martes, 25 de agosto de 2015

El vino inmortal


Muchos años habían pasado desde el último trago de Vicente. Por eso, agradeció con una sonrisa hipócrita y forzada la elegante botella de vino regalada por su amigo secreto. Pero tres meses después lo invitaron a la novena donde los Anzola. Los Anzola, gente algo culta y muy arribista, eran aficionados al vino. Así que Vicente aprovechó y se libró de la botella de marras.

Al señor Anzola no solo le gustaba el vino. Sabía de vinos. Y le costó bastante trabajo fingir gratitud ante esa bebida de segunda categoría traída por el del 202.  Así que aprovechó una distracción para esconderla en el carro, lejos de su selecto bar.

Y pasaron los días y las horas hasta las 2.30 de la tarde del 22 de diciembre. Anzola llegó al banco donde, como siempre, Camilo lo atendió con su habitual eficiencia y cortesía. Este había sido un año duro y no había presupuesto para aguinaldos, a menos que...

“¡Muchas gracias doctor!” La botella, empacada en una bolsa de regalo comprada en la esquina, tenía cierto aire de distinción. Y en esa misma bolsa, 10 días después, le llegó al potencial suegro de Camilo, Isaías. Aunque Camilo no conocía nada de vinos, si se lo había regalado el doctor Anzola, era bueno. Y si era bueno, servía para ganarse más a Don Isaías.

Como la fiesta de año nuevo estuvo tan movida, la sobredosis de aguardiente mandó al archivo de los olvidados el vino aportado por el novio de Claudia. O mejor, el ex novio, porque esa noche pelearon. Por eso, cuando días después doña Marta encontró la botella y preguntó a su hija qué hacían con eso, esta se puso a llorar.

Doña Marta se acordó entonces de la tía Julia. Julia, viuda y sin hijos, tenía 80 años y gustaba de unos “vinitos” antes de dormir. Era dueña de un par de casas que su familia  aspiraba a heredar, así que cualquier detalle servía para sumar puntos.

Tres meses después la tía Julia se fue a mejor vida. Don Isaías y familia heredaron las casas y otros parientes, donde estaba Luisa Fernanda se quedaron con el bar, incluyendo cierta botella de vino sin destapar.

Y una noche de septiembre, la siempre despistada Luisa Fernanda cayó en cuenta de que había olvidado el regalo para el amigo secreto que había que entregar ¡Mañana! Desesperada, recordó que en el bar de la difunta tía Julia había una botella de vino muy elegante.

La misma que al día siguiente, con una sonrisa hipócrita y forzada, recibió Vicente, abstemio por convencimiento.