lunes, 4 de abril de 2011

No existe pero me estresa

A Miguel le preocupa el futuro. Normal. ¿A quien no? Lo raro está en el futuro específico que genera inquietud a sus días. Tratemos de describirlo. Nace de posibles ramificaciones de grandes eventos, con escasa posibilidad de ocurrencia en el corto y mediano plazo.

Con un ejemplo es más fácil. El tipo vive preocupado por que si se gana el premio mayor de la lotería (y ni siquiera la ha comprado), va a tener que irse a vivir a los Estados Unidos… y a él no le gustan las hamburguesa.

Ahora imaginen alguien para quien cualquier nueva experiencia es el punto de partida de historias que parten su vida en dos. Para ponerlo sobre ruedas, la vida real de Miguel anda en bicicleta y su imaginación en Ferrari. Y además es un modelo automático. Ante cualquier estímulo se dispara. Pero siempre pincha.

Cada vez que conoce a una mujer por la que se siente ligeramente atraído esta se convierte en el futuro amor de su vida. Y arma tremendos videos que incluyen noviazgo zanahorio, pasión desenfrenada, boda espectacular, convivencia conflictiva, viudez prematura y todas las variables que se le ocurran porque a todo señor todo honor, creatividad no le falta.

Pero no son los grandes sucesos que jamás ocurrirán los que le ponen la vida presente a cuadritos por cuenta del futuro. Son los, llamémoslos así, efectos secundarios. Ejemplo, acaba de conocer una joven con una hija, madre soltera que llaman. La pequeña apenas inicia su edad escolar. Él arma su video y de repente siente un nudo que le oprime el corazón. ¿Cómo habrá de pronunciarse cuando la hija de su mujer se quiera ir de la casa?

Rebobinemos. ¿Cuál mujer? Ninguna, la acaba de conocer. ¿Cuál casa? No existe. ¿Quien dijo que la niña – a la que, por cierto, le faltan bastantes años para tener ese tipo de ideas- se va ir de esa casa que no existe? Nadie. ¿Por qué tendría que pronunciarse? Pero mientras le dura el trauma, pasa horas pegado a Internet leyendo páginas especializadas en la relación entre padres e hijos en familias no tradicionales, hasta que…

Estrategia de supervivencia. El cambio. Miguel arma sus complejos videos pero cambia de canal constantemente y vuelve a empezar. Entonces un día ve una oferta laboral en el periódico. Piensa en presentarse. Es una multinacional. No da muchos detalles, pero puede inferirse que el trabajo es en el extranjero. En cuestión de minutos se ve viviendo en otro país, aprendiendo otro idioma, asimilando otra cultura, Un sudor frío recorre sus manos al preguntarse… ¿Y como voy a conseguir panela por allá?

La panela le recuerda la natilla, la natilla la Navidad, la Navidad, las fiestas de fin de año, las fiestas de fin de año el licor, el licor los borrachos, los borrachos los accidentes de tránsito. Aprieta el puño ante una idea repentina: Cuando tenga 90 años, ¿será que el bastón es lo suficientemente firma para no caerme mientras cruzo la calle?

A duras penas completó un pregrado, pero lo inquieta la ropa que va ponerse cuando reciba su doctorado. Es asalariado, pero uno de sus dilemas favoritos es el color que usarán en el uniforme los empleados de su empresa. A duras penas vota, más sabe que va a ser muy complejo cogerle el paso a los militares cuando sea presidente.

Si ha considerado la posibilidad de comprar vivienda siempre termina en batallas imaginarias con vecinos escandalosos, exóticos triangulos amorosos que involucran una tendera y la señora que pasea un chihuahua, inundaciones ante llaves que quedaron mal cerradas y arrendatarios incumplidos. Porque en su compulsiva anticipación ve a la familia –que no tiene- dejar la casa grande –que no existe- para vivir en un sitio más pequeño que será insuficiente para albergar el mobiliario -que tampoco existe- y otros bienes hipotéticos acumulados en los años que todavía no han llegado.

En toda esta historia, solo algo es real.

Esas vainas estresan al pobre Miguel.