martes, 14 de junio de 2016

La pelea del día: JJ contra SITP


En alguna parte del SITP hay un equipo multidisciplinario cuyo trabajo es tan eficiente y eficaz que sería injusto atribuirlo a un solo individuo. No sé como se denominarán internamente, pero JJ tiene claro lo que hacen: fregarle (con J) la  vida. A él.

JJ es Jose Jairo, ciudadano promedio y usuario del SITP. SITP es Sistema Integrado de Transporte Público, eso que se inventaron en Bogotá para montar en bus. Combina automotores de distintos tamaños y colores, tarjetas recargables para pasajes, y un sistema de rutas con trasbordos para llegar a su destino. Al de JJ.

Así que el primer asalto es descifrar el laberinto de rutas para definir su propio camino. El suyo. Y el de JJ. Suena filosófico, aunque es de un pragmático subido. A  veces el trasbordo es gratis, en otros vale 300 pesos. O más. Pero eso es otra historia.

Suena la campana. JJ llega al paradero. Alguien le ha dicho que por ahí pasa una ruta que le sirve. Hay unos letreros donde aparecen las rutas y el resumen del recorrido. Donde aparecen casi todas las rutas. ¿Cuál falta? La que le sirve a JJ. Claro que hay espacios en blanco donde, tal vez, algún día figure esa ruta.  (En otro punto de la ciudad existe un paradero en sentido contrario. Con su lista de rutas, incluyendo una que le sirve a JJ para volver a casa. Es decir, le serviría si algún experto en eficiencia no hubiera decidido eliminarla. No hay ruta, pero queda el letrero).

Ahora es de noche. Los buses andan a la  máxima velocidad posible. Algunos disponen de aviso luminoso que se divisa en la distancia. Otros incluyen la tradicional tabla, un pedazo de madera con letras y (a veces) una luz inferior para efectos de visualización nocturna. Luz que funciona cuando el bus está cerca. Muy cerca. A veces el el usuario lo alcanza a reconocer y le extiende la mano para que se detenga en el paradero, fijo y obligatorio.

Fijo y obligatorio es un concepto relativo para las rutas, o mejor, para los conductores de las rutas que le sirven a JJ. Para algunos conductores esas palabras significan mirar al usuario y seguir derecho. Otros paran, 15 o 20 metros delante del letrero. Y hay casos especiales donde lo que está en juego no involucra velocidad, sino congestiones de tránsito que ubican al respectivo bus frente al respectivo paradero. En tercera fila.  Ahí lo ve JJ. Y ahí lo despide sin poder subirse porque, contrario al  sistema tradicional, estos buses solo abren la puerta cuando están al lado de la acerca.

Claro que eso es cuando llegan. Porque hay rutas que pasan cada cinco minutos, casi vacías. Y ha rutas como las que usa JJ. Las que se demoran 20, 30, 45, 60 minutos. Eso sí, cuando arriban la cosa es masiva. Tres automotores seguidos. ¿Se acuerdan de los 300 pesos? Hay un límite de tiempo. Superado ese límite se paga tarifa completa.  Es un límite racional para las rutas, pero no para las de JJ. Una noche el saldo alcanzaba  para tarifa especial, no plena. El bus se demoró y cuando finalmente apareció uno que se detuvo ese saldo no alcanzó. Y el punto más cercano para recargar la tarjeta estaba a unas 17 cuadras. De las largas. JJ las contó mientras hacía el recorrido. También contó como tres locales donde alguna vez vendieron recargas pero ya no.

Rutas sin información.  Rutas eliminadas. Letreros imposibles de leer en la noche. Buses que no pasan. Buses que no paran.. JJ lo reconoce, los del equipo multidisciplinario son buenos. Tan buenos, piensa, que deberían utilizar esas habilidades en algo más  productivo. Como mejorar el servicio. Para JJ. Y para usted. Y para mí.