Frente a esa montaña de papeles debidamente desorganizada él, (o ella), desarrollan una actividad digna de colibrí con convulsiones. Toman un papel, agarran la calculadora, suman como si el mundo se fuera a terminar pasado mañana antes del desayuno. Al segundo están frente a su computador introduciendo largas filas de datos, y minutos después recorren con ojo auditor y lápiz rojo las cifras de algún informe.
Y así se les ve todo el día, porque siempre están allí. Cuando la demás gente inicia su jornada laboral, ellos ya tienen los dedos teñidos de tanto mover lápiz rojo. Cuando el último se va, ellos todavía están frente a la pantalla, sacando algún dato de la montaña de papeles, introduciendo algo en la base de datos, haciendo alguna cosa.
Y aunque solo se levantan de la silla para ir al baño, o almorzar mirando el reloj y sufriendo por ese maravilloso tiempo perdido, a la hora de evaluar sus resultados no aparece por ningún lado esa excepcional productividad que debía derivarse de una vida en función del trabajo.
Porque estamos hablando del típico arranca todo, termina nada. Se trata de una espécimen de oficina que quiere hacer todo su trabajo el mismo día, a la misma hora, en la misma silla y con la misma ropa. Por eso, su técnica de trabajo es comenzar e ir adelantando poco a poco. Y mientras adelanta, comienza otra, Y otra, y otra. Así el día se va llenando de puntos de partida, que cada vez se ven más lejos del punto de llegada.
Entonces tenemos al sujeto empezando la tarea A, la cual deja momentáneamente para asumir la responsabilidad B, que queda interrumpida cuando dispone los elementos para iniciar la función C, la cual se suspende provisionalmente para atender una llamada de la cual deriva una actividad D, cuyos lineamientos generales están siendo esbozados cuando se recuerda que hay que seguir con la tarea A, de la cual se adelantan algunos aspectos que son periódicamente interrumpidos por labores relacionados, con C, con B o con...
En la memoria colectiva de la empresa, solamente se recuerda una ocasión en la cual no parecía “colgado”, actuó con serenidad e hizo lo que tenía que hacer en un solo viaje, sin interrupciones.
Fue esa mañana en la cual le explicó a su jefe porque razón el no necesitaba ningún curso sobre manejo eficiente del tiempo.
Y lo convenció.