jueves, 7 de julio de 2016

Homework (1)


Iba a escribir algo sobre la última moda, el teletrabajo. Entonces  encontré que desde finales del siglo pasado (ese que se acabó hace 16 años) se viene hablando del tema como una especie de tendencia inatajable. En 1999 toqué el tema. ¿Será que lo que dije en aquel entonces tiene vigencia aún?

Dice la prensa que cada día son más las personas en el mundo que trabajan en sus casas. Gracias a la tecnología pueden laborar desde sus estudios. El mundo es maravilloso. Lástima que nuestra vida pertenezca a la versión real.

De entrada, la cosa se complica, porque para trabajar desde el estudio, hay que tener estudio. Si uno vive en un inquilinato; una cocina con casa de interés social; un apartamento moderno (y por ende, enano); o arrumado con tres hermanos, sus cónyuges, los hijos y dos suegras el concepto de estudio es una utopía. Por supuesto que existen personas que pueden tener en sus espaciosas casas varios estudios. La pregunta es ¿necesitarán trabajar?

Pero seamos positivos, Nos hemos acostumbrado (o resignado) a adaptarnos a las circunstancias más complejas, así que la mesa del comedor, la sala, la cocina, la cama a determinadas horas del día o cualquier otro mueble podría ser la improvisada oficina. Pero la cama da sueño, no ganas de trabajar. La mesa de comedor invita a tomarse un tinto, picar unas galletas o adelantar el almuerzo; los muebles de la sala son a veces muy acogedores, o tienen enfrente un televisor que susurra “enciéndeme” a todo momento. Y a su lado, desde un radio de pilas hasta el más sofisticado equipo de sonido invitan a regocijar el oído. Y uno trabajando.

(Nota incluida en el 2016. Y en esos tiempos internet apenas comenzaba…)

Además, no faltan las personas. Nos busca todo el mundo. La madre para preguntar como estamos, el cónyuge para recordarnos una diligencia, los hijos para consultar alguna tarea, el vecino a pedirnos un favor, los testigos de Jehová para convertirnos. Y además con precisión cronométrica. En el momento en que se ha logrado la concentración adecuada, alguien llamará, timbrará, entrará, gritará, llorará, o preguntará suavemente mientras interrumpe: ¿Interrumpo?

Claro que usted, que nunca pierde la fe, puede decir, “eso es problema para los que viven con mucha gente. Pero como yo me quedo solo (a) en casa durante el día, no tendré problema”.

Falso. Primero, usted no quiere trabajar, pero jamás lo aceptará conscientemente. Entonces descubrirá la importancia de limpiar la basura acumulada detrás de la nevera. Pulirá la madera de los muebles. Cepillará la mugre acumulada entre baldosines. Organizará las estanterías. Reorganizará las estanterías. Y así pasará el tiempo hasta que se acaben las excusas, y se vea obligado a empezar a trabajar.

La experiencia me permite hacerle una cordial sugerencia.

Déjese de pendejadas y váyase para la oficina.