una campaña pedagógica para concientizar a los biciusuarios de la necesidad del registro. Se demoró unos días pero finalmente, mientras pedaleaba, se encontró con una combinación de uniformados deteniendo ciclistas y explicándoles algo. Algo cuyo detalle nunca conoció, porque si bien desaceleró, nadie le hizo caso. Vivió la situación un par de veces más hasta que optó por no variar la velocidad a menos que le hicieran alguna señal, señal que todavía está esperando. 

Transcurrían los meses y el registro seguía inamovible en su funda de plástico. De los operativos pedagógicos se pasó a otros, a cargo de la Policía Nacional.  No solo paraban a los pedalistas, sino que verificaban el número de serie del marco y lo cruzaban con alguna base de datos. El Ciclonauta ignora si la estrategia permitió recuperar algún vehículo robado. Tampoco sabe si ha servido para promover más documentos. Lo único que puede decir de las actividades de registro y control es que en todas las que se ha encontrado durante su diario rodar por calles, carreras y ciclorrutas, ha sido olímpicamente ignorado.

El tipo, de verdad, quiere chicanear con su registro pero es invisible ante los ojos de la autoridad. Lo ha intentado todo. Desacelerar, parar, hacerle alguna pregunta al agente de turno, poner cara de sospechoso, bajarse de la bicicleta, fingir algún ajuste mecánico pero nada. Ni su vehículo ni su aspecto generan interés. Su mayor logro es un “por favor circule señor” de algún agente que ni siquiera lo miró a la cara.

El desaire oficial ha llegado a tal punto que el Ciclonauta añora otros tiempos, cuando tenía cara de remiso.