Iba a escribir algo sobre la última moda, el
teletrabajo. Entonces encontré que desde
finales del siglo pasado (ese que se acabó hace 16 años) se viene hablando del
tema como una especie de tendencia inatajable. En 1999 toqué el tema. ¿Será que
lo que dije en aquel entonces tiene vigencia aún?
Dice
la prensa que cada día son más las personas en el mundo que trabajan en sus
casas. Gracias a la tecnología pueden laborar desde sus estudios. El mundo es
maravilloso. Lástima que nuestra vida pertenezca a la versión real.
De
entrada, la cosa se complica, porque para trabajar desde el estudio, hay que
tener estudio. Si uno vive en un inquilinato; una cocina con casa de interés
social; un apartamento moderno (y por ende, enano); o arrumado con tres
hermanos, sus cónyuges, los hijos y dos suegras el concepto de estudio es una
utopía. Por supuesto que existen personas que pueden tener en sus espaciosas
casas varios estudios. La pregunta es ¿necesitarán trabajar?
Pero
seamos positivos, Nos hemos acostumbrado (o resignado) a adaptarnos a las
circunstancias más complejas, así que la mesa del comedor, la sala, la cocina,
la cama a determinadas horas del día o cualquier otro mueble podría ser la
improvisada oficina. Pero la cama da sueño, no ganas de trabajar. La mesa de
comedor invita a tomarse un tinto, picar unas galletas o adelantar el almuerzo;
los muebles de la sala son a veces muy acogedores, o tienen enfrente un
televisor que susurra “enciéndeme” a todo momento. Y a su lado, desde un radio
de pilas hasta el más sofisticado equipo de sonido invitan a regocijar el oído.
Y uno trabajando.
(Nota incluida en el 2016. Y en esos tiempos
internet apenas comenzaba…)
Además,
no faltan las personas. Nos busca todo el mundo. La madre para preguntar como
estamos, el cónyuge para recordarnos una diligencia, los hijos para consultar
alguna tarea, el vecino a pedirnos un favor, los testigos de Jehová para
convertirnos. Y además con precisión cronométrica. En el momento en que se ha
logrado la concentración adecuada, alguien llamará, timbrará, entrará, gritará,
llorará, o preguntará suavemente mientras interrumpe: ¿Interrumpo?
Claro
que usted, que nunca pierde la fe, puede decir, “eso es problema para los que
viven con mucha gente. Pero como yo me quedo solo (a) en casa durante el día,
no tendré problema”.
Falso.
Primero, usted no quiere trabajar, pero jamás lo aceptará conscientemente.
Entonces descubrirá la importancia de limpiar la basura acumulada detrás de la
nevera. Pulirá la madera de los muebles. Cepillará la mugre acumulada entre
baldosines. Organizará las estanterías. Reorganizará las estanterías. Y así
pasará el tiempo hasta que se acaben las excusas, y se vea obligado a empezar a
trabajar.
La
experiencia me permite hacerle una cordial sugerencia.
Déjese de pendejadas y váyase para la oficina.
Déjese de pendejadas y váyase para la oficina.