jueves, 19 de mayo de 2016

La venganza del profe Manrique


A Manrique le hubiera gustado decir que planeó minuciosamente la estrategia para saborear, lenta y gustosamente, el dulce sabor de la venganza. Pero no, no fue así.

Ese es el desenlace. Las historias comienzan por el principio. Manrique está en sus 30. Graduado precozmente como ingeniero, suma unos 8 años de experiencia profesional. Se vincula a la academia para hacer realidad su sueño de desarrollar una carrera docente en cierta universidad cuyo nombre no importa.

¿Ya dije que eso pasó hace 20 años? Bueno, 23. Porque lo que pasó hace 20 años fue que hubo un cambio de decano, y ajustes administrativos. Y al terminar el semestre Manrique amaneció un día con cara de ajuste. Así que la nueva administración conjugó el verbo prescindir con él como sujeto.

Hablando de conjugar, él conjugó sucesivamente y en primera persona los verbos sorprender, lamentar, enfurecer,  ofender, resignar y soñar… soñar con ese momento triunfal, donde quienes lo habían desechado lo requerirían de nuevo, y él, desde su posición favorecida, les recordaría la ignominia del pasado.

Pero en ese momento el problema era de hambre, no de venganzas. Buscando opciones incursionó en el mundo del emprendimiento. Le fue bien. Con el paso de los años se consolidó con uno de los mejores en lo suyo. Pero entre contrato y contrato a veces recordaba su salida del centro docente. Y en esos instantes –cada vez más escasos– visualizaba su desquite, con toques de humillación para quienes lo habían despedido.

Hasta que se dio. La universidad de marras estaba organizando un seminario técnico y lo contactaron por ser el experto más calificado en su área. Diría que no, por supuesto, pero con estilo. Estilo maquiavélico. Preguntaría por su verdugo, y al mencionarlo, agregaría algo así como “sabe, yo no voy a  ir al mismo sitio de donde ese señor me echó”. O mejor, exigiría que fuera él en persona quien lo contactara para decirle “no se acuerda de mí”… y soltar el discurso.  Con risa de malote de película. Ensayada.

El problema comenzó cuando indagó por su verdugo.,
- ¿Quién?
- El señor X, el decano,
- De repente fue decano alguna vez, pero no tengo idea quién es ese.
No importaba. Había otros. El rector, por ejemplo.
- Ah, sí me acuerdo, el que se jubiló.
Vicerrector académico.
- Ese sí me suena. Claro, hay una placa en su nombre, se murió hace como 10 años.
Jefe de personal.
- Sí alcancé a conocerlo,  ahora puso un restaurante o algo así,
Secretaria de la facultad.
- Teresita, claro que sigue ahí…

La fugaz sonrisa de triunfo se le borró de la cara al recordar que, precisamente, Teresita había sido la persona más solidaria y comprensiva en el momento de la crisis. Y sus sueños de venganza quedaron sepultados con el comentario final de su interlocutor.

- …de hecho, ella fue la que propuso su nombre.