De manera que los Yépez procedieron a la instalación, debidamente asesorados por técnico profesional certificado. Y en los primeros días cada miembro del clan se dedicó a explotar la nueva adquisición de acuerdo con sus intereses particulares. Finalmente, un domingo cerca de la medianoche le tocó el turno al abuelo Yépez, cuyas aspiraciones no pasaban de ver su programa favorito en canal nacional.
Y para ese servicio en particular, el televisor no funcionó.
El hombre movió todos los controles posibles. Hasta leyó y aplicó estrictamente el manual pero nada. La maravilla tecnológica se negaba a sintonizar canales tradicionales. Tras dos horas de pruebas, apoyado por papá y mamá Yépez tocó despertar a los expertos tecnológicos de la familia. Como las edades de los peritos oscilaban entre los 7 y los 13 años, primero tocó explicarles qué era un canal de televisión, por qué los programas tenían horario fijo y no se podían ver a cualquier hora. Aclaraciones técnicas concluidas ellos tampoco pudieron. Con sueño, cansancio, y sobre todo frustración, los Yépez se fueron a dormir.
El consuelo fue que el asesor telefónico contactado a primera hora tampoco dio con el chiste. Luego de, muchos, muchos minutos de instrucciones, el aparato de televisión seguía sin servir para ver televisión de la forma tradicional. El experto dictaminó la necesidad de una revisión técnica in situ aplicando la garantía.
Días después apareció el experto, repitió todos los intentos previos, fracasó en todas las repeticiones y tras sacar fotos, llenar formularios y recoger firmas se llevó el aparato para la respectiva reparación. Reparación que no se llevó a cabo, porque pasadas 72 horas un personaje que se identificó como otro técnico del taller autorizado mensajeó las 4 palabras mágicas que le permiten a las empresas enredar su responsabilidad con los productos que venden: “Ustedes le dieron un golpe”. Y va foto.
Pero el cliente de turno, (en este caso los Yépez) tenía esa mezcla de terquedad, tacañería, persistencia y paciencia para contraatacar. El primer round fue argumentar que el tal golpe y el daño no tenían ninguna relación. Vinieron más revisiones y dictámenes técnicos. Como la empresa insistió en su posición, tocó escalar el asunto ante la alcaldía, ante la superintendencia e incluso mirar la opción de instancias judiciales.
Teóricamente era una batalla de argumentos, pero realmente el asunto era de resistencia. Cuál de los dos se cansaría primero. Los Yépez, sin su televisor ultramoderno multiservicios y dedicando tiempo y recursos a escribir cartas, visitar oficinas y repetir el cuento; o la empresa, destinando recursos corporativos, técnicos y administrativos a generar respuestas y enfrentar requerimientos de autoridades competentes.
A estas alturas, el asunto va en una especie de empate. La empresa aún no aplica la garantía pero dicen en la superintendencia que devolver la plata o cambiar el aparato tiene futuro. La familia Yépez, por su parte, recuperó sus rutinas de antes del televisor nuevo.
Y el abuelo Yépez ve su programa dominical en ese aparato que tiene hace años, el cual puede que no sea tan moderno, pero sirve para ver televisión.