martes, 13 de septiembre de 2016

Nadie sabe para quien trabaja

A estas alturas del partido Pérez no sabe por qué lo hizo. Pudo ser problemas familiares, el pobre desempeño de su equipo de fútbol, las gestiones laborales inútiles, el notorio desbalance entre ingresos y gastos o el deprimente clima de la ciudad, gris y lluvioso. 

Ni siquiera es su estilo. El tipo odia involucrarse. Sus 10 mandamientos empiezan con viva y deje vivir. No se meta en lo que no le importa. Evite cualquier contacto o relación con los demás que no sea indispensable. Si no lo llaman, no vaya. Si lo llaman y es evadible, evada. Y así sucesivamente hasta completar la decena.

Pérez es usuario permanente de los sistemas de transporte masivo. Los que cuentan con paraderos fijos, tarjetas inteligentes, buses grandes, rutas integradas y rebuscadores en cantidades industriales. Funcionan con automotores donde hay un conductor, muchos pasajeros y muchísimos vendedores, mendigos y artistas. 

Esta última categoría abunda en expresiones musicales. Desde voces privilegiadas e intérpretes virtuosos hasta venganzas acústicas que torturan a los indefensos pasajeros. Más de uno daría gustosamente la colaboración solicitada con tal de que el seudoartista de turno se callara.

Ese día, por cierto, hubo relevos. Se bajó el de los esferos y se subió el del maní que dio paso al rapero y luego al ciego de las rancheras y después los argentinos destemplados y después el de los certificados médicos y después el que se subía la camisa para mostrar la reciente operación y después el vallenato de la guacharaca…  y ese fue.

El hombre acababa de terminar su interpretación y estaba a punto de iniciar el recorrido de los cobros cuando Pérez estalló. Dijo en voz alta lo que muchos piensan. Voz bastante alta. Palabras más, palabras menos, lo que gritó en tono desesperado fue lo siguiente: “No le den plata. Si les siguen dando plata esto nunca va a parar.  Nosotros no tenemos la culpa de lo que le está pasando a este tipo. No tenemos por qué pagar sus problemas. No le den plata”.

El discurso fue corto y contundente. El vallenato quedó tan desconcertado como el resto del bus y como justo en ese instante el vehículo se detuvo y Pérez se bajó, no hubo tiempo para reacciones. De momento. Porque semanas después, un día cualquiera, en un paradero cualquiera, Pérez sintió que lo observaban. Al voltear vio un grupo de artistas de bus, entre los cuales reconoció, por supuesto, al vallenato de la historia.

Trató de despachar el asunto fingiendo desinterés, pero pronto se dio cuenta que él era  el centro de atención.  Asustado ante la inminente represalia, buscó inútilmente alguna autoridad o salida.  Y la cosa se complicó definitivamente cuando notó que se le acercaban. Solo le quedaba rezar para que las puertas se abrieran con el fin de intentar alguna fuga desesperada. Pero la actitud de sus potenciales agresores no parecía agresiva. Cuando el vallenato habló, entendió por qué.

“¡Oye, quería darte las gracias. Nunca había recogido tanta plata como ese día. ¿Habrá alguna forma de que repitas el show conmigo o con mis colegas?  Te damos comisión, no te  preocupes”.

Comprobado, nadie sabe para quien trabaja.