En los últimos tiempos los días han transcurrido lentamente para Julián. Cada día se ha extendido a
escala kilométrica, desde esas primeras horas de la madrugada en las que el
inexistente cansancio hace que abra los ojos antes de que el sol haga acto de presencia. El hombre vive
uno de esos recesos laborales que van para largo. No le va tan mal.
No tiene novia, esposa, amante o cosa parecida, sus amigos son escasos y nunca
lo llaman, su madre es comprensiva y medio alcahueta y realmente no tiene nada
que hacer. Por eso cada minuto del día se le
hace laarrrgooo.
Cuando el viejo radio reloj despertador que le ponía fondo
musical a sus mañanas y le avisaba de que ya era hora de levantarse hizo corto, el
hombre realmente se alegró. Algo para hacer ese día. Mentalmente planeó todas las actividades. Ir
hasta la ferretería cercana—no, mejor una más lejana-. Volver a casa. Preparar
los cables, reparar el aparato y ensayarlo cuidadosamente para dejarlo listo
hasta el día siguiente.
De manera que se vistió para la ocasión con su pantalón roto,
su camiseta desteñida y sus tenis sucios. Era la pinta diaria, muy diferente a
la de las entrevistas de trabajo. La que permanecía lista para atender convocatorias
que aún no llegaban. Inició su camino hacia la ferretería llevando en el
bolsillo apenas lo necesario para pagar los repuestos. Total, tampoco existían
rutas de buses, tampoco había afán y tampoco había plata.
Pero a punto de alcanzar su meta el celular sonó. Era de La
Empresa. Esa que llevaba varios meses estudiando su hoja de vida. Esa que tenía
el cargo perfecto para sus competencias y aspiraciones. Esa que había dado por perdida.
Pero no. Necesitaban entrevistarlo ya. ¿A qué se refiere con ya? A que lo esperamos
aquí en una hora. No puede ser otro día. El jefe se va de viaje hoy y lo
necesita. Máximo en hora y media.
Media hora fue el tiempo que Julián se demoró en volver a
casa al trote mar. Veinte minutos lo que tomó el baño, la afeitada y la lavada
de dientes contrarreloj y cinco minutos la vestida idem para salir y 15 minutos para regresar a recoger las llaves, la billetera y el celular
dejados atrás por cuenta del afán.
Apenas tenía tiempo. Tenía, porque ese bus, ese día, a esa
hora se enredó en ese trancón que nunca aparecía en esa ruta. Así le constaba a
Julian, usuario constante del mismo recorrido que siempre transcurría sin
novedad, salvo ese dia, cuando tenía afán.
No supo como pero llegó apenas a tiempo para la cita. La
buena noticia era que la entrevista fue una cosa formal, porque el puesto era de
él. La mala era que necesitaban que se integrara al día siguiente. Y que había
un larga lista de diligencias que normalmente se despachaban en una semana,
pero él debía sacar adelante en una sola tarde. O en lo que quedaba de una sola
tarde.
Así que a correr se ha dicho, de la salud a la caja de compensación al sitio donde expedían los certificados al examen ocupacional al sastre y al fotógrafo. Julián terminó agotado pero feliz ante un futuro laboral que finalmente se había despejado. Se fue a dormir con el cerebro puesto en el día siguiente, cuando se reportaría a primera hora en su nuevo trabajo. De hecho sí se reportó, pero tarde. El radio reloj no funcionó.
Como iba a funcionar si había hecho corto y aunque Julián hizo muchas cosas el día anterior, jamás lo arregló.
Así que a correr se ha dicho, de la salud a la caja de compensación al sitio donde expedían los certificados al examen ocupacional al sastre y al fotógrafo. Julián terminó agotado pero feliz ante un futuro laboral que finalmente se había despejado. Se fue a dormir con el cerebro puesto en el día siguiente, cuando se reportaría a primera hora en su nuevo trabajo. De hecho sí se reportó, pero tarde. El radio reloj no funcionó.
Como iba a funcionar si había hecho corto y aunque Julián hizo muchas cosas el día anterior, jamás lo arregló.