Si algo caracteriza a los Rodríguez es su nivel educativo.
De los cinco hijos de la familia dos son doctores –médico especialista y PHD–
una es candidata a doctorado en Economía y los otros dos han alcanzado grado de
magíster en sus especialidades profesionales. La viuda de Rodríguez se
enorgullece de los logros de su prole. Se ve bastante seguido con ellos en la
casa familiar, adonde llegan en plan de visita hijos, nietos y hasta bisnietos.
Aunque la edad de la
dama en mención se maneja con discreción, digamos que sus contertulios incluyen profesionales de salud para atender los achaques
derivados del inexorable paso de los años. Pero la más habitual es Tránsito, veterana auxiliar de
labores domésticas quien, de lunes a viernes, se encarga de aseo, cocina y
demás.
Ese sábado (con lunes festivo) la visita le correspondía al
hijo Phd en Matemáticas Puras y su familia. El corre corre de ese nieto
particularmente inquieto hizo que una jarra de jugo se volteara y vaciara su
contenido sobre el regazo de la abuela.
Una rápida reacción permitió cambiar prendas, limpiar el piso, y, por sugerencia
de la abuela, llevar las prendas a la lavadora para evitar que la mancha se
“asentara”.
El Phd abrió el electrodoméstico, introdujo la ropa, movió
la perilla…y nada pasó. Repitió varias
veces el proceso... y nada. Llamó a su
esposa –magíster en la misma especialidad con énfasis en Geometría Euclidiana–
quien no obtuvo mejores resultados.
Entonces optaron por consultar al experto en tecnología de
la familia. El hijo ingeniero de sistemas, con maestría y ese alto cargo en una
multinacional. Este llegó en la tarde y
tras reiterar su comentario sobre la necesidad de cambiar ese armatoste –que en
honor a la justicia, superaba la década de servicios– intentó encenderlo… y nada pasó.
Movió el aparato, revisó conexiones, hizo pruebas con el
suministro de energía, anotó la información y dictaminó que iba a ser necesario
llamar a un experto. A esas alturas ya era noche de sábado y los únicos
técnicos disponibles cobraban demasiado. Eso fue lo que comentó la hermana
economista –candidata a doctorado– durante
la respectiva consulta telefónica. Ella,
junto con su esposo el catedrático y su hijo mayor –arquitecto graduado– intentaron también
encender la máquina antes, durante y después del tradicional almuerzo dominical
donde la abuela. Y nada pasó.
El lunes festivo la otra hermana, abogada y magistrada de un
alto tribunal, consultó sobre la garantía del aparato. Tras revisar una vieja
caja llena de recibos encontró que la misma había expirado hace más de un
lustro. Vía chat los Rodríguez definieron un plan de acción: buscar un técnico
calificado a primera hora del martes. De
acuerdo con el diagnóstico se haría un estudio de mercado para determinar la
mejor inversión entre reparar el viejo electrodoméstico o adquirir uno nuevo,
agregándole al estudio –sugerencia de la economista– variables como consumo de
agua y energía.
Pero esto nunca llegó a concretarse porque ese martes
Tránsito, –quien, a propósito, nunca terminó su primaria– , llegó a trabajar,
saludó a la señora Rodríguez, fue al lavadero, cargó la máquina, intentó
encenderla… y nada pasó. Entonces movió el cable de conexión y pasó
algo: la lavadora comenzó a trabajar.