miércoles, 14 de diciembre de 2011

Carro de mujer

Arranquemos  con todo. Ha llegado el momento de meterle motor a las diferencias de género. Los hombres tienen carro. Lo usan para transportarse ellos, para transportar a otros y para despertar envidia entre su género y atracción en el otro. Punto. Las mujeres no tienen carro. Las mujeres tienen una cartera gigante con ruedas y motor.

Antes de detallar el contenido miremos la forma. Cuando uno se sube al carro de un hombre se sienta y se pone el cinturón. En el auto de una mujer cuando uno se va subir ella empieza a quitar cosas del asiento. Como el interesado en sentarse es uno, entonces, el que sigue quitando, y quitando, y quitando del sentadero es uno. Y después de despejar la silla hay que tener cuidado extremo porque en el piso puede existir otra tanda.

¿Y qué es lo que hay en el asiento y en el piso? De todo. El atuendo limpio para el gimnasio del día –incluye tenis, medias, lycra, esqueleto, botella de agua, toalla, gel, esponja– y los atuendos usados del resto de la semana. Las tres opciones de zapatos planos para caminar, y las cinco opciones de tacones para lucir elegante. La chaqueta de lana para el frío, la impermeable para la lluvia, y la combinada para el fenómeno de la niña. El paraguas grande que no cabe en la cartera y el paraguas pequeño que debía estar guardado en la cartera. La ropa de trabajo cuando aplica, y la ropa de emergencia para lo que cada conductora incluya en esta categoría.

La música en movimiento no es algo nuevo, y aseguran los que saben de tecnología que gracias a los formatos digitales su administración se simplifica. Pero en los medios de transporte con propietario femenino los CD y DVD son una comunidad que nace crece, se reproduce y nunca muere. Por eso hay discos en la guantera, las sillas, el portadocumentos, el tablero, el encendedor,  al lado de la palanca de los cambios, en las bolsas de las sillas, encaletados en el tapizado y debajo de la silletería desde tiempos inmemoriales. Algunos tienen empaque, otros no, pero es una ley inmutable de la naturaleza que contenedor y contenido nunca coinciden. Eso sí, cuando la respectiva conductora quiere oír una canción específica, sin dudarlo un segundo mete la mano en la guantera, selecciona sin mirar un CD de sospechosa legalidad y ninguna marca visible, lo introduce al equipo y ahí está la melodía. ¿Cómo lo hizo? No pregunte.

La zona de alimentación también está distribuida a todo lo largo y ancho del espacio interior. Incluye maletines y recipientes individualizados para cada momento del día. Uno lleva las medias nueves, otro el almuerzo –con herméticos separados para cada porción– un tercero las onces y un cuarto algo para emergencias. Complementa el servicio de hidratación ya mencionado dentro del ajuar de gimnasia. Ahora, si la usuaria es madre gestante… esto es otra historia. Simplemente mencionemos que una cocina completa se queda corta ante la disponibilidad de dispositivos y nutrientes para atender cualquier requerimiento alimenticio del descendiente.

Los mencionados hasta ahora son residentes permanentes. Pero el automotor también tiene su población flotante. Un vestido que debe ir algún día a donde la modista a que lo ajusten, desde hace como ocho meses.  Ese documento laboral o académico que no se entregó a tiempo, y cuyo descargue ya no es prioritario. Algunos implementos del hogar que requieren reparaciones menores que no tienen servicio a domicilio. El encargo que mamá le trajo a la tía desde Miami y la cosa vieja que existe para donársela al usuario perfecto. Un regalo de alguien cuyo destino es ser regalado  de nuevo y otro que aún no tiene su futuro definido. Piezas que algún día entran al carro y algún día salen, la pregunta es cuando.

Y claro, son mujeres. La belleza es su esencia, la vanidad  su pecado, la cartera su límite… antes. Ahora disponen del espacio para todo un arsenal de brocha, pincel, esponjitas, labial, polvera, espejo, cepillos, rubor, corrector de ojeras, lápiz delineador, brillo, bases, crema de manos, perfume, toallas húmedas, toallas secas, algodones desmaquillantes, jabón antibacterial, desodorante, crema desmaquilladora, laca, pintalabios, removedor, sombras cremosas, sombras líquidas, sombras en polvo y una pañoleta para sujetar el cabello mientras se realiza la sesión de embellecimiento. Y eso hay que complementarlo con las tijeras, el secador de pelo portátil, la plancha para alisar y, por si las dudas, una gafas oscuras grandes que oculten imperfecciones o protejan del sol.

Es costumbre –creo que no muy del gusto de las autoridades de tránsito- colgar del retrovisor interno algún elemento que va desde el recuerdo infantil del primer zapato de alguien –normalmente pariente cercano- hasta el utilitario pino aromatizante. Los retrovisores tienen capacidad limitada. Eso a ellas no les importa, prosiguen colgando peluches, muñecos, dados, relicarios, santos, llaveros, coronitas y un inacabable lista de eteceteras en cuanta saliente exista en el cada vez menos cómodo espacio interior, ahora asimilable a a una especie de miscelánea ambulante.

Y claro, no se puede cerrar este texto sin mencionar los grandes misterios. Un juguete semidestrozado en el vehículo de quien no tiene hijos conocidos; algún repuesto de electrodoméstico que a los ojos de cualquier observador desprevenido está capando caneca, el calendario completo del año 2006, ese enorme maletín que siempre está vacío, un adorno de Navidad –y estamos en julio-, la prótesis dental o de las otras e infinidad de papelitos con anotaciones cripticas como nombres incompletos de personas, productos de destinación incierta, precios aplicables a insumos anónimos, direcciones inexistentes o instrucciones tan indescifrables como “Pas x :) ”...