martes, 28 de febrero de 2012

Importancia de la entomología en relaciones de pareja

Padilla mide cerca de dos metros, tiene cara de malo, parpadea poco y es lento para reaccionar. Su falta de reflejos proyecta una falsa imagen de imperturbabilidad ante eventos inesperados. Por eso le dicen Carepalo.

En tiempos de clima frío, la vida de “Carepalo” era mucho sencilla. Pero el destino le puso ingresos adicionales un par de pisos térmicos más abajo, lo que terminó reubicándolo en tierra de calentanos y calentanas. Calentanas como ella: Lucero.

Y sin que Padilla entendiera el cómo ni el porqué, Lucero empezó a coger cara de pareja. En el sentido del tanteo inicial, cuando ciertas actitudes coquetas rompen la rutina del encuentro casual. En compartir una invitación donde la conversación se interrumpe para comunicar por medio de un silencio más expresivo que cualquier palabra.

Suena bonito y hasta romántico… pero seamos honestos, la cosa no ocurrió así.

Hasta la parte de la invitación los hechos más o menos corresponden. Estaban en un sitio de esos con música suave pero no comprometedora, en medio de una iluminación tenue pero no peligrosa. Un paseador de perros que pasaba por ahí generó una pregunta inocente sobre el tema de las mascotas. Y la reacción de Padilla rompió esquemas.

Ella vio el rostro crispado y sintió una especie de grito ahogado antes del suspiro. Jamás pensó que Carepalo podría albergar un sentimiento tan tierno por el recuerdo de algún compañero de 4 patas. Luego vino el silencio, ese silencio largo y expresivo. Y la mirada. Los ojos avergonzados y esquivos. Lucero supo que tenía que dar el primer paso, y fue ahí cuando le tomó la mano.

Insistimos, las apariencias engañan.

Es oficial: Padilla y Lucero son pareja. Comparten invitaciones a lugares románticos, culturales, sociales y de los otros. También le sacan tiempo a sus espacios personales. La casa familiar de ella, el apartamento de soltero de él. Como ese día.

Situación. Una comida preparada y disfrutada entre dos acaba de terminar. Vienen los oficios compartidos. Ella lava, él seca. Ella comenta algo sobre los sabores de la infancia. Deja Vu. El grito ahogado, la mirada esquiva, el suspiro. Lucero no duda. Nunca lo hace. Abraza su hombre. Este corresponde, (de hecho, casi la aplasta) Dos cuerpos se funden y… pasa lo que tiene que pasar.

Lamento ser tan reiterativo, pero no siempre todo es lo que parece.

Es final de la noche o comienzo de la madrugada. Lucero ronronea un sueño plácido con la cabeza sobre el regazo de Padilla. Él no duerme. Su actitud engañosamente serena ante la vida tiene una excepción para consumo interno. El hombre sufre de entomofobia leve con reacciones histéricas ante la presencia de una Blatta Orientalis. Para ser un poco más precisos, grita como nena cuando, en determinadas circunstancias, ve una cucaracha.

Como este comportamiento califica como inaceptable ante la potencial conquista hubo que improvisar. El día que el pequeño acorazado cruzo raudo por la pared en el bebedero de cerveza, a duras penas alcanzó a reprimir el grito. Como qué pena con esa señora, mientras buscaba una mentira ni modo de mirarla a los ojos. Y sabrá el que sabemos por qué le cogieron la mano.

Bueno, él cogió la caña. Y todo iba bien. Pero en plena lavada de trastes la inoportuna de seis patas apareció bajo la estufa en ruta hacia debajo de la nevera. Otro grito para adentro. Otro momento crítico de “ahora qué digo”. Pero nada, lo abrazan. Por obligación toca responder cuando el invertebrado de turno hace su recorrido inverso. Otro grito reprimido y casi dos metros de susto se cierran con fuerzas sobre el cuerpo de Lucero. (De hecho, casi la aplasta).

“¿Qué te pasa?” La voz soñolienta viene de una cara angelical que mira desde abajo. Padilla sabe que le llegó el turno a la sinceridad. Pero hasta el día de hoy, ese momento está aplazado. Todo porque mientras buscaba las palabras precisas para ser cobarde con dignidad Lucero desvió la mirada hasta enfocarla en algo detrás del entomofóbico. Se levantó rápidamente y puso la mano, ahuecada, sobre la pared. Agarró, abrió la ventana y lanzó lo que acababa de coger con furia. La banda sonora del corto pero significativo evento incluyó frases medio incoherentes. Algo acerca de odiar y bichos, de la profesión de la madre del bicho y de no tirarse la pared aplastando, y de estar mamada de esas (censurado) cucarachas…