martes, 9 de febrero de 2016

Una historia de alta tecnología


Si algo caracteriza a los Rodríguez es su nivel educativo. De los cinco hijos de la familia dos son doctores –médico especialista y PHD– una es candidata a doctorado en Economía y los otros dos han alcanzado grado de magíster en sus especialidades profesionales. La viuda de Rodríguez se enorgullece de los logros de su prole. Se ve bastante seguido con ellos en la casa familiar, adonde llegan en plan de visita hijos, nietos y hasta bisnietos.

Aunque  la edad de la dama en mención se maneja con discreción, digamos que sus contertulios incluyen profesionales de salud para atender los achaques derivados del inexorable paso de los años. Pero la más habitual es Tránsito, veterana auxiliar de labores domésticas quien, de lunes a viernes, se encarga de aseo, cocina y demás.

Ese sábado (con lunes festivo) la visita le correspondía al hijo Phd en Matemáticas Puras y su familia. El corre corre de ese nieto particularmente inquieto hizo que una jarra de jugo se volteara y vaciara su contenido sobre el regazo de la abuela.  Una rápida reacción permitió cambiar prendas, limpiar el piso, y, por sugerencia de la abuela, llevar las prendas a la lavadora para evitar que la mancha se “asentara”.

El Phd abrió el electrodoméstico, introdujo la ropa, movió la perilla…y nada pasó.  Repitió varias veces el proceso... y nada.  Llamó a su esposa –magíster en la misma especialidad con énfasis en Geometría Euclidiana– quien no obtuvo mejores resultados.

Entonces optaron por consultar al experto en tecnología de la familia. El hijo ingeniero de sistemas, con maestría y ese alto cargo en una multinacional. Este llegó en la  tarde y tras reiterar su comentario sobre la necesidad de cambiar ese armatoste –que en honor a la justicia, superaba la década de servicios–  intentó encenderlo… y nada pasó.

Movió el aparato, revisó conexiones, hizo pruebas con el suministro de energía, anotó la información y dictaminó que iba a ser necesario llamar a un experto. A esas alturas ya era noche de sábado y los únicos técnicos disponibles cobraban demasiado. Eso fue lo que comentó la hermana economista –candidata a doctorado–  durante la respectiva consulta telefónica. Ella,  junto con su esposo el catedrático y su hijo mayor  –arquitecto graduado– intentaron también encender la máquina antes, durante y después del tradicional almuerzo dominical donde la abuela.  Y nada pasó.

El lunes festivo la otra hermana, abogada y magistrada de un alto tribunal, consultó sobre la garantía del aparato. Tras revisar una vieja caja llena de recibos encontró que la misma había expirado hace más de un lustro. Vía chat los Rodríguez definieron un plan de acción: buscar un técnico calificado a primera hora del martes.  De acuerdo con el diagnóstico se haría un estudio de mercado para determinar la mejor inversión entre reparar el viejo electrodoméstico o adquirir uno nuevo, agregándole al estudio –sugerencia de la economista– variables como consumo de agua y energía.

Pero esto nunca llegó a concretarse porque ese martes Tránsito, –quien, a propósito, nunca terminó su primaria– , llegó a trabajar, saludó a la señora Rodríguez, fue al lavadero, cargó la máquina, intentó encenderla… y nada pasó. Entonces movió el cable de conexión y pasó algo: la lavadora comenzó a  trabajar.