Hola
No sé si usted sigue mi blog, pero hace unos días publiqué
una entrada acerca de la manera en que los puntos de encuentro con nuestros
contemporáneos van evolucionando con el
paso de los años. Aunque no era exactamente el tema, aproveché para rendirle un
pequeño homenaje a usted.
Sí. A usted. Nunca hemos hablado de esto. Y no ha sido por
falta de oportunidades. Usted es tan
consciente como yo de que coincidimos en múltiples y diversos escenarios. En la
calle, en el restaurante, en el transporte público, en el parqueadero, en la
fila del banco, en la del cine, en la droguería, en el aeropuerto, en el
consultorio. Y no sigo porque se me llena el blog.
Pero retomemos. Es curioso como, pese a esta reiterada
casualidad, nuestra conversación nunca pasa del guión que ambos dominamos a la
perfección. Saludo – saludo; usted qué –yo qué –usted que –yo qué; nos vemos
–nos vemos; adiós. Y cada uno sigue su camino hasta cuando vuelven a cruzarse,
se repite la historia y así por toda la eternidad.
Pensaba que nuestro caso era único, pero conversando con
otras personas veo que muchos viven una situación similar. Tengo este amigo
que, por ejemplo, confluye periódicamente con el hijo del primer matrimonio de
su papá. Una prima comenta que constantemente coincide en espacios y horarios
con una compañera de colegio que, aunque estaba en un curso superior, la
reconoció una vez y siempre la saluda.
Mi cuñado, quien prestó servicio militar, se ve persistentemente, en escenarios
no castrenses, con un camarada de contingente.
Usted sabe que a mí no me gusta ponerme esotérico, pero si
uno se sienta a pensar sobre esto, es un poco raro. Lo normal es que uno se
tope con quienes comparten sus intereses actuales en sitios representativos, no
con quien alguna vez compartió intereses en, reitero, cualquier parte. Si uno
fuera paranoico pensaría en algún tipo de persecución o acoso. Pero no. Es más,
no tenemos contacto ni somos amigos en redes sociales. Ni siquiera hemos
intercambiado números telefónicos. Ya hablé de cómo son nuestras
conversaciones. Y cuando profundizamos un poco en el detalle, lo que queda
claro es que usted tiene una vida y yo
tengo otra.
A usted no le molesta y a mí tampoco esa rutina del
reencuentro periódico con una figura del pasado. Ese diálogo corto e
intrascendente. Ese breve paréntesis en la vida que por pocos segundos nos
aleja de las preocupaciones del momento,
los retos del día o las
circunstancias –a veces difíciles- de la
existencia. Solo que en ocasiones, cuando
alguna situación me manda al pasado y me pregunto que habrá ocurrido con
antiguos compañeros, vecinos o colegas, una idea termina siempre apareciendo en
mi mente
En cambio, a ese tipo me lo encuentro hasta en la sopa