Me encontré en internet con diapositivas que hablan del negocio, inventado por empresarios gringos. Agarraron cierto producto y le hicieron varias modificaciones a la presentación. Cambiaron el empaque, le metieron nuevo discurso promocional entre ecologista y contestatario, se fueron por una estrategia publicitaria agresiva y en canales no tradicionales y —de eso me enteré después— lograron el monopolio de distribución en algunos escenarios.
El negocio funcionó. Su oferta se vende y los ingresos fluyen (en una noticia de marzo de 2024 hablan de ventas por más de 260 millones de dólares). El sitio donde conocí la historia es una red profesional en la cual múltiples expertos en mercadeo prácticamente se derritieron en elogios con palabras como excelente, perfecto, ejemplo, brillante, top, memorable… en fin.
Supongo que a estas alturas ya hay una legítima curiosidad sobre cual es ese producto revolucionario, disruptivo y radical que está generando un comportamiento completamente diferente en los hábitos de las nuevas generaciones. Porque, y eso es absolutamente claro, los que lo compran y lo consumen son de millenials para arriba.
Agua.
No es agua con algún ingrediente especial. No es agua recogida en lugares exóticos como cimas del Himalaya o glaciales árticos o antárticos. No es agua sometida a algún complejo procedimiento antes de su comercialización. No es agua de otro planeta. Ellos explican que es agua subterránea que viene de los Alpes. También tienen versiones con gas y saborizadas, pero el insumo puro es aquel que los hizo destacar en el mundo de los sedientos y de los empresarios.
Cuando uno busca los precios encuentra que una lata de 500 ml (y hablo del líquido sin añadidos) puede costar entre 8.000 y 25.000 pesos colombianos. Y para hacer comparaciones es fácil verificar que un volumen similar, en marca y empaque tradicional, se consigue en 2.000 o 3.000 pesos.
Eso sin hablar de lo que puede costar disponer de la misma cantidad con solo abrir el grifo y llenar un recipiente. O de recoger la que el cielo manda gratis periódicamente o utilizar la que corre —también gratis— por ríos y quebradas (hirviéndola o filtrándola —incluso ambas— antes de consumir). Aclaración patrocinada por las autoridades de salud.
Y antes de que crean que fumé alguna cosa rara, que el agua de canilla (la que yo uso) viene con agregados extraños o que esta vez se me fue la mano en la creatividad aquí dejo el enlace de la marca de marras.
Por supuesto, abundan las explicaciones de los expertos sobre el éxito de tan novedosa propuesta. Que logró sintonizarse con la identidad de los nuevos consumidores; que reinventó un producto universal; que irrumpió exitosamente en un mundo monopolizado por gigantes intocables; que se subió en el momento adecuado a la guerra contra el plástico o que le trajo emoción a lo que era aburrido por definición.
Los que no pertenecemos al mundo del marketing, no sabemos de branding, customizing, targeting ni entendemos porque cuando se habla de estos temas hay que llenar el discurso de palabras en inglés tenemos una visión un poquito diferente.
Es bastante extraño que alguien venda agua enlatada.
Pero lo que realmente indigna, preocupa, asusta y sorprende es la cantidad de gente que la compra.