Nota de la Redacción. Retomo un texto escrito en 1996. Tiempos donde los celulares solo servían para hablar por teléfono (o de repente ni siquiera existían, no me acuerdo), las cámaras fotográficas eran artefactos completamente autónomos, manipular una foto era posible, pero muy complicado y Maradona era ya una leyenda del fútbol, aunque algunos de sus logros con el balón estuvieron acompañados de un ligero sobrepeso.
El Gordito es divertido, y hasta simpático. Pero eso no le quita lo Gordito. Por eso siempre hay un límite entre él y los triunfadores. Él se puede vestir igual, hablar igual, actuar igual. No importa. Su karma es ser el Gordito. El casi, pero no. Y eso, a él le duele.
Él tiene nombre aunque eso solo le interese a la Registraduría y a la Administración de Impuestos. Ni siquiera a su esposa, quien prácticamente solo lo llamó Eduardo el día en que se conocieron. De resto, su comunicación siempre giró alrededor de la palabra Gordito con múltiples variaciones. (Gordis, mi Gordo, Dogor, Gordon).
Al Gordito lo invitan a las fiestas, pero si no va, nadie se entera. Al Gordito las chicas siempre le han dicho que no cuando están cansadas, cuando no quieren bailar, o cuando aspiran a algo mejor. Y no sienten remordimiento. Al Gordito le dan la palabra en las reuniones de trabajo, pero aunque todos le oyen, pocos, o ninguno, lo escuchan. Y eso, a él le duele.
En casa, la Chiqui saluda de beso a su papá. y se ríe cuando le hace cosquillas. Pero si tiene problemas con las tareas, le pregunta a mamá. Y si tiene problemas con la vida, le pregunta a las amigas.
El Gordito vive así su vida. Pero todas las noches, cuando su esposa y la Chiqui ya se durmieron, abre su álbum personal y mira esa foto que simboliza lo más importante que ha hecho en toda su vida.
Fue alguna vez que la Selección Argentina vino a Colombia, y él trabajaba como botones en el hotel donde esta se alojó. También fue una absoluta coincidencia, que justo a él le haya tocado llevarle las maletas a Maradona y que llegando a la habitación se hayan encontrado con un fotógrafo, colado al décimo piso, pese a las estrictas medidas de seguridad.
Pero el tipo alcanzó a disparar su cámara varias veces antes de que lo sacaran a patadas, y en una de esas quedaron, en la misma placa, el Gordito y Maradona.
Cuando él averiguó quien era el fotógrafo fue a pedirle una copia. Viéndola se imaginó, como lo hacía todas las noches, el siguiente cuadro.
Hay un montón de periodistas y gente importante observando las fotos. Están decidiendo que harán con ellas. Las miran detalladamente preguntando con insistencia.
—¿Y que hacemos para quitar al gordito?
— ¿Pero quién es el gordito?
— Buena foto compañero, lástima el gordito.
Una especie de jefe, que aún no ha visto las fotos, no se aguanta la curiosidad y pregunta.
— ¿De cuál gordito están hablando?
Todos se quedan en silencio y él fotógrafo responde.
— De ese que está al lado de Eduardo.