jueves, 3 de diciembre de 2015

Deformación profesional


Nadie pasa 24 horas haciendo su trabajo, no importa lo afiebrado, pobre o necesitado que sea. En la vida siempre hay espacio para vida social, obligaciones familiares, recreación, finanzas personales. Y ahí es cuando se evidencia que la gente tal vez no es lo que hace, pero sí es como lo que hace.

Es obvio que los pilotos actúan como pilotos cuando están “pilotando”, los médicos como médicos cuando están “medicando” y los plomeros como plomeros cuando están ¿plomereando?  No tan obvio pero real es que el ejercicio constante de una actividad laboral genera actitudes que se trasladan a la vida diaria. El nombre elegante es deformación profesional. Uno no tan elegante es “mañas de”… repasemos algunas.

Comencemos por la localía. Maña de periodista y de profesor es seguir hablando. Estos personajes se ganan la vida comunicando información y conocimiento. Pero por fuera de la jornada laboral, algo impide apagar el reproductor de sonido. En cualquier conversación, discusión o diálogo se sienten obligados a opinar, aportar, concluir, es decir, meter la cucharada. O la pata, porque nadie puede ser experto en todos los temas.

Una variante de lo anterior son filósofos, pensadores, politólogos, semiólogos. Estos no hablan tanto, pero todo lo que dicen debe ser trascendental. Les preguntan que quieren para desayuno, y se despachan con media hora de discurso sobre la epistemología del comienzo del día y la razón profunda del huevo. Así es con todo. No se les puede preguntar la hora sin arriesgarse a la cátedra sobre la relatividad del tiempo y el espacio.

Y hablando de espacio, los seres humanos manejamos una cuadra, un barrio, una ciudad. Pero quienes transportan personas o carga entre ciudades o países tienen otra concepción. La panadería favorita del conductor de tractomula queda en Ipiales, aunque hay una muy buena en Sutamarchán. La del piloto está ubicada en Barcelona, sin dejar de lado la de Nueva Orleans donde venden esos pasteles tan sabrosos. Los puntos de referencia del gremio transportador saltan de municipio y municipio, de frontera en frontera. Nosotros compramos vino en el supermercado. Ellos lo hacen en el duty free de Paris o en los expendios caseros de vino de palma al norte del Valle de Cauca. Y sí, suena prepotente. Y sí, ellos no se dan cuenta.

La gente que puede compra casas o apartamentos. Cuando son productos terminados se quedan así, terminados hasta que el tiempo demanda reparaciones locativas A menos que quien los compre sea un arquitecto o decorador profesional, gremios que sienten la obligación de modificar cualquier espacio habitable adonde lleguen, tumbando muros donde los haya o instalándolos donde no, reubicando cuartos, baños y cocinas y ajustando lo que ya está hecho para que quede –en su concepto– hecho.

Podríamos seguir con ingenieros obsesionados por entender, ajustar, reparar –y muchas veces dañar– cualquier máquina que se atraviese en su vida, desde la licuadora hasta el ascensor. Médicos impecables a la hora de diagnosticar y tratar enfermedades ajenas, pero indisciplinados, tercos y necios cuando les toca asumir el papel de pacientes. Comerciantes que buscan siempre el mejor precio y regatean desde paquete de papas en tienda hasta corte y peinado en peluquería estrato seis. Y blogueros que siempre quieren terminar con una frase memorable.

Una frase memorable.